El Dios de los espíritus
El Dios de los espíritus es grande y misericordioso. No crea para destruir, en Dios no se acaba la paciencia como en un hombre de la Tierra.
¡El alma de los mundos! ¡El que perfumó el lirio, y le dio la electricidad al rayo, le ha dado al hombre la eternidad por patrimonio, y la rebeldía de unas existencias es menos que una gota de rocío perdida en los espacios! Los espiritistas creemos firmemente que no se muere nunca.
Creemos que no puede caer en el escepticismo quien reconoce la existencia de Dios, quien comprende la vida eterna del Espíritu, quien admite el progreso como ley universal, quien cree que la caridad es la religión del Ser Omnipotente. La historia de todas las religiones es obra de los hombres, pero el amor a Dios, el culto, la adoración, la idolatría del alma que siempre se ha prosternado ante algo infinito, que ha presentido contemplando las maravillas de la creación, esa aspiración suprema, ese latido del corazón del Universo, que ha hecho vibrar eternamente el cerebro de todas las humanidades, es el dogma divino en la conciencia del hombre.
Nosotros admitimos todas las religiones como elementos sociales para el progreso del hombre; pero cuando éstas se detienen y niegan la ciencia y se estacionan diciendo: «no hay más allá», y nosotros vemos los albores de otra nueva aurora coloreando los horizontes del infinito, entonces seguimos nuestro camino acatando el dogma del progreso, que es ir hacia Dios por la caridad y la ciencia.
Jesús fue la encarnación del progreso en nuestros días. Él lo personalizó. El progreso es esencia de Dios, luego proviene de la eternidad, y Jesús, símbolo de la fraternidad universal, es un enviado del Ser Omnipotente como lo fue Krishna en la India, muchos años antes de que Cristo viniese a predicar la buena nueva, que la semilla del amor divino fue arrojada en los surcos de esta Tierra hace muchos siglos, porque el devolver bien por mal del texto védico es el amaos los unos a los otros que pronunció Jesús.
El Espiritismo no viene a reanimar las muertas cenizas de las hogueras de la inquisición; viene a sembrar las semillas del adelanto, viene a repetir a los hombres las sublimes palabras de Cristo, “Amaos los unos a los otros”; viene a recordarnos el consejo de Solón “conócete a ti mismo”; viene a afirmar lo que dice Sócrates, que “conocer no es otra cosa que acordarse”, y que esperemos lo que esperaba aquel sabio, la aparición de ese día que no tiene víspera ni mañana; viene a proclamar el principio filosófico de César Cantú, que decía: “el porvenir no es nunca la repetición de lo pasado”.
Los espíritas verdaderos, los que creemos en el progreso del Espíritu, los que aceptamos la pluralidad de mundos habitados y la pluralidad de existencias del alma, estamos plenamente convencidos de que somos aún los infusorios de la Creación, o sea, el hombre en su estado embrionario, porque al tener más lucidez nuestro Espíritu, debería haber más ternura en nuestro corazón, y no estaríamos obligados a vivir en un mundo, donde el estado aún paga a un hombre para que éste, a sangre fría, mate a sus semejantes en la plataforma de un cadalso. Nos creemos muy pequeños cuando habitamos en un planeta tan inferior, donde aún no han borrado de su código algunas naciones la pena de muerte.
No nos creemos sabios los espiritistas, únicamente estamos muy agradecidos a la Providencia porque hemos visto un rayo de luz, y alentados por su reflejo divino tratamos de hacernos buenos, antes que sabios, porque sabemos que Dios da a cada uno según sus obras.
En este pobre mundo no hay institución que no esté falseada por el hombre, y lo deploramos sinceramente, porque nosotros queremos el progreso del Espíritu, sea en el dogma católico o en los profundos conocimientos de la más avanzada filosofía; sea en el ideal que sea, nuestro afán es que comprenda el hombre que sin caridad no hay salvación.
