“Ser útil en cualquier circunstancia, favorecer el progreso y vivir con dignidad son expresiones del deber ante la vida”
Sin duda ninguna, el sentido del deber es un valor en decadencia en la sociedad competitiva, materialista y excesivamente individualista que nos toca vivir. Basta observar con un poco de atención para comprobar que todo el mundo reclama todo tipo de derechos; sin embargo, pocos son los que son conscientes de los deberes que la convivencia en sociedad impone.
Es más, las ideologías libertarias más extremas no reconocen ninguna obligación con la sociedad salvo la que se acepta previamente mediante el consentimiento individual de la persona, como si fuera un compromiso adquirido al que hay que otorgar previamente la autorización individual; de lo contrario, argumentan, está en juego la libertad del individuo.
Craso error, notable disfunción e ignorancia de las obligaciones ético-morales que todo ser humano tiene para con el lugar donde vive, la sociedad de la que forma parte y las instituciones que le acogen, la primera de ellas la familia, con la que, se quiera o no, se tiene una obligación moral que debe ser atendida.
Nadie, en su sano juicio, puede desatender algunas cuestiones de responsabilidad moral que derivan principalmente del hecho de ser una persona, con capacidad de razonar y libre albedrío para escoger.
Existen tres tipos de responsabilidad moral que los seres humanos aceptan explícitamente. La primera son los deberes morales universales, que son las obligaciones que tenemos ante los seres racionales como tales, que no requieren consentimiento alguno de la persona. Entre ellos podemos mencionar el tratar a las personas con respeto, procurar la justicia, evitar la crueldad, etc.
La segunda responsabilidad son las obligaciones voluntarias que aceptamos tácitamente en base a un compromiso, un consentimiento, un contrato, una promesa, etc. Y la tercera de las responsabilidades morales son las de la solidaridad. Estas son particulares y no requieren consentimiento alguno. Son las obligaciones ante aquellos con los que compartimos una historia (miembros de una familia, sociedad, patria, etc.).
En la comprensión de estas responsabilidades que todo ser humano tiene, podemos observar y comparar si nuestra actitud respecto a las mismas es coherente. En otras palabras, de la actitud que tenemos frente a estas responsabilidades morales podremos deducir la respuesta a la pregunta de inicio: ¿Hacemos lo que debemos? Esto, desde el punto de vista humano, tiene sus propias connotaciones bajo el aspecto de la ética y la justicia humana.
Pero ¿qué ocurre cuando extrapolamos estas obligaciones bajo la visión integral del ser humano trascendente, que sobrevive a la muerte y que deviene de experiencias milenarias en la carne a través de la reencarnación? ¿Existen responsabilidades morales que acompañan al alma humana a través de su trayectoria milenaria?
El hombre integral está formado de cuerpo y alma, e incluso de un cuerpo intermedio entre ambos que sirve nexo, unión y vitalización, permitiendo la trascendencia y las experiencias que le ayudan en el crecimiento intelecto-moral a través de los milenios. Es, pues, lógico comprender que somos hoy herederos de nuestra propia historia, de nuestro proceso antropológico individual, de nuestras decisiones y actuaciones acertadas o erróneas en el pasado que nuestro inconsciente archiva y perpetúa en el tiempo.
En base a esto último, somos responsables moralmente de todo aquello que hicimos y hacemos. De aquí que las leyes espirituales que rigen el proceso evolutivo del ser humano sean fundamentalmente de orden moral, a fin de garantizar el crecimiento y desarrollo del ser en su camino hacia la plenitud, la iluminación y la felicidad.
Es la conciencia moral formando parte del inconsciente que caracteriza el súper-yo de Freud. Y sobre todo es el lugar donde se inscriben las leyes de Dios, según afirmaron los espíritus a Kardec:
“¿Dónde está escrita la Ley de Dios?: En la conciencia”
Ítem nº 621 del Libro de los Espíritus
Es por ello que afirmamos con rotundidad que, por encima de otra cosa, “el hombre es un ser moral”, siendo así que la ley principal que regula el orden y equilibrio del alma humana con fines educativos y nunca punitivos es la “ley de causa y efecto”. Por ella recibimos en nosotros mismos los efectos de aquello que hicimos en el pasado, bueno o malo, dichoso o doloroso, como resultado de nuestras acciones pretéritas.
