Entre las leyes naturales de la vida, quizás la que más nos cueste encajar es la Ley de Destrucción, por lo que supone para el ser humano de tragedias, sufrimiento y dolor.
Es bien sabido que vivimos en un planeta en continua transformación. Atrás quedaron los primeros procesos geológicos, muy convulsos, donde las placas tectónicas, en sus desplazamientos, configuraron los continentes durante millones de años, con profundos y constantes cambios hasta llegar al estado actual.
La Tierra es un ser vivo en continua metamorfosis y está considerado como un planeta todavía joven, por lo que resulta esperable que continúe modificándose en el futuro, hasta llegar a un equilibrio definitivo.
Existen en la actualidad zonas más sensibles a dichos cambios, puntos del planeta que se ven sometidos periódicamente, a convulsiones, movimientos telúricos, inundaciones y desplazamientos de tierra; seísmos que las hacen más vulnerables que al resto. Como es obvio, existe una mayor preocupación por aquellas zonas que mantienen una gran aglomeración de personas. En determinados casos, las autoridades locales y/o gubernamentales llegan a establecer algunas medidas para minimizar los posibles daños humanos y materiales (sirva como ejemplo el caso del país del sol naciente, Japón).
El ser humano, consciente de los cambios y transformaciones que de un modo natural suceden en el planeta, debe paliarlos en la medida de sus posibilidades, impidiendo la especulación que no toma en cuenta la seguridad y el alto riesgo de esas zonas habitables más sensibles; para conseguir transmutar la ambición egoísta en valores positivos como la solidaridad, la prevención y el apoyo a los más pobres y desfavorecidos.
Tanto los fenómenos naturales, como son los desplazamientos de las placas tectónicas, con cadena de seísmos, erupciones volcánicas y tsunamis; como también los fenómenos atmosféricos, tales como los ciclones y los huracanes, cumplen una importante función depuradora en el planeta, pues limpian y modifican la corteza terrestre, transformándola, paso a paso, en un hábitat mejor. Todos estos cambios son necesarios porque forman parte de la vida en evolución.
Todo el universo está en movimiento: los átomos, las células, las plantas, los animales…; y el hombre y su entorno no podía ser una excepción.
Estos fenómenos naturales obligan al ser humano a desarrollar el ingenio, la inteligencia y los valores morales; actitudes todas, que contribuyen a su crecimiento y desarrollo evolutivo en sus innumerables facetas.
La Ley de Destrucción obedece a un principio que se podría sintetizar del siguiente modo: “No se pueden construir muros nuevos sobre los viejos”. Es necesario demoler las viejas estructuras para construir las nuevas, mucho más firmes, modernas y seguras. Esta es la sabiduría que nos aporta la historia.
Si no hubiesen existido las enfermedades o las epidemias que diezmaron sistemáticamente a los pueblos durante miles de años, el hombre no se habría esforzado en mejorar sus condiciones de vida, buscando los remedios para recobrar la salud, a través de la observación y el estudio de la biología humana, así como de los seres vivos que le rodean. Si la vida hubiera proporcionado, desde un principio, los alimentos y remedios necesarios para subsistir sin esforzarse, el hombre seguiría estancado en las primeras etapas, no habría desarrollado su inteligencia, el ingenio, ni las cualidades que le proporcionan el trabajo, el sacrificio, la abnegación y la solidaridad. Demostrado está que nos necesitamos y dependemos los unos de los otros; no podemos vivir aislados del resto de la sociedad porque cada cual aporta sus cualidades y aptitudes.
La Ley de Destrucción nos brinda sabios mensajes, como la transitoriedad de la vida y de los elementos que la componen, y la fragilidad humana que nos hace vulnerables cuando permanecemos estáticos en la forma de actuar, pensar y vivir. La vida nos impele al trabajo, a la superación dinámica y a la lucha constante contra el deseo de acomodamiento.
Dicha ley pone también en evidencia las cualidades inexpugnables del espíritu, valores que el tiempo ni corroe ni desgasta. ¡Cuantas desgracias han hecho surgir los recursos latentes y adormecidos en el ser humano! ¡Cuantas personas se han volcado con una respuesta contundente a los graves problemas de sus semejantes, intentando intentar paliar sus infortunios y reveses!
El hombre se encuentra ante constantes desafíos; desafíos que le exigen esfuerzo, trabajo, sacrificios y elevación interior. Es como el alfarero que moldea con sus manos el barro compacto, amorfo, para darle una forma bella y útil. Con cada triunfo, con cada conquista se engrandece, avanza, capacitándose para nuevas empresas, nuevos desafíos que la vida le reserva; en constante búsqueda de su bienestar y felicidad.
Ante la Ley de Evolución, nada ni nadie puede permanecer inactivo indefinidamente.
