Obsesión de encarnado a encarnado
Entre las distintas clases de obsesión que Allan Kardec detalla en sus obras, existe una de carácter peculiar y de la que apenas nos percatamos cuando la sufrimos. Nos referimos a la predominancia, dominio de la voluntad o del pensamiento y acción de una persona encarnada sobre otra.
En las relaciones humanas se presentan todo tipo de interacciones entre los seres. Una de ellas tiene que ver con la ascendencia de unos sobre otros, por ejemplo, de padres sobre los hijos, hermanos con hermanos, cónyuge sobre el otro cónyuge, amigos entre sí, jefe sobre subordinado, rico sobre pobre, etc. No obstante, una cosa es la ascendencia o influencia que en determinado momento podamos ejercer sobre seres con los que nos relacionamos y otra muy distinta el tema que nos ocupa.
En el caso de la obsesión de encarnado sobre encarnado existe con frecuencia una causa anterior que con frecuencia se desconoce. Esa causa se encuentra en la relación entre esas dos personas en vidas anteriores o incluso en el espacio antes de encarnar. Es de todos sabido que el carácter de las personas nos vincula con mucha frecuencia por sintonía de gustos, tendencias, vicios o virtudes. Por ello, se dice que “el semejante atrae al semejante”. Así mismo, las personas que comparten nuestros deseos y actitudes con frecuencia son las que más se acercan a nosotros y con las que establecemos vínculos más sólidos.
“Como consecuencia de nuestras pasiones y herencias primitivas del pasado surge el deseo de dominación por el otro, a veces disfrazado como una necesidad de autorrealización”
Estos vínculos pueden ser de orden moral diferente, tanto buenos como malos, en función de la naturaleza de nuestros actos, pensamientos y sentimientos. Y cuando comprendemos la ley de causa y efecto y el aspecto de la reencarnación, nos hacemos conscientes de que vínculos perversos y hábitos viciosos suelen conducirnos a actitudes infelices y deudas contraídas que deberemos saldar algún día.
Si esos hábitos los hemos llevado a cabo a instancias de algún compañero que comparte nuestras tendencias inmorales, sin duda nos vinculamos a él de forma evidente, y en estas vinculaciones siempre hay quien es mas perverso, o posee hábitos más exacerbados que el otro. Tanto es así que el dominante impone sus criterios y el pusilánime se deja arrastrar, puesto que comparte también sus mismas tendencias y gustos exacerbados o viciosos.
Como la vida continúa después de la muerte y nuestra condición moral no cambia con el traslado a la vida en el espacio, la propia naturaleza de nuestros pensamientos, sentimientos y vicios se traslada con nosotros al nuevo plano de vida, junto con ello, los amigos que compartían y aprovechaban nuestras energías llegan también al otro lado de igual modo, de forma que si el obsesor desencarna antes, procederá a perturbar desde donde se encuentra ahora, y cuando el obsesado pase al otro lado de la vida, estará allí esperándole si no ha logrado modificar su conducta moral, ya que nos reunimos por afinidad para seguir dando rienda suelta a nuestras pasiones y vicios descontrolados e imperfecciones compartidas.
En una relación de este tipo, el dominante tiene la tendencia a extraer y explotar las energías del dominado para que siga creciendo el deseo que ambos alimentan interiormente, pulsión que nutre sus mentes y emociones sintonizadas y afines a las mismas energías deletéreas y mórbidas que les llevan al ejercicio del mal y del egoísmo.
Sucede con frecuencia que, cuando se regresa a la vida física, estos dos espíritus imantados por tendencias similares y siendo uno superior al otro en voluntad, suelen vincularse y entonces se produce un dominio obsesivo del dominante sobre el dominado. A veces el “obsesor encarnado” incluso aprovecha y usa la energía del dominado para reforzar sus tendencias y actitudes.
Su influencia es tanta que, a través de los pensamientos y emociones perturbadoras que comparte con el dominado, se siente capaz de influenciarlo a distancia a través de la mente. E incluso de forma inconsciente, poco a poco va tomando forma una sintonía de mayor poder mental en la esfera periespiritual de la mente del espíritu encarnado, que va perdiendo capacidad de pensar por él mismo, puesto que se convierte en portavoz del dominado, pasando a reflejar en su vida cotidiana los pensamientos-fuerza que le son enviados por aquel con el que mantiene una relación de mucho tiempo, sin ser capaz de romper, a través de su voluntad, las amarras que le atan al compañero dominante.
