UNA RED DE DOS UNIVERSOS

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Una red de dos universos

“La teoría cuántica revela un estado de interconexión esencial del Universo, siendo este como una tela interligada de relaciones físicas y mentales «.  

Fritjof Capra – Físico – Libro “El Tao de la Física «

Todo lo que existe en el Universo, todo lo que tenga masa o no, ocupa un lugar en el espacio: o es materia o energía. Esta definición sobre los dos elementos generales del Universo ha venido siendo aceptada desde Newton. Sin embargo, desde mediados del siglo pasado, la física de partículas ya ha demostrado que es insuficiente, pues existen estados de la materia y la energía que trascienden las dimensiones del tiempo y del espacio.

Hoy, en esta última década, los cosmólogos afirman que sólamente conocemos el 4% de toda la materia y energía del Universo. El otro 96% está formado por energía oscura (70%) o materia oscura (26%) sin saber todavía muy bien qué son. La energía oscura surge de un campo llamado la “quintaesencia”, nombre tomado del quinto elemento que designaba en la antigua Grecia el éter universal (*) que impregna todo en el universo.

Esta controversia científica ha puesto de relieve las probabilidades de universos y dimensiones paralelas que apenas comenzamos a vislumbrar. Desde un mundo de tres dimensiones (alto, largo y ancho) llegamos a Einstein, que incorporó el Tiempo como la cuarta dimensión. 

Hoy en día son numerosas las hipótesis científicas que aparecen explicando la realidad de la física como algo más complejo de lo que podemos vislumbrar; entre ellas destaca “la teoría de cuerdas”, o “el orden implicado” de David Bhom, que afecta a todo el universo indivisible, donde todas las cosas están envueltas y relacionadas, incluso aquellas que no se manifiestan. El premio Nobel de Física Erwin Schrödinger habla de este entrelazamiento como el trazo más característico de la mecánica cuántica.

“El universo es como un holograma: El todo es las partes y cada una de las partes contiene al todo. El orden implicado, es una realidad indivisible, e infinitamente profunda, cuya naturaleza se extiende desde la física hacia la filosofía, la biología y la religión».  

David Bhom – Físico 

La concepción del Universo como un gran mecanismo en el que el hombre es  analizado como una máquina biológica es ya insuficiente y obsoleta. El hombre está conectado permanentemente con el universo a través de su mente y su cerebro mediante sus pensamientos y emociones. El psicólogo Natanael Branden explica que “vivimos en un océano de pensamientos nutriéndonos de substancia mental, absorbemos y proyectamos constantemente pensamientos que nos conectan con aquellos que piensan como nosotros”. 

Esto es una ley universal que conocemos muy bien: la ley de afinidad y vibración, pues vibrando los pensamientos en determinada faja y sintonía, aquellos que son semejantes se afinan y se interconectan, como ocurre con las frecuencias que transitan en una misma onda.

Confirmando lo anterior, el investigador Dean Radin explica: “en un nivel de realidad más profunda, nuestros cerebros y mentes se hallan en comunión íntima con el Universo, siendo la psi la forma en que se experimenta este universo entrelazado”.

De nuevo la ciencia viene a confirmar que el ser humano es algo mucho más que simplemente materia, y las leyes de la física de partículas, de la mecánica cuántica y de la relatividad general de Einstein acerca del tiempo y el espacio confirman a Max Planck (Nobel de Física) cuando afirmó que “la materia no existe …, es otra forma de energía”.

El ser inmortal que trasciende la materia, que vibra y se manifiesta a través del cerebro, la mente y la conciencia, es el punto de encuentro donde se efectúa la conexión con esa red universal de la que formamos parte. Ese ser que llamamos alma o espíritu se desenvuelve en la dimensión que le corresponde -con cuerpo físico cuando está encarnado- o en estado espiritual cuando deja el cuerpo y regresa al espacio, donde sigue viviendo, vibrando, pensando, sintiendo, etc… hasta que le llega el momento de volver a reencarnar. 

