REQUISITOS DEL PROGRESO: EL DEBER COMO MEDIO DE SUPERACIÓN

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El deber como medio de superación

Son muchos los valores que debemos ir atesorando internamente a lo largo de la existencia. Vida tras vida, experiencia tras experiencia, vamos descubriendo nuevas facetas; positivas y negativas, que van presentándose en la medida en que reaccionamos ante las nuevas alternativas y dificultades que el día a día nos depara.

Las vivencias pueden ser atesoradas si somos conscientes de los acontecimientos diarios. Unos pasan desapercibidos, otros llegan como una tumultuosa marejada. De no prestarles la debida atención resultarán inútiles, y las horas, los días, los años; en resumen, el tiempo, pasará estérilmente. Pero si realmente estamos convencidos de que todo obedece a un fin predeterminado, entonces, nuestra visión será completamente distinta; nos preocupará resolver los problemas y atender los requerimientos morales que, como pruebas, se nos presentarán. De ese modo, mantendremos un espíritu abierto, así como unas expectativas y deseos de progresar en la lucha cotidiana. Saldremos al paso de los acontecimientos en lugar de verlos venir.

El ser humano, en su actual proceso evolutivo, podría definirse, más que como un ser racional e intelectual, como un ser moral. No obstante, el pensamiento y la razón son sus mejores consejeros, son el cayado en el que descansa, y el adecuado discernimiento le ayudará a librarse de muchas equivocaciones y errores. No obstante el mejor método, el más efectivo para progresar, si cabe, es un escrupuloso cumplimiento de los deberes morales. Pero siempre, sin perder de vista a sus enemigos: la desidia, la relajación, la pereza y la comodidad, entre otras cualidades negativas. Actitudes que, ante una falta de control, intentarán desviarnos de los compromisos. Y nuestra naturaleza humana ayudará; pues su inclinación natural es dejarse llevar por esos defectos.

El sentido común, el discernimiento y la razón nos llevan a la certeza de que el trabajo pendiente es interminable, trabajo por realizar en favor de nuestros iguales y que finalmente redundará en beneficio propio. La naturaleza humana, en su inclinación natural, intentará que dejemos de lado sacrificios, renuncias y dedicación, e intentará evitar la auto-imposición de los deberes morales. Las obligaciones profesionales y materiales vienen ya por sí solas, están diseñadas por las empresas y sus estamentos directivos; se objetivan y se obligan a cumplir, muchas veces bajo la presión mediática del miedo a la pérdida del trabajo y el sustento.

Ahora bien, los deberes morales merecen otra catalogación, nacen del íntimo deseo de superación, de nuestra conciencia superior. Y sucede que el mundo nunca ha valorado, ni valorará, el cumplimiento de esos compromisos morales; ni los quiere ver, ni obliga a que se cumplan. Solamente la voz de la conciencia servirá de ayuda.

Cuando al final del día efectuamos una revisión de los acontecimientos de la jornada, el cansancio por el trabajo realizado aparece, y la satisfacción del deber cumplido tranquiliza la conciencia y reconforta al espíritu, proporcionándonos las fuerzas necesarias para continuar al día siguiente.

Es muy relevante, atender los compromisos que llevamos implícitos como espíritus inmortales, y que podríamos definir como el progreso a través de las experiencias en la búsqueda de la perfección. Esa es nuestra misión como espíritus cuando utilizamos un cuerpo físico. Por ello, resulta conveniente abordar, lo antes posible, el balance de nuestras vivencias y tomar cumplida nota de los deberes a priorizar en el transcurso de nuestra vida en la Tierra. Si tenemos inquietudes espirituales, es necesario, que de cuando en cuando, hagamos una reflexión para determinar si nos movemos en el camino correcto, que estamos haciendo aquello que nos comprometimos, que somos fieles valedores de la doctrina que representamos y que servimos de ejemplo ante la sociedad.

Un alto en el camino y una serie de preguntas íntimas nos debe llevar al convencimiento de estar haciendo todo lo posible, o también a determinar, si por el contrario, estamos haciendo poco o prácticamente nada. La relajación, la comodidad, la desidia, la pereza y otros tantos defectos morales pueden ir desviándonos de las metas comprometidas, dejando muy atrás la ilusión y el entusiasmo con los que empezamos en este sendero.

El deber es la obligación moral por excelencia, primero con respecto a sí mismo, y después  respecto a los demás. El deber es la ley de la vida y se encuentra en los más ínfimos detalles, al igual que en los más elevados. Yo hablo sólo del deber moral, y no del que imponen las religiones. Instrucciones de los espíritus. EL DEBER, Lázaro. París 1863. Extraído del evangelio según el espiritismo.

La ilusión es un atributo que debemos mantener y cuidar; que no se debe perder para ir creciendo con el tiempo, porque a medida que se van alcanzando los logros previstos, surgen nuevas metas y objetivos. Mientras exista vida debe existir realización; el trabajo que aguarda es ingente y para poder afrontarlo resulta imprescindible el compromiso con los principios personales. Esta predisposición evitará la pérdida de la fe, de los deseos y de las motivaciones y, muy especialmente, activará la ilusión de seguir participando en las actividades del grupo espírita. Existen personas, componentes de grupos, que atraídos por las nuevas tendencias y novedades sociales, poco a poco, van perdiendo el norte de su compromiso espiritual, pensando que lo tienen todo ya realizado dentro de su filosofía y convencidos de no encontrar nuevos y estimulantes retos.

