FUERZAS CONTRARIAS A LA EVOLUCION: FISICAS, HUMANAS, ESPIRITUALES

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  Todo proceso de cambio genera una resistencia al mismo. Este axioma es válido tanto para el ser humano como para las sociedades en las que convive. Así pues, en ese proceso de resistencia que solamente se supera por la “voluntad de cambio”
del hombre, observamos el esfuerzo que conlleva y la determinación y firmeza que hay que adoptar para llevarlo a cabo.
 
  En el caso del hombre en particular, la materia física de la que nos valemos como instrumento de desarrollo en esta tercera dimensión es, por naturaleza acomodaticia, reticente por sí a cualquier esfuerzo que le haga modificar sus hábitos de conducta exigiéndole mayores dosis de trabajo.
 
  En la conducta psicológica del ser humano el estudio de los hábitos recurrentes que conforman su forma de vida es un todo que difícilmente se modifica a medida que van pasando los años. Es en las primeras etapas del desarrollo personal, con la educación recibida, los valores inculcados y los principios que se adquieren en la sociedad en la que se vive y en la familia que nos los proporciona, el mejor momento para corregir conductas y modificar hábitos equivocados que proceden sin dudar de nuestra historia espiritual adquirida en vidas anteriores.
 
  Por lo general, los niños son más flexibles y moldeables a los cambios de conducta y de hábitos que las personas de mayor edad. No obstante esto no quiere decir que los adultos no puedan modificar sus hábitos equivocados o sus deficiencias de conducta hacia otras más acertadas y de mejor resultado en cuanto a la salud personal y social del individuo.
 
  Sería prolijo continuar este análisis por la amplitud de conceptos que en él intervienen para conformar la personalidad humana tal y como se desenvuelve en la edad adulta, ya que son múltiples factores a analizar y que intervienen de forma predominante; factores como la educación, el entorno social, la formación ético-moral, las circunstancias del entorno, la responsabilidad, etc…
 
  Por ello baste saber que en cuanto a lo que atañe a la conducta humana, la modificación de nuestros hábitos perniciosos está íntimamente relacionada con el deseo de cambio, con nuestro grado de voluntad y firmeza en este propósito. Ejemplos hay de grandes personalidades de la historia que lograron cambiar el rumbo de sus vidas gracias a la determinación y firmeza de sus principios; Pablo de Tarso es uno de ellos: de exterminador de cristianos se convirtió en el mayor divulgador y defensor de la obra de Jesús.
 
  Así pues el ser humano consciente de su realidad inmortal tiene como objetivo principal en la tierra el progreso de su espíritu, y para ello es preciso que realice la reflexión adecuada que le lleve a conocer sus debilidades de carácter para poder corregirlas mediante la fuerza de su voluntad. Este es el primer paso, ya que las fuerzas contrarias al progreso del ser humano se hallan dentro de uno mismo; son esas imperfecciones del carácter que tanto daño nos hacen en nuestro desarrollo evolutivo de reencarnación en reencarnación. Son las herencias de nuestra naturaleza inferior que hemos de controlar y modificar, transmutándolas en el hábito contrario que nos permita progresar más rápidamente. El orgullo por la humildad, el egoísmo por el altruismo, la vanidad por la modestia, etc…
 
  Si bien son esas fuerzas contrarias a nuestro progreso las que retrasan nuestro proceso de evolución, siempre está en nosotros, vida tras vida, localizarlas, corregirlas y enmendar con ello los errores del pasado y los del futuro que nos aguarda. La ley de causa y efecto se encarga de ello devolviendo nuestro esfuerzo en el bien y en el desarrollo de nuestro espíritu los beneficios de mayor paz y serenidad, mayor iluminación interior y mayor claridad de objetivos y metas espirituales.
 
  Una vez explicadas las fuerzas contrarias a nuestro progreso personal; es preciso mencionar que al igual que el hombre, en las sociedades, los cambios exigen esfuerzos, sacrificios y voluntades férreas y firmes en los principios de fraternidad universal que todas las religiones proclaman para beneficio de la humanidad.
 
  También aquí existen fuerzas humanas reaccionarias a los cambios; y a pesar de que todos podemos intuir que las élites gobernantes, las élites políticas y financieras no desean modificar ni un ápice el orden establecido; no es menos cierto que un repaso a la historia de la humanidad nos hace cercionarnos de que todas las sociedades cumplen ciclos; y por muy grandes y poderosas que sean las instituciones o la élites, llega un momento en que se producen los cambios que precisa la sociedad para ir avanzando en  mayores logros y mejores niveles de progreso.
 
  Así pues, hemos de constatar enormes resistencias físicas y humanas a que la sociedad sea igualitaria. Las élites anteriormente aludidas no desean cambio alguno, son fuerzas reaccionarias que van a procurar por todos los medios mantener sus privilegios de casta gobernante, y si para ello han  de producirse guerras, hambres o desigualdades sociales les trae sin cuidado.
 
  En muchas ocasiones estas formas de pensar son actitudes heredadas del pasado, de sus acervos de otras vidas, donde se creen por derecho propio a ser diferentes y a disfrutar de los privilegios de los que otros carecen.
 
