REFLEXIONES DESDE EL OTRO LADO (*)
Ya en la tierra aprendí que el trabajo en equipo es doblemente eficaz y satisfactorio que si se trabaja en solitario. Por circunstancias, parte de mi trayectoria de trabajo en la materia tuve que realizarla en solitario. Cuando tuve la oportunidad de colaborar, dirigir e incluso orientar los trabajos y trayectorias de varias instituciones, ayudando y colaborando junto a mis hermanos de ideal en diferentes proyectos y realizaciones, mi alma se encontraba feliz y radiante.
Tristemente, llegó un momento en el que no me fue posible trabajar en equipo con la intensidad y el compromiso que hubiera deseado. La coyuntura de algunas instituciones, así como los compañeros que las orientaban, cambiaron sustancialmente, y, lejos de sentirme a gusto con determinadas actuaciones, tuve que elegir entre seguir postulados o directrices que no eran conformes a mi visión particular de la dirección que debía tomar una institución espírita, o seguir mi camino semi en solitario apoyando en la distancia y puntualmente, pero no renunciando a ninguno de los compromisos personales que el trabajo y el deber me demandaba.
Continué trabajando y colaborando con diversas instituciones, y hasta el final de mis días, desarrollé mis mayores esfuerzos más en el ámbito internacional que en el local, aportando mi experiencia a los compañeros y hermanos de ideal de diferentes países que nos reuníamos periódicamente en diferentes instituciones, alguna de las cuales de carácter supra-nacional, que aglutinaba varias federaciones nacionales.
La participación en Eventos, Seminarios, Congresos Nacionales, Regionales, Internacionales y Mundiales, no sólo me permitió conocer a muchos compañeros de los que tenía referencias a través de otros, y de las diferentes publicaciones que se divulgan en todo el mundo, sino que, con algunos de ellos, la sintonía, el reconocimiento y el afecto mutuo fue instantáneo.
Comprobé lo que mencionaba en el capítulo anterior: existe una «familia espiritual» que no posee barreras de tiempo ni de espacio. Y como espíritus en el espacio o con cuerpo físico aquí en la tierra, los hermanos de otras épocas que trabajaron juntos se aman, se aprecian, se reconocen y se complementan; aunque vivan alejados miles de kilómetros y apenas se vean pocas veces al año o regularmente cada cierto tiempo. Este es el caso del hermano que transmite mi pensamiento en este trabajo.
Fue una grata sorpresa para mí comprobar la facilidad con la que me identificaba con muchos; allá donde iba. En muchas partes el sentimiento y el reconocimiento era mutuo, y así me lo hacían saber, indicándome que a pesar de la distancia me consideraban un miembro más de su familia espiritual más querida.
Comenzaba a cerrar un círculo de impresiones, relaciones, trabajos y lazos fraternos con otros compañeros, que me acompañaría hasta el momento de mi partida. Hoy, este círculo se hace más patente si cabe, al reconocer a muchos en el espacio trabajando en el mismo ideal y a otros que quedaron en la tierra y siguen trabajando en el proyecto común que a todos nos hermana, bajo la inspiración del maestro Jesús.
Aquí estamos pues queridos amigos, estimados compañeros de ideal, de misiones conjuntas, de épocas pretéritas de buenas intenciones, no exentas de errores de aplicación y de puesta en práctica. Todo esto ahora lo comprendo, valorando lo importante que supone para el espíritu que progresa la lucidez y el entendimiento que nos aporta el discernimiento de nuestra misión en el mundo físico y el espiritual.
No es suficiente sólo el conocimiento ni únicamente la intención; siempre ambos son necesarios, pues el camino se desvía por las circunstancias que nos afectan al no saber discernir con claridad, confundiendo los intereses de nuestro espíritu inmortal con los de las ambiciones humanas; que, aunque al amparo de aparentes intenciones espirituales de bondad, encierran la ominosa e infame mentira del poder y el egoísmo humano.
Esto pude comprobarlo al regresar a la patria espiritual en alguna de mis existencias anteriores, creyendo que había realizado una gran labor en la redención espiritual de mi alma al seguir los dictados de una religión determinada. Cual no fue mi sorpresa al comprobar que fui manipulado por intereses ajenos a mi intención, y en ese trabajo perjudiqué sin querer a otros muchos, simplemente por no coincidir con las ideas que yo creía santas e incuestionables. Gracias a Dios, en esta última presencia en la Tierra sobre la que escribo, y gracias a la Doctrina de Kardec, no incurrí en el mismo error.
La gran experiencia que de esto se deriva es el hecho de que la razón, el conocimiento y la mente incluso pueden quedar empañadas por ideas que derivan en actuaciones contrarias a las leyes de Dios. Y ante esto el mejor antídoto es siempre el amor; ponerse en lugar de los demás, usar el corazón antes que la razón. Como expresa sabiamente el dicho: «cuando la mente se empaña queda limpio el corazón».
La sencillez del postulado moral de Jesús de «no hagas a otro lo que no quieras para ti mismo» es una verdad manifiesta que acompañará a mi espíritu como lección ineludible para no hacer daño a los demás, sean cuales sean las circunstancias y las experiencias vividas.
Cerré así el círculo valioso de intentar ponerme siempre en lugar de los demás, a fin de ofrecer desinteresadamente mi servicio y mi trabajo, pero sin forzar a nadie a aceptar nada que no quisiera por sí mismo, y sin imponer de ninguna de las maneras posibles mis ideas.
Abogando siempre, a partir de ese momento, enseñar a los demás únicamente a través de mi ejemplo de conducta y pidiendo a Dios que mis palabras de divulgación en conferencias, seminarios, eventos educativos, etc. no fueran objeto de comparación con mi conducta, pues las primeras son siempre esclavas de la segunda.
Completando el círculo por:Benet de Canfield
Psicografiado por Antonio Lledó
©2017, Amor, paz y caridad
[*] Serie de psicografías mensuales; en la que un espíritu amigo, desencarnado hace pocos años, comenta experiencias de vida de su última existencia; así como las reflexiones sobre las mismas una vez llegado al mundo espiritual. Para preservar el anonimato de su identidad, tal y como él mismo nos ha solicitado, usamos el nombre que tuvo en una existencia anterior, hace ya varios siglos.