Continuando nuestro análisis sobre la evolución humana, es preciso detenernos en un apartado, por escasamente desarrollado, no menos importante: las relaciones, vínculos y compromisos personales con otros seres humanos que, al igual que nosotros, se hallan inmersos en el mismo camino evolutivo y nos afectan directa o indirectamente.
El ser humano se halla concebido para progresar en sociedad, aprendiendo unos de otros y fomentando relaciones y ejemplos que se implementan mediante vínculos afectivos y personales que sobrepasan el tiempo de las vidas físicas, prolongándose incluso en el mundo espiritual al que volvemos después de cada reencarnación.
Nuestros padres, hijos, familiares, amigos e incluso enemigos se vinculan a nosotros a través de las experiencias comunes que tenemos y que a veces son positivas y otras no tanto. De las unas y de las otras hemos de aprender para enfocarlas y orientarlas debidamente hacia nuestro progreso y evolución.
Cuando cometemos errores y perjudicamos a alguien, la ley de causa y efecto nos pone ante la tesitura de la rectificación; y el pago de la deuda contraída ha de realizarse por amor o por dolor. Nuestro libre albedrío decide cómo hacerlo, ya que la condición humana necesita vivir todo tipo de experiencias para grabar en su conciencia los senderos rectos del progreso que nos hagan crecer espiritualmente vida tras vida.
Cuando por el contrario somos ofendidos, perjudicados, humillados o masacrados, la ley nos ofrece la oportunidad de progresar mediante el ejercicio del perdón; dádiva divina que nos eleva por encima de las miserias y venganzas del hombre primitivo y que nos permite alcanzar grados de luz y de conciencia superior.
Por ello, sean como fueren las experiencias que vivimos, lo importante es saber que las compartimos con seres que al igual que nosotros viven en la imperfección y que también al igual que nosotros pueden equivocarse, unas veces conscientemente y otras de forma involuntaria.
El reconocimiento de nuestra inferioridad espiritual, nos acerca a la humildad al comprender que nada hay por encima del creador y de sus leyes y que, aunque no lo comprendamos por nuestra limitada naturaleza, siempre existe un beneficio de progreso personal y colectivo si somos capaces e entender la prueba, la expiación o la experiencia que nos acontece afrontándola con humildad y fe.
Para ello contamos con recursos propios y ajenos. Los propios son nuestras capacidades, la evolución adquirida a través de siglos de experiencias, el acervo de las circunstancias individuales que forman nuestra personalidad, son elementos que condicionan nuestro progreso y la forma en que nos enfrentamos a las experiencias que vivimos.
Los recursos ajenos son aquellos que vienen en forma de apoyo y ayuda a nuestro propio discurrir en la tierra. Estos pueden provenir de otros compañeros de viaje, encarnados o desencarnados; familiares, amigos, etc. Cuantas veces ante pruebas difíciles o circunstancias dolorosas y traumáticas nos vemos incapaces de rehacer nuestras vidas; y sin embargo recibimos la ayuda inesperada de otros seres queridos que nos ayudan a levantarnos y nos ofrecen el ánimo y la fuerza suficiente para seguir progresando y superando adversidades.
La fraternidad en su acepción más simple es el hermanamiento de los seres humanos, el apoyo mutuo ante las dificultades, la solidaridad y la caridad bien entendida. Aunque pueda parecer una utopía, siempre que encarnamos venimos con ayuda espiritual que, junto a nosotros, procura incentivar nuestro progreso orientando nuestras vidas por el camino trazado antes de encarnar, a fin de superar las dificultades programadas, a fin de conseguir superar los retos planteados y para que podamos conseguir el crecimiento espiritual que nos permita superar etapas y avanzar en el camino de la evolución.
El desconocimiento del mundo espiritual invisible que nos rodea no nos exime de su influencia, y allí, más que aquí, contamos con amigos fraternos, hermanos, padres y madres de otras vidas que procuran nuestro bien a poco que nos centremos en el objetivo del progreso que nos ha traído a la vida.
Cuando nos desviamos de ese objetivo pre-encarnatorio, y nuestra vida se dirige únicamente por los deseos de orden material sin una orientación o fin de progreso superior, la asistencia espiritual también existe pero es más limitada en eficacia e influencia, ya que las leyes espirituales de afinidad y simpatía nos mantienen conectados mediante nuestros sentimientos, pensamientos y deseos. Dependiendo de la naturaleza de los mismos conectamos con mayor facilidad con uno u otro tipo de influencias espirituales.
A mayores acciones, pensamientos y sentimientos de bien las ayudas que se reciben de los planos superiores son mucho mayores y los vínculos con espíritus superiores se hacen habituales.
Otro aspecto son los vínculos que se trasladan de vida en vida, las relaciones que mantenemos con aquellos con los que hemos encarnado, nuestra familia, amigos, conocidos. En la mayoría de ocasiones no son circunstancias casuales sino consecuencia de nuestras relaciones del pasado, positivas o negativas. Espíritus vinculados en el pasado por relaciones de amor o de odio y que programan conjuntamente sus vidas para perdonarse, amarse, probarse a sí mismos y ser capaces de superar pruebas que en el pasado no pudieron superar.
Este es el mayor sentido evolutivo del progreso, la posibilidad que nos ofrece la ley de, a través de las vidas sucesivas, rectificar errores, cumplir con los compromisos adquiridos y ampliar nuestra conciencia y nuestras experiencias para crecer espiritualmente.
Cuando se comprende la inmortalidad del espíritu humano la perspectiva del futuro y de nuestra posición en la tierra cambia rotundamente y empezamos a comprobar que sobre nuestras vidas existe la oportunidad de labrar nuestro propio destino; feliz o desdichado en función de nuestra actuación aquí y ahora.
Comprendemos pues que, los vínculos que nos mantienen unidos a otros espíritus no son casualidad, y que a veces venimos a ayudar y en otras ocasiones necesitamos ser ayudados. Nos hacemos conscientes de que esos vínculos familiares, personales, etc. son también compromisos adquiridos y hemos de saber identificarlos para cumplir adecuadamente con ellos.
La ciencia del espíritu, la comprensión de las leyes que rigen la evolución del ser y de la conciencia humana nos ayudan a entender estos compromisos y vínculos que no son fruto de la casualidad y al mismo tiempo delimitan nuestro campo de trabajo; el lugar donde hemos de esforzarnos con mayor insistencia para cumplir con la mayor parte del objetivo que nos ha traído a la tierra.
No perdamos pues el norte de por dónde y hacia dónde comenzar nuestro trabajo espiritual, comencemos primero dando ejemplo ante aquellos con los que hemos venido, ayudando en todo lo que nos sea posible y cumpliendo de esa forma una parte muy importante de nuestro trabajo en esta existencia.
Los vínculos y compromisos son la base por donde comenzar nuestro camino de redención moral y espiritual, no los desdeñemos porque aquí encontraremos las mayores dificultades, pero el esfuerzo por superarlas elevará nuestra conciencia de forma notable liberándonos de relaciones perniciosas del pasado y preparándonos para nuevas metas de mayor profundidad y esclarecimiento personal.
A.LL.F.
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