Ocurre igualmente que el dominador, cuando está cerca materialmente del dominado, es capaz de absorber con facilidad las energías psíquicas del dominado. La obsesión se vuelve entonces cruel, pues el dominado pasa a ser una persona explotada energética y mentalmente por el compañero dominante.
Esto suele ocurrir con frecuencia en algunos matrimonios; no obstante, cuando hablamos de obsesión entre encarnado y encarnado nos referimos a todo tipo de relaciones en las que alguien aprovecha su posición dominante mediante la identificación de tendencias negativas, hábitos perniciosos, pasiones descontroladas o vicios compartidos con otra persona más pusilánime que no presenta capacidad de reacción para romper esas vinculaciones y que muchas veces se convierte en un “esclavo mental” de aquel que lo domina. Esta situación incluso puede darse a distancia cuando la relación ha sido muy estrecha durante mucho tiempo.
Pensemos por ejemplo en el dominio ejercido por esos espíritus obsesores y perversos en el otro lado de la vida donde ejercen como auténticos “negreros”, capaces de obligar a actuar de la forma que ellos quieren a otros espíritus que cometieron el error de ceder a sus vicios y sintonizar con estos espíritus más perversos y fortalecidos en el mal, de los cuales se convierten en esclavos.
Pues bien, a veces las leyes divinas obligan en la reencarnación a espíritus vinculados de este tipo y la dominación que ejercían en el plano espiritual se traslada a la Tierra con la misma o igual virulencia. De esta forma se observan cuadros deprimentes en los que dos personas están unidas por los vicios o las pasiones más abyectas, que ya portaban antes de encarnar impregnando sus tejidos periespirituales y que nuevamente en la Tierra surgen para ayudarles a romper los lazos que les unen, ejerciendo el uso de la voluntad en el desarrollo del bien, abandonando los deseos perturbadores de la animalidad inferior que vienen alimentando durante siglos.
La reencarnación permite olvidar conscientemente las relaciones perversas, enfermizas o perturbadoras, y desde la cuna se ofrece la oportunidad del rescate, la reeducación moral en hábitos saludables, en actitudes acordes al bien moral y los valores superiores del espíritu. Cuando eso acontece, el espíritu endeudado, sea dominador o dominado, comienza a sentar las bases para fortalecer su voluntad y desprenderse de la relación perniciosa que en su momento puede presentarse como prueba reencarnatoria para romper definitivamente lazos perturbadores que ocasionaron sufrimientos inenarrables en el plano físico y espiritual.
La mente es la dinamo más potente de la energía humana, y con ella, encarnados o desencarnados debemos ejercitar el desarrollo del bien y la reeducación moral que tanto precisamos para fortificarnos en nuestros mejores sentimientos, a fin de construir el escudo necesario que nos libre de los pensamientos perturbadores, las actitudes perversas o los vicios degradantes que atentan contra la dignidad humana y las leyes morales que Dios puso para el hombre en su ascensión espiritual.
Cuando erradicamos de nuestro interior esas actitudes perniciosas y las transmutamos por otras nobles, elevadas, de amor al prójimo, de renuncia al egoísmo y a los deseos perniciosos que nuestra herencia primitiva nos refleja, estamos sembrando la actitud adecuada para no sintonizar con las energías, la mente o los pensamientos perturbadores. En ese trabajo de reeducación moral elevamos nuestro patrón vibratorio, fortalecemos nuestra voluntad y cerramos la puerta a los dominios de mentes que intentan controlarnos a través de los vicios mentales y pensamientos perturbadores que compartíamos en el pasado.
Al cambiar el hábito de pensar, sentir y desear, cambiamos también nuestra forma de vivir, pues somos los que pensamos, y conforme pensamos actuamos. El cambio que experimenta la vida al realizar esa transformación nos hace más libres, más independientes, nos permite alcanzar por nosotros mismos las cotas de un mejoramiento moral superior que nos librará de las crueles obsesiones padecidas en el pasado o de aquellos intentos del presente que otras mentes perturbadoras, con las que tuvimos relación, intenten llevar a cabo con nosotros.
Sumisión entre iguales por: Benet De Canfield
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Psicografiado por Antonio Lledó