Es su decisión y debemos respetarla, pues por encima de todo, debe primar el libre albedrío personal.

Muy al contrario, si nos vamos renovando íntimamente, según va transcurriendo el tiempo; si mantenemos el ímpetu y entusiasmo inicial por seguir aprendiendo y evolucionando, esta actitud nos fortalecerá y nos permitirá adquirir una sólida base de lealtad, voluntad y perseverancia hacia los propósitos y compromisos. Resulta muy difícil que a un espíritu de esas cualidades, el viento le haga tambalearse, porque estará preparado para superar las pruebas y momentos de crisis que, más pronto o más tarde, se le presenten. Y en esa convicción, podrá mantener sus objetivos a lo largo de la existencia.

Por tanto, debemos ser conscientes que con el paso del tiempo; si no atendemos el trabajo y los deberes comprometidos, podemos encontrarnos determinados peligros que podemos resumir básicamente en cuatro:

1.- Los defectos o debilidades no corregidos en su momento.

Cuando no alcanzamos a entender y asimilar las pruebas, experiencias y dificultades por las que vamos atravesando, éstas dejan una herida abierta, un sentimiento de inseguridad y de incertidumbre, de malestar e insatisfacción; una espina clavada que no sabemos dónde está y como extraer. Es una prueba que quedará pendiente para nuestro espíritu y que volverá a presentarse, una y otra vez, tantas ocasiones como resulte necesario, hasta que, finalmente, sea aprendida y corregido el defecto desde su raíz, desapareciendo así del futuro.

2.- El conformismo.

Terrible peligro, pues llegados a cierto punto, nos sentimos cansados, desganados, carecemos del empuje inicial y del deseo de llevar a cabo el trabajo como al principio. Es algo que resulta, hasta cierto grado, natural y lógico. No obstante la experiencia debe ayudarnos a conocer en qué otras actividades podemos participar para no perder ese impulso natural de progreso que está instalado en nuestro espíritu y que nunca nos abandona. Pueden influir los años, la edad, el hecho de sentirse mayores y creer que toda la labor fue ya realizada, o que las nuevas tareas nunca llegarán a ser cumplidas. Se trata de pobres justificaciones, fruto de la comodidad, el abandono, de la pereza y de no ejercitar la fuerza de voluntad.

3.- La comodidad.

Estado que puede inducirnos a no apreciar el peligro que representa para el progreso del espíritu, pues invita al arte del mínimo esfuerzo y a la molicie. Nos induce a mantener la conciencia dormida y callada ante los requerimientos de nuestro yo superior. Y es que somos unos maestros redomados en el arte de desvirtuar los mensajes de nuestra conciencia superior y de los guías espirituales. 

4.- La monotonía y el estancamiento.

Estados que igualmente afectan a personas que consideran como más importante, sobre todo en los grupos espíritas, la práctica de los trabajos mediúmnicos sobre otras actividades necesarias y fundamentales; con dicha actitud creen cumplir todos sus compromisos. No olvidemos que somos también responsables de lo que debíamos hacer y no hicimos, desoyendo así, la voz de la conciencia superior. Más pronto o más tarde, rendiremos cuentas ante tribunal de la vida.

Por ello es muy importante atender y no descuidar la misión espiritual en la Tierra. También deseamos puntualizar, que resulta muy conveniente revisar nuestros verdaderos deberes como espíritas; siempre, con el fin de renovarnos día a día y evitar el estancamiento, el conformismo, la monotonía, la comodidad y la molicie; defectos que por pura sintonía, se encadenan unos a otros, llevando al espirita a un estado de aletargamiento y pasividad, impropios de todo aquel que se considere trabajador de la Obra; trabajador que dice pertenecer a un grupo espirita y que afirma estar asistido y asesorado por espíritus superiores.

La semilla que dejó el Maestro: ¿Se está secando? ¿Encontró el terreno fértil para fructificar? ¿Cuáles son los deberes de los Espíritas? ¿Se cumplen? Estos y otros interrogantes deberían mantenernos alerta y fieles a la doctrina del Maestro, quien, como bien sabemos, se sacrificó para servir de modelo con sus enseñanzas y ejemplos. Evidentemente, no damos la talla.

Si nos auto-convencemos que tenemos pocos deberes que cumplir, nuestra vida irá siendo cada vez más estéril y no seremos conscientes de estar dándoles mayor valor a las cosas materiales. Vivimos preocupados por las necesidades más básicas y olvidamos los asuntos espirituales, que dejamos como algo secundario. Disfrutamos de una vida cómoda y placentera, olvidando que con la desidia y el abandono espiritual, nos estamos labrando un doloroso futuro.

 

El deber como medio de superación por:         Fermín Hernández Hernández

© 2017, Amor, Paz y Caridad

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