  Su nula comprensión de las leyes que rigen el proceso evolutivo les impide comprender que si ahora vienen ricos, con posibilidades de ayudar a sus semejantes y de procurar un mundo mejor, no es por casualidad. Y si fallan en esta prueba, en próximas experiencias en la carne vendrán a purgar sus errores en la mayor y más absoluta de las pobrezas, rogando desesperadamente por oportunidades que ellos mismos se negaron a brindar a otros cuando gozaron de posiciones de privilegio. Es la ley de la justicia divina: igual para todos.
 
  A las actitudes y posiciones de las élites gobernantes, se unen también otras fuerzas que desean impedir el desarrollo de una sociedad más justa e igualitaria, de una sociedad donde prime la fraternidad y la solidaridad antes que el egoísmo y la avaricia de acumular bienes materiales.
 
  Estas fuerzas, reticentes a cambio alguno, son aquellas otras que pese a no ser gobernantes, ejercen desde sus posiciones de poder ideologías que perpetúan las resistencias a los cambios. Son  aquellas concepciones ideológicas, religiosas o de cualquier otro índole que, aliadas por conveniencia de intereses materiales con los poderes gobernantes, intentan impedir que los seres humanos piensen por sí mismos. Todo ello con el fin de tutelarlos y evitar que puedan discernir qué es lo más adecuado para ellos mismos y para su libertad personal.(*)
 
  Son estos los líderes de algunas ideologías que, mediante la imposición en la educación de los niños, intentan imponer su “pensamiento único” su “única verdad” fuera de la cual no hay salvación. Esto se ve a menudo en las religiones dogmáticas en todas las partes del planeta que, aliadas con los poderes económicos, aunque su ideario manifieste lo contrario, siempre están del lado del poderoso y nunca se rebelan ante la injusticia del poder establecido ante los necesitados.
 
  A pesar de todo ello, la fuerza de los cambios es imparable en este final de ciclo; nadie va a poder evitar la transformación planetaria en la que ya nos hallamos inmersos. Y nadie la puede evitar porque no es competencia de ningún gobierno o sociedad; es únicamente un cambio evolutivo propio del planeta, que al igual que nosotros los humanos, ha llegado al momento de su transformación, donde se van a implementar una serie de procesos que modificarán y transformarán para bien la humanidad, a pesar de todas las resistencias físicas o humanas que puedan oponérsele.
Hay también una fuerte resistencia de fuerzas espirituales al cambio que se avecina; estas no son otras que los espíritus desencarnados en el aura de la tierra que, por su atraso evolutivo, van a ser trasladados a un planeta inferior y se resisten notablemente a esta circunstancia. Esta resistencia les lleva, de momento, a intentar influir en el ambiente psíquico de la tierra de forma negativa, e incluso desean retrasar el cambio procurando entorpecer y obsesionar a todos aquellos humanos encarnados o desencarnados que se encuentren a su alcance.
 
  Pero también esto está previsto por la ley que rige el proceso evolutivo del espíritu y por ello, aún a pesar de sus intenciones y entorpecimientos manifiestos, están siendo ya desalojados y trasladados para que en el momento en que el proceso material sea culminado, el aura de la tierra quede limpia de impurezas, de cargas psíquicas y espirituales negativas que puedan afectar a sus nuevos habitantes.
 
  Esta es una cuestión  que no depende del ser humano, sino de las leyes que rigen la evolución de los planetas y por tanto nadie puede retrasar ni detener. El cambio de un planeta del estado de expiación y prueba a mundo de regeneración no es de la noche a la mañana. Estamos iniciando ese proceso que puede durar décadas; lo cierto y verdad es que cuando finalice esta transición, la sociedad, tal y como hoy la conocemos en el planeta tierra nada tendrá que ver con la actual salvo en los avances propios de la ciencia, la cultura y la espiritualidad que se van produciendo.
 
  Es pues preciso saber que, por encima de las leyes físicas, las leyes que rigen la evolución de los seres humanos y los planetas son espirituales. Porque la vida espiritual es la auténtica realidad del ser humano, siendo las vidas físicas momentos transitorios donde se nos permite progresar corrigiendo errores y afrontando retos de mayor espiritualidad y desarrollo personal.
 
  Así pues, las leyes que rigen en todo el universo la evolución de los planetas, instituidas por Dios, son justas y perfectas y nada ni nadie puede oponerse a las mismas cuando los ciclos planetarios determinan cambios y procesos de espiritualidad superior.
 
  Este es el momento en que nos encontramos, y por fuerte que sean las resistencias a los cambios sociales y espirituales, tengamos la seguridad de que estos llegarán para beneficio de la humanidad. Ya dependerá de nosotros prepararnos para afrontarlos desde la comprensión, el conocimiento de los mismos y la ayuda a nuestro prójimo para que puedan igualmente entenderlos y aceptarlos.
 
A.LL.F.
 
© Grupo Villena 2013
 
 
(*Si no piensas como “los que no piensan”, intentarán desacreditarte.)
 
 
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