HERRAMIENTAS DEL PROGRESO I

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Como espíritus que somos, provenientes de la fuente de donde todo emana en el universo, Dios, tenemos a nuestra disposición diferentes herramientas con las que trabajar para llegar a la meta, que es adquirir la perfección y contribuir con el Padre en la propia Creación. Somos una centella cósmica, emanada de la ¡Llama Divina! creados para alcanzar la perfección.

Por tanto el Padre no nos va a dejar desamparados,  al pairo de los elementos y de todos los aspectos que se conjugan a medida que  vamos progresando, especialmente cuando estamos encarnados. La dificultad para el progreso es grande, puede serlo más o menos, según las complicaciones en las que un espíritu se puede ir viendo envuelto, si se ha ido equivocando reiteradamente y contrayendo deudas y responsabilidades que, antes o después tendrá que ir asumiendo.

Las leyes universales, están ahí para nuestro propio desarrollo y beneficio, la ley de evolución tratará por todos los medios de encaminarnos hacia el bien y el progreso, pero no coartará nuestro libre albedrío, salvo en ciertas excepciones que por supuesto también las hay, llegado un punto extremo en el que un espíritu no puede por sí mismo alumbrarse y saber cómo puede redimirse y rescatar un pasado plagado de faltas a la Ley.

Cuando un espíritu es atraído por el camino del mal, sus armas son el propio egoísmo, la maldad, el orgullo, el despotismo, la impiedad; se vale de toda su fiereza, de su capacidad para imponerse a los demás y crear sufrimiento a su alrededor, usando su fuerza mental, su inteligencia, su capacidad para odiar, para la venganza, y toda la secuela de defectos que se puedan mencionar.

Sin embargo, Dios, nuestro Padre, nos ha creado inocentes, sin maldad, y nos ha dotado de herramientas para que podamos alcanzar cotas mayores de progreso y perfección en el menor tiempo posible, sin necesidad de caer en el abismo del mal. Porque el mal es un abismo del que en ocasiones es difícil de salir.

Estas herramientas son la conciencia, la intuición, la fuerza de voluntad y la capacidad de desarrollar esa gran fuerza cósmica que es el amor. De la fuerza de voluntad ya hablamos en un número anterior de esta revista.

La conciencia según el diccionario de la RAE, entre otras definiciones, es una facultad del ser humano, que nos permite distinguir el bien del mal.

Además, en el aspecto espiritual es algo que va más allá de eso, es una cualidad del espíritu, una cualidad que se va engrandeciendo a medida que el ser espiritual evoluciona, ya que es el fruto de las experiencias vividas anteriormente, y que aunque por ley de evolución, en el estadio en el que nos encontramos no podemos recordar nuestras vidas pasadas, con sus errores y aciertos, sí que nos queda el efluvio más o menos subconsciente que nos advierte, o más bien nos puede orientar a la hora de tomar ciertas decisiones importantes. La expresión «la voz de la conciencia» viene a definir esto exactamente, y lógicamente esa voz no es ni más ni menos que el resultado, el eco de las experiencias vividas con antelación, en esta vida o en las de atrás.

Somos creados a imagen y semejanza de Dios, esto nos pone en relación con nuestro Creador, queramos o no, siempre existirá un hilo más o menos vigoroso que nos mantiene unidos al Creador, podremos revelarnos ante este hecho, cuando por las circunstancias nos veamos alejados de Él, y consideremos que se ha cometido una injusticia con nosotros. Como el mito de los Ángeles caídos, de aquellos espíritus que por la fuerza de sus obras contrarias a la ley de evolución se ven  a sí mismos, enfrentados con el Creador, embrutecidos, desprovistos de las virtudes de los ángeles buenos, piensan que han sido creados distintos al resto, y que le pueden echar un pulso al mismo Dios.

Somos conciencias en proceso evolutivo, una veces estamos en el espacio, y otras encarnados, por tanto la conciencia es el reflejo de nosotros mismos, de cada cual según el punto del camino en el que se encuentre. Lo que si hemos de tener en cuenta, es que a mayor transparencia, a mayor sinceridad, humildad, a mayor deseo de progreso, la conciencia se haya más libre, más capacitada para hacerse oír y generar los estímulos y la confianza que necesitamos para ir labrándonos un camino más feliz y venturoso cada vez que encarnamos en la tierra.

