MILAGROS DE GRATITUD

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  De Buenos Aires me ha enviado un espiritista el relato que copio a continuación, suplicándome dicho espiritista que pregunte al guía de mis trabajos la causa que dio tan maravilloso efecto. La narración de tan sorprendente suceso es la siguiente:
 
AHORCADO TRES VECES Y VIVO. LA HISTORIA MARAVILLOSA DE UN CONDENADO A MUERTE.- El gobierno inglés indultó en el año 1885 a un hombre que seguramente constituye un caso único en los anales de la justicia. Como que el tal se ha visto tres veces en el patíbulo en un mismo día, y de las tres ha salido vivo. Los detalles de su historia son tan extraordinarios que, a no haber ocurrido en nuestros días, se los creería ficción de un novelista. 
 
  En la madrugada del 15 de noviembre de 1884, Miss Keyes, señora soltera que vivía en Babbicombe (Inglaterra), fue asesinada misteriosamente. Los pocos indicios con los que contaba la justicia estaban en contra de John Lee, uno de sus sirvientes. Este fue juzgado y sentenciado a muerte.
 
  La horca se levantó en el patio mismo de la prisión. Tras los preparativos para la ejecución, el verdugo empujó la palanca para abrir la trampilla; pero ésta no funcionó. Se intentó arreglar y comprobando que ya funcionaba, una vez más se llamó al reo al patíbulo. Una vez más ocurrió lo mismo. Y curiosamente la trampilla funcionaba cuando no estaba John Lee en ella. Y ocurrió por tercera vez, la trampilla no se abrió a pesar de los intentos del verdugo.
 
  El capellán se interpuso al considerar que la providencia divina había intervenido. Posteriormente, el Gobierno inglés le conmutó la pena de muerte por cadena perpetua. Después de más de 20 años, un indulto le ha concedido recientemente la libertad.
 
Con verdadero afán de saber he preguntado a mi guía y éste me ha contestado brevemente diciéndome:
 
«La gratitud suele hacer milagros y con ese infeliz ha realizado uno de ellos. En su encarnación anterior, el héroe de esa historia perteneció al ejército; era un general de gran nombradía por su valor, por su arrojo temerario, que despreciaba todos los peligros por ir siempre adelante. En la víspera de una gran batalla le dijo un día a uno de sus asistentes, muchacho que le quería más que a su padre: «Oye, Juan  ¿te atreverías a ir a la ciudad cercana donde vive mi prometida, a llevarle una carta? Recuerda que tienes que pasar junto al campo enemigo, pero monta el mejor de mis caballos y vuela si te encuentras con ánimo de ir.»
 
  – Ya sabéis, señor, que por vos me arrojaría al fuego y moriría contento. Y Juan montó en uno de los mejores caballos del general y partió con la velocidad del rayo. Debía estar de vuelta al anochecer, pero llegó la noche y Juan no llegó a la hora indicada; y el general, dominado por la impaciencia y por un fatal presentimiento, montó a caballo seguido de un pelotón de soldados muy adictos a él y penetró en el campo enemigo, donde llegó muy a tiempo, pues ya estaba formado el cuadro para fusilar a Juan, creyéndole un espía de las fuerzas contrarias. El general se llevó victorioso a su fiel asistente. Salvó a uno y mató a ciento, ayudado por sus parciales, y Juan quedó tan agradecido a la acción de su general, que nunca se separó de él, muriendo juntos muchos años después en el campo de batalla. Ya en el espacio, Juan se dio cuenta muy pronto de su cambio de estado, llamándole muchísimo la atención que su amadísimo general ya no tenia condecoraciones sobre su pecho, una túnica oscura le envolvía y su semblante denotaba el sufrimiento. ¡Qué diferencia de cuando estaba en la tierra, que su voluntad se cumplía como si fuera un mandato supremo! ¿Por qué era aquel cambio? Y él, el pobre soldado, se veía envuelto en una blanca túnica y todo su ser irradiaba luz, pero una luz vivísima, y es que Juan era un espíritu noble, generoso, abnegado, que durante muchos siglos no había hecho otra cosa que sacrificarse por amigos y enemigos, que había enjugado muchas lágrimas, que había sido un bienhechor de la humanidad, siempre en las esferas más humildes; pero se cumplió en él el adagio evangélico: «El que se humilla, será ensalzado».
 
  Juan  al conocer el triste estado de su antiguo general, se convirtió en uno de sus espíritus protectores, y como su protegido tenía en su hoja de servicios muchas manchas sangrientas, se dio palabra a sí mismo de ser su «ángel bueno», en recuerdo de haberle salvado la vida a riesgo de la suya. Y por eso su gratitud, que es inmensa, hizo el «milagro» de salvarle tres veces en un día de morir ahorcado. El condenado de hoy, acusado de homicidio, es el general de ayer, y como la única acción buena que hizo en su anterior existencia fue salvar la vida de su fiel servidor, aquel rasgo de verdadero cariño, aquel arranque de amor paternal, es la base del milagro verificado hoy por un espíritu agradecido; que la verdadera gratitud es la madre de todos los sacrificios. ¡Dichosos los seres agradecidos que son los verdaderos santos en los mundos y en el espacio! Adiós.
 
¡Qué narración tan hermosa! ¡Qué espíritu tan noble el del humilde asistente! No es extraño que ya esté convertido en un ser luminoso. ¡Dichoso él! Cuán bien dice el espíritu del Padre Germán: ¡Qué bueno es ser bueno! ¡Benditas sean las almas agradecidas!…
 
Extraído de la «LUZ DEL PORVENIR», nº 55, abril 1909, editada en Villena y firmado por AMALIA DOMINGO SOLER.
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