Todo ello es posible -como explicó Kardec de forma brillante en la obra El Génesis-  gracias a la energía (fluido universal) o materia cósmica primitiva como elemento que dio origen a los mundos y que penetra todos los cuerpos, desde una galaxia a un insecto. A esta energía o fluido cósmico le son inherentes las fuerzas que efectúan las metamorfosis de la materia y que rigen el mundo, la transformación de los seres y la evolución de la naturaleza. Fuerzas como la gravedad, el electromagnetismo, la cohesión, la afinidad o la ley de atracción.

El Universo es un todo del que formamos parte y con el que mantenemos una conexión permanente, también con los demás seres humanos. Podemos afirmar sin equivocarnos que, como seres conscientes y actuantes, nuestra forma de pensar y obrar influye en el todo debido a la conexión que tenemos con él, al mismo tiempo que somos también afectados por las propiedades de las demás partes. “Todo está en todo»

Lejos de ser este un planteamiento panteísta, es justo lo contrario. La libertad individual, de acción, relación y atracción nos permite “ser lo que somos y lo que queremos ser”. De esta forma, nuestra individualidad se acrecienta y progresa (en el panteísmo la individualidad se diluye). Y es la confirmación de la capacidad de transformación y cambio que tenemos, así como de la influencia que nuestro ser individual puede alcanzar en todo aquello que nos rodea y en las personas con las que nos relacionamos, al pensar y actuar de una forma concreta y determinada.

Las leyes divinas nos ponen en el camino para crecer y progresar sin fin, formando parte de esa creación divina en un doble aspecto: uno es el Universo físico, en el que percibimos nuestra pertenencia a un sistema material que captan nuestros sentidos, lugar dónde nos encontramos, un planeta que forma parte de un sistema y unas leyes físicas que nos afectan y condicionan. 

Y el segundo aspecto, el subyacente, aquel que no vemos pero que viene condicionando nuestra evolución desde hace millones de años, es la pertenencia a un Universo espiritual que no captamos pero que sentimos y del cual formamos parte -queramos o no-. En permanente transformación y cambio, al igual que el universo físico.

Una red invisible que nos impele de forma constante hacia el progreso, el crecimiento moral e intelectual, la evolución y el perfeccionamiento de aquellos valores inmortales que nada tienen que ver con la materia y que se encuentran latentes en nuestro interior, permaneciendo en un impulso permanente de avance hacia estados de plenitud superiores que nuestro ser inmortal debe alcanzar, pues todo conspira a favor de nuestra felicidad, presente y futura.

La fuerza permanente de energía y creación que ha originado todo esto es la causa e inteligencia suprema a la que damos un nombre -Dios-. Él es el autor de estos universos que nos afectan y los ha creado por amor, para tutelar nuestro camino hacia la única realidad que nos debería importar: el regreso hasta su casa, pero con la plenitud de facultades divinas desarrolladas en nuestra alma, donde brilla de forma sustancial el Amor Universal, al ser esta la auténtica naturaleza del Creador.

Una red de dos universos por:  Antonio Lledó Flor

©2018, Amor, Paz y Caridad

“El espiritismo expande el pensamiento y le abre nuevos horizontes, en lugar de la visión estrecha concentrada en la vida presente, nos muestra que ésta es tan sólo un hilo en la obra del Creador. Muestra la solidaridad que liga todas las existencias del mismo ser, de todos los seres del mundo y de otros mundos, estableciendo la base de la fraternidad universal. Esa solidaridad de las partes de un mismo Todo explica lo que es inexplicable, si se considera sólo una parte «.

Libro El Evangelio según el Espiritismo. Cap. II Item nº 7— Allán Kardec – S. XIX

(*) La filosofía espírita lo define y lo conceptúa como FLUIDO CÓSMICO UNIVERSAL

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