EL HOMBRE ANTE LA GRANDEZA ESPIRITUAL

0
300
  
 
  Es en la vorágine de la vida donde se forjan las grandes aventuras y heroicidades que los hombres son capaces de hacer, es en la lucha diaria, en aquello que cuesta trabajo y esfuerzo conseguir, donde el hombre se eleva cada vez más a planos de mayor inspiración y
luz hasta alcanzar, con el transcurso de los siglos, la felicidad eterna.
 
  Si no somos capaces de empezar por el escalón más pequeño, ¿cómo pretendemos subir escaleras más grandes? Si ante nosotros se presentan horizontes de grandeza y éxito espiritual, hemos de saber tomarlos con filosofía, con calma, aprovechando el tiempo poco a poco, con alegría y entusiasmo en nuestro trabajo cotidiano.
 
   Es el hombre la criatura más grandiosa de la creación divina porque puede modelar a voluntad su propio destino. El espíritu, obra suprema del Creador, está en el universo para dar esplendor y grandeza a su propio origen, y a través de aquellos actos que lo elevan, lo dignifican o lo subliman espiritualmente, Dios alcanza mayor dimensión para nosotros mismos, pues vemos reflejadas esas cualidades en el ser supremo en toda su magnitud, en ese ser que nos dio la vida eterna como el mayor de los dones, concediéndonos la felicidad como consecución final de nuestro peregrinaje de siglos.Todo este planteamiento nos hace ser más responsables que nunca ante nuestro propio progreso, que es la clave de nuestras existencias terrenales, que se nos presenta arduo y difícil, pero al mismo tiempo grandioso y elevado, pues en el esfuerzo que el progreso espiritual lleva consigo, el espíritu humano se dulcifica con la humildad, se eleva con el amor y se resigna ante el sufrimiento, comprendiendo el adelanto que éste último supone.
 
   La comprensión de esta forma de entender la vida es compartida por muy pocos espíritus encarnados en este planeta. Pero también para todos ha llegado ahora la etapa final de su ejercicio. Un ejercicio de cientos o quizás miles de años, de sufrimientos y alegrías, de éxitos y fracasos que han hecho del espíritu encarnado, existencia tras existencia, un acervo importantísimo de experiencias, una amalgama de sentimientos, pensamientos y acciones positivas y otras no tanto; todo un mundo de personal idiosincrasia, única e intransferible y que ha forjado el carácter y la personalidad de cada hombre en los siglos que lleva acumulados de evolución.
 
   En todo ello encontramos la grandeza del esfuerzo, un esfuerzo generoso que ha sido la base del éxito de aquellos que lo han practicado, y que ahora en su etapa final de evolución, encuentran la satisfacción interior de tener conseguidos íntimamente aquellos valores que forjaron anteriormente con sus obras.
 
  ¿Y qué mayor grandeza podemos encontrar en nuestro interior que la de saber que nuestro espíritu es el mayor y más grande almacén de experiencias y conocimientos que existe y existirá nunca?; nada se pierde, todo queda indeleblemente grabado para despertar poco a poco la conciencia y hacerla más viva, más elevada, más cercana a la realidad divina y a sus leyes.
 
   Por eso nos advierten las leyes espirituales que estamos llegando a un final temporal, algunos recogerán frutos buenos, otros frutos amargos, así pues, se cumplirá nuevamente aquella frase pronunciada dos mil años antes: «A cada cual según sus obras».
 
 
REDACCIÓN
 
Publicidad solidaria gratuita