La caridad es, sin duda alguna, la asignatura pendiente de nuestra humanidad. Sin caridad no podríamos entender el amor; la caridad es la hermana mayor de ese valor tan grande e incomprendido, “el amor”; la mayor potencia del espíritu, la virtud por excelencia, la energía que irradia nuestro Creador y que impregna y envuelve el universo infinito.
Es bueno y conveniente que cada cierto tiempo repasemos y estudiemos esta virtud sin otro propósito, que ver hasta qué punto forma parte de nuestra personalidad y de nuestras vivencias cotidianas. Esto significará que estamos en el camino; si no es así, algo no acabamos de entender o bien no estamos aún maduros para recibir los dones del amor, y nos resistimos a dejar el materialismo y el egoísmo a un lado. Lo que sí es cierto es que para avanzar en el largo y difícil camino del progreso, sin esfuerzos, sin sacrificios y sin renuncias, poco es lo que podemos avanzar, por muy elevados que podamos vernos; pues en tal caso, nos estaremos engañando a nosotros mismos.
Así como el Amor envuelve todo el universo, siendo su fuerza motriz, generadora de toda la energía y fuente de luz y vitalidad, también nos hermana, armoniza y une en una especie de simbiosis colectiva a todos los seres entre sí, a todos aquellos que ya vibran en ese estado de conciencia superior. Nuestro mundo será mucho mejor a medida que cada vez sean mas los que practican la caridad y el perdón, entendiéndose sin necesidad de otro lenguaje.
La caridad, que es llevar nuestro amor a los otros, tiene múltiples beneficios. Por ejemplo, tiene el poder de transformar a quien lo recibe, porque algo le dejamos en su interior, parte de nuestra alma se queda en él; puede tener un reconocimiento de ese poder de elevación que también él lleva dentro. Si se practicaran la caridad, la comprensión, la dulzura con mayor profusión y por parte de todos aquellos que poseen condiciones para ejercerla, otro ambiente se respiraría en nuestra sociedad. Al propio tiempo, al que las pone en práctica lo purifica, lo ennoblece, lo eleva por encima de las limitaciones e impurezas que todavía arrastra.
Tiene tantas versiones la caridad bien entendida que todos podemos practicarla, si no de un modo, de otro. Unos podrán ejercerla mediante la limosna, que cuando se hace con amor y con respeto es una bella forma de caridad, ya que muchos necesitan para poder llevar el alimento a su boca; otros, mediante la buena actitud, el respeto, la tolerancia y el afecto; otros divulgando el conocimiento espiritual, algo muy importante y necesario; otros mediante una sonrisa, un gesto, un apoyo, un aliento; mediante la oración; cuidando sus hogares y su familia con el mayor cariño y dedicación; cuidando de sus mayores… todo aquello que salga de nuestra alma con el dulce objeto de servir de ayuda y de guía hacia los demás es un gesto de amor y caridad.
Si se nos educara durante la más tierna infancia en los valores del dar, y hubiéramos recibido más amor y entrega por parte de quienes nos deben servir de ejemplo y modelo, la sociedad estaría mucho más humanizada, dando paso a la solidaridad y a todos aquellos valores que sostienen la paz y la fraternidad entre los pueblos.
La mayor urgencia del amor: dar lo que se es y también lo que se posee.
(A.C. Comín)
La caridad, la tolerancia, el respeto -el amor, en suma- son valores esenciales que nos ayudan a crecer, a dar de nosotros mismos; son la base de la existencia, una necesidad de expresión de nuestro ser espiritual; sin ellos, carecería de sentido haber llegado hasta aquí.
Dar un poco de lo que nos sobra no cuesta nada. Es el precio que tenemos que pagar para acercarnos a Dios, esa fuente de amor que todo lo llena. El amor y la caridad son la conexión que necesitamos para acercarnos a nuestro Creador, dando un salto cualitativo en busca de nuestra identidad espiritual. La felicidad no la podemos conseguir en este mundo, no es el objeto de esta vida, sino adquirir el carácter y la fortaleza para desprendernos de nuestro yo inferior que nos impide elevarnos. Para ese culmen la vida nos brinda infinidad de experiencias, probándonos a fin de que superemos cuantas lecciones se nos presenten para adquirir el grado de perfección que debemos lograr en cada existencia, y expiando los viejos errores: «aquello que se siembra se ha de recoger”.
La caridad no es una acción solamente, es una intención, un sentimiento, una llama que arde dentro de nuestro interior y que siente la necesidad de trasmitir su luz y su calor al exterior. La acción es el fruto, la consecuencia de la explosión de amor y de respeto por la vida que va emanando de esa chispa divina que llamamos espíritu, y que llega un momento en nuestra evolución que va creciendo conscientemente.
Una vez que el hombre ha llegado a un grado de elevación no puede dejar de ponerse en acción y emprender actividades que le acerquen a sus hermanos; tiene que ayudarles, serles útil, tiene que sentirse unido a ellos, porque la obra de Dios consiste en la unión por medio del amor de todos sus seres. Todos llegaremos a ese nivel, a ese grado; mientras tanto, entre los seres humanos tenemos que forjar una especie de cadena en la que todos, como eslabones, debemos estar unidos, ayudando los que están más adelantados a los que están en el otro extremo. Esa cadena, si está unida, va trasmitiendo la ayuda desde un extremo al otro. Por amor nunca se rompe, esa es la ley. Los de arriba la cumplen; nunca hemos estado solos, siempre han descendido de los planos mas elevados multitud de hermanos mayores para trasmitirnos sus enseñanzas a través también de su ejemplo. Somos los de abajo los que cortamos la cadena, ya que el egoísmo es un aislante que nos separa de nuestros hermanos.
Ejercer la caridad es una responsabilidad y un deber moral.
La caridad: Principio universal por: Fermín Hernández
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La prueba del éxito en la educación no es lo que un muchacho sabe, según los examenes, al salir del colegio, sino lo que está haciendo diez años más tarde. (Robert Baden-Powel)