Testimoniar una fe o unas ideas es una problemática que siempre ha suscitado largos debates, consecuencia de las diferentes interpretaciones que este aspecto de la vida espiritual puede generar. Las necesidades actuales difieren de las del pasado. Existen otras inquietudes, otras mentalidades, aunque existen elementos comunes inherentes al ser humano que se manifiestan en todas las épocas.
El equilibrio, discernimiento y coraje, una buena pedagogía y adecuada prudencia, son los elementos esenciales que se han de considerar para aplicarlos a la hora de transmitir ideas.
Cuando el Maestro dice “No poner la lámpara debajo del celemín”, no sólo se refiere a su manifestación hacia lo exterior, sino también a la necesidad de dar “Luz” a nuestra razón, de modo que satisfaga la inquietud interna. Una fe que no es razonada, es una lámpara sin resplandor, sin capacidad para mantener una claridad estable que pueda alumbrar a uno mismo y a los demás.
Dicha fe cuando es meditada y bien comprendida aporta claridad para recorrer el camino, sin sombras que nos puedan hacer vacilar, zozobrar. Cuanta mayor es la “luz” del discernimiento, del análisis, mayor es la visión del camino a recorrer. Aquellos que pretenden iluminar a la Humanidad con misterios insondables, dogmas de fe y todo tipo de materias trascendentes sin la necesaria claridad en las respuestas, carecen de la luz interior para guiar los pasos.
Por el contrario, un conocimiento que sea capaz de ofrecer respuestas, que muestre un camino claro para poder identificarse íntimamente las personas, que permita interiorizarlo e incorporarlo a la vida diaria, será sin duda, el método adecuado para crecer espiritualmente. Invitamos a toda mente libre, al estudio y análisis de la codificación espírita postulada por Allan Kardec.
Es necesario huir de los estandartes, pues únicamente son etiquetas que entorpecen la divulgación; con ello nos referimos a aquellas actitudes que pretenden sacar a colación (En todo momento y lugar) las ideas de orden espiritual, desnaturalizando y dejando de lado las relaciones sociales y poniendo en relieve, artificial e innecesariamente, ideas que no vienen al caso o que están fuera de lugar. Como dice el maestro Kardec “…Dejar a los otros en paz no es indiferencia, sino buena política; ya les tocará su turno cuando sean dominados por la opinión general…” (Evangelio según el Espiritismo; Cap. 24, párrafo 10).
Las nuevas ideas (No aceptadas por la mayoría) requieren siempre un mayor tiempo de maduración. El mundo espiritual actúa siempre con extremada prudencia, da pasos únicamente en los momentos adecuados y de modo muy sutil, pero no por ello con menos firmeza.
Tampoco hay que avergonzarse al manifestar una opinión cuando la ocasión lo requiera, en relación a asuntos que otras personas no creen o no toman en consideración. Debemos tener valor, calma y seguridad en todo momento. Siempre sin ánimo de convencer, se pueden exponer ideas propias de una manera sencilla, de modo que toda persona pueda llegar a entenderlas. Tengamos en cuenta que la planificación espiritual sigue su curso y, que los descubrimientos científicos y acontecimientos mundiales de todo orden vienen a reforzar las tesis espirituales, acercándonos poco a poco, muy lentamente, a esa realidad superior.
Son muchas las pruebas, los fenómenos cotidianos extraordinarios que a diario suceden para despertar a las conciencias: Sueños premonitorios, videncias espontáneas de seres queridos ya fallecidos, experiencias cercanas a la muerte, curaciones aparentemente milagrosas, avistamientos de naves venidas de otros planetas, y un largo etcétera de fenómenos que tienen la finalidad de hacer pensar, despertar del inmovilismo espiritual y para no vivir solamente por y para la vida material, con sus sugestiones permanentes.