El tiempo y el espacio nos pertenecen para en ellos ejercitar nuestra libertad; podemos con nuestras obras concurrir o afrontar el cumplimiento de las leyes, multiplicar o reducir las pruebas, las luchas, los dolores del individuo, pero nunca dar la victoria al mal, sólo el bien es eterno; Dios sólo vence. El Espiritismo es enemigo del fanatismo, la superstición, la ignorancia y todas las esclavitudes del pensamiento, y sólo hace pacto con la ciencia, con la razón, con la moral y con el Espíritu evangélico; que odia las tinieblas, ama la luz y busca siempre la verdad; y no usa más armas que la persuasión; su sublime y racional doctrina en una mano y el hecho de todos los tiempos en la otra; al individuo le dice “perfecciónate”, a la sociedad, “Progresa”, y a la religión, “No te estaciones”.
El Espiritismo sólo tiene una bandera cuyo primer lema, que procura grabar indeleblemente en el corazón de sus adeptos, es: “Hacia Dios por la Caridad y la Ciencia”.
Creemos que Dios ha impuesto a la Creación una ley inalterable: El bien que se debe adorar a Dios, amando y practicando el Bien; que para adorar a Dios no hay necesidad de templos ni de sacerdotes, siendo su mejor altar el corazón del hombre virtuoso y su mejor culto una moralidad intachable; que Dios no exige que el hombre profese determinada religión, sino que sea humilde, y sobre todo que ame a su prójimo como a sí mismo.
Creemos en la existencia del alma o Espíritu, ser inmaterial, inteligente, libre en sus acciones y estrictamente responsable de ellas ante Dios; y en que ésta es inmortal.
Que cada Espíritu es premiado o corregido según sus obras, y que las penas nunca son eternas, que Dios acoge siempre bondadosamente al Espíritu que se arrepiente, apartándose del camino del mal.
Creemos que en el espacio hay infinidad de mundos habitados por seres pensadores, sometidos como nosotros a la ley del progreso universal e infinito que conduce a Dios. Que el Espíritu, antes de alcanzar la bondad eterna, puede elevarse o detenerse en jerarquía, según su albedrío, pero no puede retroceder ni sufrir una «retrocreación», es decir, no puede transformarse su esencia en otra inferior.
Y creemos, por último, que el Espiritismo, como ciencia consagrada a los trascendentales estudios de la verdad suprema, está llamado a regenerar el mundo inculcando en el corazón de los hombres las sublimes verdades que enseña.
Esto creíamos ayer, esto creemos hoy y esto seguiremos creyendo mientras la ciencia y la razón no pronuncien otro credo religioso más armónico con la grandeza de Dios; en tanto llega ese día, seremos Cristianos Espiritistas Racionalistas, veremos en Dios la causa primera, en la ciencia su eterna manifestación, y en la razón humana la síntesis del progreso universal.
Los espiritistas amantes del progreso tienen derecho y obligación de ocuparse en todos los adelantos que tienden a engrandecer al hombre, elevando su pensamiento sobre las miserias y las pequeñeces de la Tierra; y la astronomía, que hoy sus estudios están al alcance de todas las inteligencias; y siendo éstos de gran interés, y enlazándose íntimamente la creencia de la pluralidad de existencias del alma, con la pluralidad de mundos habitados, la astronomía es el complemento del Espiritismo, porque ésta nos demuestra cumplidamente cuáles son las muchas moradas en la casa de nuestro Padre; nos reserva y nos guarda su inmenso amor.
En todas las épocas ha habido pensadores que se han ocupado de los profundos estudios de la vida espiritual; y los mismos padres de la iglesia romana, olvidándose algunos de su credo especial, han dicho a los hombres que la vida se perpetúa en diversos mundos.
San Gregorio de Nicea asegura en su gran discurso catequístico: “Que hay necesidad de naturaleza para que el alma inmortal se cure y purifique, que si no lo ha hecho durante su vida terrestre, la curación se opera en las vidas futuras y sucesivas”. En todos los tiempos, los hombres que se han detenido a pensar no han podido contentarse con la pobre vida de este planeta.
Si ayer la fábula pintaba al tiempo devorando a sus hijos, hoy sabemos que el anciano de la eternidad… ¡es la reproducción eterna! ¡Es la renovación infinita! ¡Es la sombra unida a la luz!
¡El tiempo es la huella que nos deja Dios!
El Dios de los espíritus por: Amalia Domingo Soler