Situación muy diferente es la de las guerras como elementos de destrucción humana, que dejan de relieve la predominancia de la naturaleza animal sobre la espiritual, el predominio de las pasiones sobre las virtudes. Es el egoísmo que proclama su autoridad mediante la fuerza, que desea dominar y explotar a quienes considera equivocados o inferiores; a aquellos que entorpecen sus deseos de expansión, de ambición y riqueza, en beneficio de los pocos que detentan el poder temporal. Incluso en estas ocasiones, y considerando las terribles situaciones de destrucción indiscriminada, se crean consecuencias positivas para el crecimiento espiritual del ser humano; es la lucha constante por la libertad y el progreso. De un mal se extrae un bien, como del burdo estiércol florecen las rosas. Dios aprovecha las bajezas y los errores humanos, para darle la vuelta a las situaciones y transmutar lo negativo en positivo sin importar el plazo. Simplemente, nuestros sentidos y limitaciones nos impiden vislumbrarlo todavía.
En el ítem 733 del Libro de los Espíritus, Allan Kardec pregunta: ¿La necesidad de destrucción existirá siempre entre los hombres de la tierra? A lo que los espíritus le responden:
«La necesidad de destrucción se debilita en el hombre a medida que el espíritu se sobrepone a la materia, y por esto veis que al horror a la destrucción le siguen el desarrollo intelectual y moral».
No hay que olvidar que la vida física en todas sus facetas no es más que una escuela temporal, nunca definitiva; es una herramienta de trabajo aprovechable durante un tiempo indeterminado, hasta que el ser humano se cualifica y es promovido a nuevas empresas, cada vez más sofisticadas y complejas. Para ello, el ser humano encarnará en mundos diferentes, una y otra vez, un sinnúmero de veces; puliéndose, mejorando, rectificando y construyendo. Más adelante, todo este esfuerzo será plasmado en la materia física. A medida que avanzamos, la materia se vuelve más sutil, acorde a los mundos que la acoge, y continuará sutilizándose progresivamente, hasta llegar al punto en el que el trabajo se desarrollará completamente en el plano espiritual, participando en la Gran Obra Divina, pero ya sin ensayos y pruebas, ni experiencias de índole material alguna.
Por tanto, la Ley de Destrucción juega un papel muy importante en la evolución del ser humano, es la constatación de un programa sabiamente estudiado, que sigue su curso y que nos obliga a actuar, a trabajar, en el momento y lugar apropiado. Nada es producto del azar, nada es producto de la casualidad, toda causa genera consecuencias; consecuencias producidas, bien por el uso del libre albedrío, bien por los errores o los aciertos, o por la realización de un programa previamente establecido; pero siempre, en la búsqueda de la perfección a través del desarrollo y la evolución personal.
Los grandes acontecimientos destructivos, al situar al hombre ante el trabajo y la superación, consiguen un más rápido progreso de la Humanidad, puesto que la sacan de su estancamiento, de la comodidad, de los placeres insanos y del atasco moral y espiritual; golpeando el orgullo y haciendo perceptible la fragilidad humana. Ponen de relieve las posibles oportunidades perdidas, ignoradas o mal aprovechadas.
Por último queremos remarcar la diferencia entre la destrucción necesaria y la abusiva. En ésta clase de mundos que son de expiación y prueba, todavía se hace necesario el sacrificio de animales para la obtención de alimentos, sin embargo, no siempre es la auténtica finalidad. Existen otras prácticas muy conocidas que consisten en matar por puro placer, lo denominamos caza deportiva, corridas de toros y otras también crueles, que ponen en evidencia nuestra falta de sensibilidad, nuestra falta de aprecio hacia los seres con los que compartimos el planeta. Tampoco quisiéramos pasar por alto, las condiciones reprobables a las que se someten a miles de animales con fines comerciales, con el único objetivo de sacar la mayor rentabilidad sin tener en cuenta unas condiciones dignas de vida para estas criaturas. Afortunadamente hoy día existen organizaciones y colectivos que trabajan para concienciar a la población, y al mismo tiempo para denunciar ante la justicia y ante las autoridades políticas los abusos por parte de determinadas industrias alimentarias sin escrúpulos.
Ciertamente, se va dando pasos, existen medios para una mayor concienciación social con el trato con los animales y el entorno; un entorno del que formamos parte y sin el cual, la vida tal como la conocemos, no sería posible. Las consecuencias de nuestro comportamiento como grupo social demuestran que no podemos vivir de espaldas a la realidad. El calentamiento global, la desertización, y el grave riesgo de desaparición de muchas especies, ponen sobre la mesa la urgente necesidad de cambios profundos; cambios de conducta para reconducir la situación, paliando, en la medida de lo posible, las consecuencias futuras.
Es una responsabilidad y un compromiso ineludible para todos.
Ley de destrucción por: José Manuel Meseguer
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