El cumplir con el deber ético-moral que la sociedad humana nos exige no está reñido en absoluto con el deber moral que nuestra alma debe aceptar, a fin de seguir creciendo, evolucionando, progresando en inteligencia, moralidad y libertad. Cuando hacemos lo que debemos, en el sentido humano o espiritual, una paz interior nos acompaña y la serenidad del deber cumplido nos otorga un estado de equilibrio que nos ayuda en nuestro transitar por la vida.
Mientras que cuando incumplimos nuestras obligaciones morales a nivel humano o espiritual aparece el disturbio; la conciencia nos acusa, la inquietud y la zozobra nos cercan y con frecuencia la culpa se instala en nuestro interior, aunque exteriormente queramos colocar la máscara de la apariencia.
Es importante saber que en el terreno de lo humano la justicia es imperfecta, pero las leyes que la sociedad se otorga a sí misma para facilitar la convivencia conlleva no sólo derechos, sino también obligaciones para con nuestro prójimo.
Bajo un enfoque trascendente, hacer lo que se debe es signo de madurez psicológica y espiritual, es la prueba evidente de que el alma encarnada ha comprendido el sentido de su vida aquí en la Tierra, un periodo transitorio en el que debemos hacer lo correcto, lo que nos comprometimos a ejecutar antes de encarnar. Concretando: cumplir el compromiso que aceptamos libre y voluntariamente antes de venir a la Tierra.
“El esfuerzo en el cumplimiento del deber resulta de la conquista moral que alcanza la conciencia en plena sintonía con el equilibrio cósmico”
El cumplimiento del deber, el hacer las cosas correctamente en base a los códigos morales que las leyes espirituales señalan para el hombre, permite al alma humana crecer en felicidad, equilibrio y armonía. Los efectos saludables de esta actitud ya se sienten al instante, estando encarnados, no es preciso esperar recompensa alguna por el deber cumplido.
Cuando cumplimos con nuestras obligaciones espirituales, la salud física, mental y psicológica se instalan en los centros de fuerza de ese cuerpo intermedio llamado periespíritu, y de forma inmediata son transferidas a los centros celulares y orgánicos, produciendo un equilibrio de las células y del funcionamiento orgánico, retrasando el envejecimiento y liberando a través de las neuronas y las glándulas suprarrenales las sustancias bioquímicas que nos producen felicidad y sensación de bienestar, léase serotonina, noradrenalina, dopamina, etc.
Además de ello, el ser humano, al cumplir con su deber, se siente mental y emocionalmente equilibrado y avanza con mayor seguridad en el tránsito de la vida física, evitando con frecuencia los miedos y los obstáculos que suelen condicionar las realizaciones. Es un proceso en el que la armonía interior viene a visitarnos y nos ofrece la oportunidad de seguir creciendo y progresando espiritualmente con el cumplimiento de nuestras obligaciones.
Es pues un paso importante tomar conciencia de las obligaciones y responsabilidades ético-morales, tanto humanas como espirituales. No deben desdeñarse en absoluto, pues a través de ellas nos volvemos ejemplos útiles, solidarios y agentes del bien en el entorno en el que nos desenvolvemos, colaborando con ello al bienestar social y familiar al servir de ejemplo a aquellos con los que nos relacionamos.
¿Hacemos lo que debemos? Preguntemos a nuestra conciencia, realicemos introspección y evaluemos, en el conocimiento propio, la respuesta adecuada. Mirando al interior con objetividad, sin intentar engañarnos a nosotros mismos, comprenderemos que el cumplimiento de nuestros deberes y obligaciones no es una carga ni un castigo, sino más bien la gran oportunidad de progreso que se nos ofrece con la recompensa inmediata del equilibrio y la armonía interior.
Y en cuanto a los beneficios que esta actitud nos reportará en la evolución personal de nuestra alma inmortal, el tiempo y la ayuda inmediata que recibiremos serán la constatación evidente de nuestro crecimiento y progreso hacia la felicidad que a todos nos aguarda.
¿Hacemos lo que debemos? por: Redacción
2019, Amor, Paz y Caridad
“El deber que nos impone renuncia y sacrificio también nos eleva hacia la armonía, liberándonos de los conflictos y de las dudas”
Divaldo Franco/Juana de Ángelis- Libro “Jesús y la Actualidad”
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