EL DESEO

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El deseo

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«El hombre tiene el amor por ala, y el deseo por yugo»

Victor Hugo – Escritor

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Sentimiento que posee el ser humano por conseguir algo, anhelar algo, aspirar a algo o saciar cualquier cosa. Es pues, una fuerza motriz del alma humana que impulsa a la persona a esforzarse por conseguir aquello que anhela.

El deseo no es perjudicial en sí mismo; tiene sus aspectos positivos como elemento dinamizador del ser humano, y presenta la característica de enfocar la energía interior del hombre en la búsqueda y consecución de sus objetivos.

Cuando detrás del deseo se encuentra la intención noble y generosa de alcanzar cualquier objetivo de bien, altruista o de realización personal, encontramos que el propio deseo se convierte en una fuerza que focaliza nuestra mente y nuestras aspiraciones de forma positiva.

«No pretendas que las cosas ocurran como tu quieres. Desea, más bien, que se produzcan tal como se producen, y serás feliz» 

Epicteto de Frigia (55-135) Filósofo y Esclavo grecolatino.

Pero cuando el deseo alberga (en nuestra mente y en su trasfondo) intereses egoístas, violentos, posesivos o de manipulación de los demás para satisfacer nuestros más bajos instintos; el deseo se convierte en un terrible acompañante, que nos induce a cometer errores, uno tras otro, perjudicando a los demás y a nosotros mismos. Y si no somos capaces de alejarnos de la energía perjudicial que nos envuelve, nubla la razón y fomenta la intranquilidad y la angustia interior mientras no conseguimos satisfacerlo.

En las filosofías orientales son muy proclives a ver el deseo como un grave entorpecimiento en el desarrollo espiritual del ser humano;  singularmente lo presentan como un enorme obstáculo por la característica que tiene el deseo de esclavizarnos a algo, a alguien, a una idea, a una persona, a un objeto, a una institución, etc.

Cuando este deseo central de nuestra mente alcanza características obsesivas, cerramos el canal del discernimiento; nos volvemos ciegos a la realidad, sordos a las sugerencias, a los consejos, derrapamos por el camino de la intransigencia o el fanatismo, pues dejamos de usar la razón y «el sentido común». En esos momentos, la única energía que focaliza nuestra mente y moviliza nuestras acciones es la que nos esclaviza mediante ese deseo central que nos domina.

El deseo pierde mucha fuerza una vez se ha conseguido el objetivo que nos habíamos propuesto a través del mismo. No obstante, es interesante observar que, en función de la naturaleza del deseo, y del arraigo de ésta en nuestra mente, esa fuerza va desapareciendo o por el contrario se estimula y se regenera.

El aspecto esclavizante del deseo que hemos mencionado más arriba, es algo probado ciertamente en psicología; pues, cuando una mono-idea revestida de deseo se hace fuerte en nuestra mente, puede llegar a ser tan poderosa hasta el punto de convertirse en una auto-obsesión; capaz incluso de generar enfermedades mentales y trastornos psicológicos cuando somos incapaces de debilitarla mediante un ordenado control de nuestras emociones y pensamientos.

«Los deseos deben obedecer a la razón»

Cicerón (106 AC-43 AC) Escritor, orador y político romano.

Es en este sentido como el deseo presenta su aspecto más perjudicial. Aquel que domina sus emociones y controla sus pensamientos es difícil que pueda verse atrapado en la redes de un deseo esclavizante. Para ello se precisa un poco de auto-conocimiento, de reflexión interior, de análisis objetivo, disciplina mental y una claridad de ideas importante respecto a lo que queremos conseguir en la vida.

Si priorizamos la parte material, evidentemente costará mucho más liberarnos de la fuerza de los deseos materiales; que a veces degeneran en pasiones malsanas por convertirse en obsesivas y/o en hábitos descontrolados que producen infelicidad e insatisfacción. Incluso esta última se ve acentuada a pesar de conseguir parcialmente el objeto de nuestro deseo interior, generando con ello nuevas intenciones de satisfacer el deseo y llevándonos con ello a episodios mayores de sufrimiento interior y angustia que deriva en frustración.

Los deseos son como los peldaños de una escalera, que cuanto más subes, tanto menos contento te hallas.

Arturo Graf (1848-1913) Escritor y poeta italiano

Si los deseos principales constituyen aspectos de desarrollo personal, psicológico, espiritual, o metas que redundan en nuestro crecimiento y realización como personas, la satisfacción de conseguir la meta propuesta nos ofrece nuevas energías que movilizan nuestra psique y nuestra mente, a fin de seguir creciendo, progresando, avanzando y mejorando.

La llamada «inteligencia espiritual», basada en el desarrollo de las cualidades personales, en aquellos aspectos que nos elevan por encima de la materia, en la contemplación de la belleza, en el ejercicio de la reforma moral, en la adquisición de virtudes que engrandecen nuestro interior y nos colman de paz interior, de armonía y bienestar, tiene mucho que decir al respecto de la fuerza del deseo y de la ejecución del mismo respecto al objetivo principal del ser humano: la consecución de la felicidad interior.

Esta dicha solo se alcanza mediante el equilibrio, la paz, el bienestar y la salud física, psicológica y espiritual. Y para ello necesitamos del desarrollo del Amor y de las cualidades que le acompañan; el amor a uno mismo, al prójimo, a la vida, a Dios, etc. Pero un amor no posesivo, no egoísta, sino un amor que potencie el desarrollo de todas las virtudes que posee el espíritu humano latentes en su interior: caridad, perdón, humildad, sabiduría, etc.

Para ello es preciso utilizar la fuerza del deseo como enseñaba Séneca, el gran filósofo romano del siglo I, que decía así:

«Si deseas ser amado, ama.»

Antonio Lledó Flor

©2016, Amor, paz y caridad

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