El espíritu es por tanto la propia conciencia encarnada, hoy como cada día es más frecuente observar como desde la propia investigación científica, psicología, neurocirugía, psiquiatría y ciencias de la medicina análogas, se habla con mayor profusión de la conciencia; para un gran número de investigadores, profesores y doctores que están en el día con sus pacientes, la conciencia es la causa del pensamiento, la fuente de los sentimientos y además está separada del cuerpo físico, siendo este un instrumento de la misma. El cuerpo morirá, pero la conciencia ya se empieza a comprender con claridad, que es anterior al nacimiento del cuerpo y que sobrevive a la muerte, la conciencia es sinónimo de espíritu, pero para la ciencia hablar de espíritu es todavía muy atrevido.

Por lo tanto podemos distinguir dos facetas, la propia conciencia, como nuestra realidad existencial, y la voz de esa misma conciencia que es el jugo que extraemos del recorrido milenario en el que nos hemos desenvuelto, vida tras vida.

Conciencia es una de esas palabras tan grandes, tiene tanto significado, y sin embargo no le damos la debida importancia, ¿Por qué? Si le diéramos la transcendencia que tiene, si le prestáramos la atención y el merecido respeto, haciendo caso de sus advertencias, ¡cuántos errores y sufrimientos nos podríamos evitar! La conciencia nos susurra al oído, no al oído físico, sino al oído de nuestra alma, habla a nuestro yo consciente y nos dicta una sentencia, ¡no obres así! O por el contrario nos dice sí, ese es el camino acertado, esa es la obra que debes realizar, esa es la acción que toca ahora.

Sin embargo, por orgullo, por el qué dirán, por tantas cosas, no le hacemos caso, aunque se nos quede muchas veces un peso en el estómago, aunque pasemos muchas noches sin dormir, despreciamos la voz de la conciencia. Por los propios defectos encontramos mil y una excusas para no hacerle caso, y así una y otra vez dejamos pasar la oportunidad del progreso, de adquirir humildad y fuerza de voluntad.

Dios nos ayuda siempre, de mil maneras, sus ángeles, que son los espíritus que ya están encaminados en la vía de la perfección nos influyen positivamente, nuestros espíritus guardianes, espíritus familiares se desviven por nosotros, sabedores de lo que tenemos que adelantar, pero hay algo que inclina más la balanza, los defectos e imperfecciones que arrastramos y de los cuales no nos queremos hacer lo suficientemente conscientes y responsables, hasta que arrecie el dolor y no nos quede otra posibilidad.

De esta manera nuestro espíritu se va achicando, ensuciando, ennegreciendo, y esa voz de la conciencia cada día va teniendo menos potencia, se va distanciando del alma y nos quedamos con una herramienta en desuso, casi inservible. La conciencia que nos queda entonces es la conciencia del yo, del egoísmo. Obramos en conciencia, o mejor dicho a conciencia, solo a favor de los intereses materiales, de los espirituales ni nos acordamos, Dios no existe. ¡Craso error!, del que algún día nos comencemos a arrepentir. Porque nuestro Creador si dispone de las herramientas necesarias para hacernos volver al camino.

 Los espíritus que escogen la vía del esfuerzo, de la superación, de no hacer mal a nadie, elevan su conciencia de tal modo que son incapaces de matar una hormiga, mientras los otros por su propio beneficio, son capaces de matar hasta su propia madre. ¡Qué caminos tan distintos, y que alejados están el uno del otro, verdad! Pero no ha sido Dios, como piensan algunos, el causante de dicha y abismal diferencia, sino el ejercicio del libre albedrío de cada uno, tal y como estamos deduciendo.

Tenemos conciencia de ser y existir, del estado en el que nos encontramos, del deber que tenemos, de la repercusión de nuestros actos, en definitiva tenemos conciencia del bien y del mal, solo nos falta ambición de progreso espiritual y seguir con más ahínco las instrucciones que nos dicta la voz de la conciencia. Como dice la expresión: ¡Allá cada uno con su conciencia!

Fermín Hernández Hernández

2015  © Amor, paz y caridad

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