Hay quien toma nota y reacciona tratando de buscar respuestas, está convencido de que no son casualidad esas experiencias que ha vivido. Otros quedan impresionados momentáneamente, pero prefieren ignorarlo, continuar con sus conciencias dormidas, distraídos con los deseos materiales y sus objetivos inmediatos, sin preocuparse de asuntos más trascendentes. Simplemente, no han alcanzado el grado de madurez necesario. No les atrae un “compromiso” que les obligue a replantear actitudes o el modo enfocar su vida; rehúyen el esfuerzo, el cambio.
¿Quién no conoce a alguien que haya vivido alguna situación extraordinaria y fuera de lo habitual y que por el qué dirán, prefieren silenciarla? Efectivamente, esas situaciones son las lámparas que envían de los Planos Superiores para iluminar los caminos, las conciencias, siempre de modo discreto, profundo y sin ruido. Son la siembra de experiencias de carácter personal o colectivo cuya misión no es otra que hacernos pensar que estamos en el mundo con un fin concreto. Así, de ese modo, la vida espiritual y la vida material se entrelazan, dejando de ser compartimentos separados y estancos, como nos han hecho creer la religión durante siglos.
Por otra parte, no hay mayor lámpara, luz más poderosa, que la del ejemplo, aquella que se demuestra con hechos más que con las palabras, y que es capaz de ofrecer una alternativa real a la falta de rumbo que domina a nuestra sociedad. Como indicó en cierta ocasión Joanna de Ângelis a Divaldo Pereira Franco en un difícil momento personal: “Es la hora del testimonio. El mundo está saturado de teóricos brillantes, sin embargo, muy pocos viven lo que hablan.”
Sin duda, el gran modelo a seguir lo encontramos en el propio Maestro, quién no dejó nada escrito pero, con su ejemplo, marcó un camino a seguir, un antes y un después en la historia de la Humanidad. Demostró un amor incondicional mediante la abnegación, humildad y renuncia hasta las últimas consecuencias. Ha sido siempre la gran lámpara que ilumina el camino a la Humanidad. Él mismo anunció que nuevas verdades serían reveladas y aquello no comprendido, sería matizado y desarrollado, como así ha ocurrido: “….Porque no hay nada secreto que no haya de ser descubierto, ni nada oculto que no haya de ser conocido y manifestado públicamente.” (San Lucas, cap. VIII, v. 17).
Jamás en la historia de la humanidad han existido tantas posibilidades de conocimiento espiritual para encontrar respuestas como hoy día, sin embargo, la poderosa corriente del materialismo ensombrece como la noche al día esta realidad. Al mismo tiempo, estamos viviendo una crisis global, en todos los órdenes de la vida que no permite ver el trasfondo de las profundas transformaciones que nos tienen que llevar a ese gran Cambio de Ciclo anunciado. Como muy bien dice el famoso refrán: “Los árboles no dejan ver el bosque”; es decir, los detalles del día a día, los problemas domésticos, la insatisfacción con las autoridades políticas, el desgaste de las creencias religiosas, etc., son barreras que nos impiden ver la verdadera dimensión del proceso general en el que estamos inmersos.
Somos los únicos forjadores de nuestro destino, los cambios que esperamos recibir desde fuera, debemos de empezar a generarlos desde dentro, desde nuestro interior, a través de una transformación íntima que nos ilumine el camino. No se trata de aquella máxima que dice “Que pueden hacer los demás por mí”, sino más bien “Qué puedo yo hacer por los demás”; aplicando y viviendo en uno mismo lo que nos gustaría recibir de ellos. Esa y no otra es la mayor de las sabidurías.
Para llevar a cabo dicha transformación, ese cambio de actitud ante la vida, es necesario antes, aclarar mente e ideas, estudiar y analizarse uno mismo. Resumiendo, iluminar nuestro interior para que nuestro ejemplo irradie hacia los demás, ser buenos alumnos de la vida, aceptando los retos y enseñanzas que nos aporta para, a su vez, poder compartirlos con nuestros semejantes.
José M. Meseguer
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