NATURALEZA Y EVOLUCIÓN (II)

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Naturaleza y evolución (II)

DE HOMBRES A DIOSES

Continuamos aquí la reflexión efectuada en el artículo del mes pasado en esta misma sección, en la que abordábamos el origen del hombre y la aparición del espíritu humano en la tierra a partir del «homo sapiens».

Abordábamos en esas consideraciones el hecho de que el hombre partió de la ignorancia, del instinto y de la inconsciencia, hasta llegar a una etapa plenamente humana en la que el ser humano comienza a tener conciencia de sí mismo, va sustituyendo paulatinamente el instinto por el raciocinio y la ignorancia por el conocimiento propio y de la naturaleza que le rodea.

Esta etapa se ha visto ampliada notablemente con los progresos de la ciencia y el conocimiento humano, hasta llegar al momento en el que nos encontramos, donde los progresos de la humanidad, de la tecnología y el saber humano, hacen vislumbrar unas próximas décadas realmente prodigiosas en cuanto al salto exponencial del ser humano en sus capacidades internas, externas, de relación con el medio y con la tecnología.

Se confirma una vez más que, la naturaleza y la evolución de la misma así como de los seres que la integran, es una certeza evidente que obedece al cambio, a la transformación de todo lo que existe; todo muda, todo se transforma con el transcurso del tiempo, derivando en formas más sutiles, en inteligencias más avanzadas, en procesos más perfectos. Este cambio, desde Heráclito hasta Einstein, viene siendo la constante del progreso que impulsa a los mundos y las humanidades a avanzar y conquistar nuevos horizontes en todos los ámbitos del saber y la naturaleza humana.

Los avances de la biología evolutiva, la ingeniería genética a raíz del descubrimiento del genoma, y la capacidad de previsión de las enfermedades mediante la codificación y elaboración del carnet de identidad genético, auguran progresos incontables a la medicina regenerativa y a nuestras expectativas de vida y de regeneración celular.

Por otro lado, el conocimiento de las interioridades de la materia (CERN) y de las partículas subatómicas, hacen de la física y de la astrofísica las ciencias que van a marcar los progresos inminentes sobre el origen de la vida y del universo, así como la certeza, cada vez más evidente, de una causa primera e inteligencia suprema como origen de todo lo que existe.

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«Toda la materia se origina y existe solamente en virtud de una fuerza. Debemos asumir, tras esa fuerza, la existencia de una mente consciente e inteligente. Esta Mente es la matriz de toda la materia»

MAX PLANCK– 1944 -Premio Nobel de Física

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Si añadimos a esto los estudios sobre la conciencia, la mente, y los efectos de ambas sobre la personalidad humana, independientes del cerebro biológico, estamos ante la nueva era de un hombre diferente. Nada va a volver a ser igual; la propia ciencia basada en conceptos trascendentes del ser humano, como ya demuestra la psicología traspersonal, la logoterapia, y la psicología de las emociones, nos ponen ante la evidencia demostrada por los grandes filósofos, sabios y fundadores de religiones de antaño; que defendieron la trascendencia del hombre en su parte espiritual y de conciencia.

Como nos demuestra la historia, el progreso del conocimiento humano ha permitido modificar las sociedades hacia estructuras sociales más justas y solidarias, más democráticas y libres. Pero este progreso también ha posibilitado el desarrollo del hombre no sólo en cuanto a capacidades y competencias racionales, sino sobre todo psicológicas y morales.

El hombre del siglo XXI no tiene las mismas reacciones, sentimientos o actuaciones que tenía el hombre salvaje o primitivo; que actuaba por instinto la mayoría de las veces careciendo de principios, moralidad o sensibilidad hacia sus semejantes cuando se dejaba llevar por sus impulsos y naturaleza tosca; tampoco el sufrimiento ajeno o las injusticias que se cometían en sociedades primitivas, derivado de actuaciones absolutistas o dictatoriales, tienen lugar en muchos países hoy en día.

El hombre, aunque no lo parezca, también ha evolucionado, y hoy día estamos ante un «homo sapiens» mucho más adelantado, social, moral y racionalmente. Las propias costumbres sociales, que se consolidan como tradiciones en los pueblos y sociedades, se han ido modificando desde los tiempos de la barbarie hasta ahora; y aunque muchas de ellas todavía persisten, sufren el rechazo social de la mayoría de los individuos cuyo progreso y sensibilidad les hace repudiarlas.

Sin duda el proceso histórico nos pone ante la evidencia de un nuevo hombre, un homo sapiens más tecnológico, pero también más humano, más sensible, más imaginativo, más sociable; y aunque el mal sigue existiendo por doquier en la tierra, la sensibilidad ante el sufrimiento ajeno es hoy mayor que nunca. Y, todo ello a pesar de que el egoísmo, la avaricia y el ansia de poder son elementos negativos que persisten por doquier; sin embargo también observamos que cada vez son más los movimientos solidarios entre los países y las personas cuando se producen desgracias, terremotos, etc.

Todo ello nos habla de una nueva conciencia social que despierta de forma colectiva, y esto es así porque antes ha despertado en el interior del individuo gracias a su progreso y esfuerzo personal; nada es casual ni surge por azar. Esto refuerza notablemente el aspecto que confirma la reencarnación; pues los que vivimos en la tierra hoy, somos los mismos que la habitamos en épocas de barbarie, y que gracias a las experiencias vividas en este planeta, existencia tras existencia, vamos reconociendo nuestros errores, progresando moral e intelectualmente, alcanzando mayor sensibilidad, mayor intuición y sobre todo, mayor conciencia de nosotros mismos.

El conocimiento espiritual nos permite comprender que, en nuestra inmortalidad espiritual, el ser atraviesa todas las etapas, del salvaje al genio, pasando por la etapa «hominal» en la que nos encontramos; comenzando a encarar nuestro futuro hasta la etapa de la «angelitud» a la que estamos destinados a llegar por nosotros mismos; bajo nuestro libre albedrío y mediante nuestro propio esfuerzo.

Esta transición, efectuada desde hace 70.000 años, que el homo sapiens ha necesitado para traspasar el umbral de la animalidad al de la racionalidad, es apenas nada si lo comparamos con lo que nos queda para llegar a la etapa superior de seres perfectos, angélicos, cooperadores en la creación divina; moradores de las esferas celestiales más genuinas; donde la actividad incesante de la creación es compartida por todos los seres que hasta allí han llegado después de miles de años de progreso, perfeccionamiento y amplitud de conciencia.

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«La persona, en su evolución hacia Dios a través de las experiencias de las existencias que vive, se vuelve consciente de su entidad espiritual; desarrollando los atributos latentes que lleva en su interior, para convertirse al final de este proceso de hombre-animal en ser-angélico.»

SEBASTIÁN DE ARAUCO

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Nos encontramos en un mundo de expiación y prueba; y antes de llegar al estado angélico, precisamos traspasar los umbrales de los mundos de regeneración, de los mundos felices, de los mundos divinos, etc. Todo ello supone el engrandecimiento del espíritu inmortal a través de multitud de experiencias físicas y espirituales; en mundos avanzados y en esferas espirituales sutiles.

Pero antes de avanzar en este progreso eterno que es consustancial a nuestra propia esencia, creada a imagen y semejanza de Dios en cuanto a lo espiritual, hemos de traspasar el umbral del mundo en el que nos encontramos hacia el de un mundo de regeneración; donde el mal habrá desaparecido de la tierra al haberse producido la selección de la que tanto han hablado los profetas,  filósofos y avatares.

Esta selección es exclusivamente espiritual, en ella no caben arbitrariedades, injusticias, etc. a cada quien se le medirá por su nivel de adelanto moral; y aquel hombre que no haya llegado a desterrar de su interior el mal y la inferioridad moral, será transferido espiritualmente a un mundo como estaba la tierra hace miles de años, donde seguirá trabajando y progresando hasta que alcance el nivel que le permita acceder a un mundo superior.

Mientras tanto, aquellos que tengan el nivel necesario, podrán formar parte de una nueva sociedad; una sociedad exenta del odio, las guerras y la violencia; imperfecta sí, pero con el germen del progreso y de la conciencia del nuevo hombre.

Y ese nuevo hombre pasará de ser el hombre racional y moral al hombre intuitivo y consciente. Ampliará sus capacidades enormemente y la expansión de su conciencia alcanzará niveles nunca antes pensados, comprendiendo la realidad de forma plena, enfocando sus esfuerzos a la regeneración interior, el trabajo solidario, la lucha desinteresada hacia el prójimo y el servicio permanente en pro de una sociedad mejor, más justa e igualitaria.

El hombre girará su visión hacia su interior para descubrir allí las capacidades de nuestro espíritu inmortal, donde podrá entresacar la fortaleza, los recursos necesarios para convertirse en un hombre integral, acercándose cada vez más al camino que le lleve a un mayor perfeccionamiento. Ese trabajo redundará en su propia felicidad, pues como decía Jesús: «Todo lo que yo hago, vosotros podréis hacerlo».

El camino de transición del hombre hacia Dios es milenario, pero sin duda, todos, absolutamente todos, del hombre más primitivo al ser celestial que podamos imaginar, estamos destinados a la perfección y la felicidad, con independencia del tiempo que empleemos en ello y los esfuerzos, méritos, dichas, sufrimientos o aflicciones que debamos afrontar.

Además, lejos de ser un camino de integración con el todo, como explican algunas teorías, es justo al contrario; a mayor progreso, mayor consciencia personal, mayor individualidad, mayor expansión personal, hasta llegar, como explicamos arriba, a la próxima etapa evolutiva, la de los seres angélicos, colaboradores de la obra divina con nuestros propios argumentos, capacidades, responsabilidades y cualidades divinas que hayamos potenciado en nuestro interior.

Quien carezca de conocimiento espiritual tendrá probablemente dificultades para comprender que el universo es infinito, el alma inmortal y Dios es la causa primera e inteligencia suprema de todas las cosas. No obstante, y a pesar de ello, el desconocimiento de las leyes que rigen el universo no exime de su cumplimiento.

Ese «homo-sapiens» es el primer eslabón humano de la evolución consciente del ser que; transcendiendo la etapa animal, llega a la etapa humana por la intervención divina, puesto que el espíritu, surgiendo de Dios, se individualiza y es creado por EL, simple e ignorante. Esta chispa divina continuará sus experiencias de progreso y evolución en la etapa humana e irá a desembocar, con el transcurso de los milenios en la etapa angélica; estadio evolutivo impensable todavía para nosotros, pero de los que tuvimos ya un ejemplo que se convirtió en paradigma de toda la humanidad: Jesús de Nazareth.

Antonio Lledó Flor

©2015, Amor, paz y caridad
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“Científicamente es imposible explicar el surgimiento de la vida sin la presencia del diseño inteligente. Pocos científicos entienden los complejos mecanismos que son necesarios para crear vida.»

JHONATAN WELLS – Dr. en Biología Molecular y Física, Licenciado en Matemáticas, Filosofía, y Geología.

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