EL RELEVO GENERACIONAL.- ¡Es natural! Las personas aparecen y trabajan en una determinada época, debido a una fuerte motivación e inquietud espiritual para llevar a cabo unos ideales superiores, bien continuando la labor de otros que los precedieron, o creando desde la nada, a partir de un núcleo de personas que se van uniendo con las mismas inquietudes, un camino a recorrer en común hacia la consecución de unos objetivos que suelen durar toda una vida. En el transcurso de la misma, unos se cansan o cambian de rumbo y desaparecen. Otros continúan, y con el tiempo se van agregando otras personas que quedan seducidas por los ideales del conjunto.
En este artículo no nos vamos a centrar en dichos líderes o precursores y su aportación a la colectividad, sino en el “día después”. Es decir, cuando tras su importante labor, dejan el cuerpo físico y quedan los seguidores del grupo espiritual sin su referente, sin su cabeza visible que durante tantos años ha contribuido para la consolidación de una tarea, quizás el espejo donde mirarse.
Empezaremos por recordar al líder por excelencia, al maestro Jesús. Él avisó de su calvario, anunció las dudas y traiciones; sin embargo, apeló a la unidad, informándoles con autoridad de que “nunca estarían solos”, “Él permanecería siempre con sus discípulos”. La historia nos confirma que, efectivamente, todo lo que el Maestro vaticinó se cumplió a rajatabla. La obra parecía descabezada y a sus fieles discípulos les entraron las amargas dudas y, sobre todo, un miedo profundo ante la incertidumbre y las amenazas que se cernían de persecución y muerte sobre todos ellos. Analizándolo con perspectiva, y desde un punto de vista humano y objetivo, podemos concluir que sus reacciones fueron muy naturales; probablemente, la mayoría de nosotros tampoco habríamos reaccionado de una forma ideal. Sin embargo, pese a los múltiples errores que cometieron en aquellas horas fatales, posteriormente, con el paso del tiempo supieron comprender y sobreponerse a sus dudas y vacilaciones. El propio Maestro Jesús les dio claras muestras de la inmortalidad del alma con sus manifestaciones, haciéndose visible para dar testimonio de su mensaje imperecedero, lo cual supuso un revulsivo que ya no amedrentó a los confusos y debilitados discípulos, reaccionando de forma admirable, prosiguiendo con su tarea hasta el fin de sus días.
En lo que respecta a los grupos espíritas, hay que tener muy en cuenta que, por lo general, suelen estar compuestos por personas muy heterogéneas, con distintas sensibilidades, con diferentes grados de compromiso, y también, hay que admitirlo, con distintas fallas morales a controlar y resolver, puesto que somos humanos. Del mismo modo, no se puede juzgar a la ligera el trabajo de los líderes o fundadores, puesto que muchas veces es el mismo entorno el que los endiosa, interpretando mal su papel y el de los demás. La unión y la fraternidad deben de primar por encima de todo, lo que se traduce en que lo colectivo ha de sobrepujar a lo individual.
Si no se han sentado unas buenas bases colectivas, si ha girado todo en torno a la persona o personas fundadoras, posteriormente resultará más complicado marcar unas directrices que ayuden a resolver los conflictos y dificultades que puedan surgir. Quizás algunas puedan ser repetición de otras ya vividas, pero la experiencia demuestra que sólo se repiten las que no están asimiladas, a las que hay que añadir otras pruebas-desafíos, que son retos a trabajar y superar para ir ampliando el campo de experiencias y de crecimiento espiritual colectivo. Cada época y cada momento tiene sus motivaciones, nos exige análisis y voluntad de cambio, adaptarse a la nueva realidad y a las nuevas circunstancias. En pocas palabras: “Aprender a caminar solos y no llevados de la mano de nadie.” Ahí es donde reside la verdadera madurez.
De esto último hemos de significar que no cabe el planteamiento de que: “Como todo funcionaba tan bien con nuestro fundador, no podemos permitir que cambie nada para no desviarnos del camino”, confundiendo la prudencia natural, que es una virtud, con el miedo a equivocarse, a asumir riesgos ante el cruce de caminos que se nos pueda colocar delante, en el que cada opción tiene sus ventajas y sus desventajas. A veces es más cómodo no tomar decisiones a la espera de que sean otros los que las tomen, o dejar que sea el tiempo con sus circunstancias el que nos clarifique el camino. Un tiempo que, la mayoría de veces, no resuelve nada, más bien complica y enquista los problemas.
El relevo generacional también puede poner de relieve un principio muy antiguo: “Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si quieres probar el carácter de un hombre, dale poder.” (Abraham Lincoln). El afán de protagonismo y el personalismo son rémoras que hacen mucho daño a los grupos espíritas. Aquellos que no saben abrir la mano, dar participación, construir desde la humildad, valorando las opiniones y la experiencia de todos (puesto que todos pueden aportar algo al conjunto), haciéndoles partícipes, permitiéndoles que puedan sentirse útiles y valorados, pueden destruir en poco tiempo lo construido durante muchos años de esfuerzos y sacrificios. Y qué decir de los jóvenes, dejándoles su espacio y la posibilidad de aportar sus ideas renovadoras y audaces.
Arropar, promover o destacar en exceso a algún compañero de grupo sobre los demás puede suponer, al contrario de lo que se persigue con buena intención, el convertirlo en una persona más vulnerable.
Los líderes y fundadores deben de ser inspiradores, referentes que estimulen el esfuerzo, la constancia, un espejo donde reflejarnos, pero nada más. No son dioses, no son infalibles. Su ejemplo y tenacidad suele ser admirable, no obstante, tampoco están exentos de errores, de fallas, puesto que también están sometidos a las vicisitudes de la vida como todo el mundo. Debemos, por tanto, quedarnos con lo bueno, conscientes del largo camino que nos queda por recorrer. También valorar que la unión no suma sino que multiplica. Si existe verdadera fraternidad, nobleza y buena voluntad por parte de todos, es mucho más complicado equivocarse. No corren tiempos para las demostraciones individuales, sino para desarrollar trabajos en común, bien organizados y encauzados hacia un mismo fin colectivo.
Serán los resultados posteriores el mejor aval, el mejor estímulo. Permaneciendo fieles a los objetivos espirituales, que son los pilares donde se sostiene el edificio, el trabajo diario y la constancia ofrece sus frutos más pronto o más tarde. De esa manera, el centro espírita con sus componentes se convierte en un ser vivo que actúa, aprende, rectifica cuando se equivoca, se levanta ante las adversidades, se esfuerza por mejorar, no se cansa de hacer el bien, que busca iniciativas que mejoren la transmisión de los ideales nobles, que disfruta de los logros obtenidos y comparte las alegrías y las satisfacciones.
Ser conscientes también de nuestras limitaciones, sobre todo en el campo de la mediumnidad. Grupos hay que, de entrada, desde su fundación y en el transcurso de los años, han descartado el ejercicio de las facultades mediúmnicas por los riesgos y dificultades del momento; otros han desarrollado dicha actividad espiritual sin problemas; sin embargo, con el paso del tiempo las circunstancias pueden cambiar. En cada etapa de grupo es necesario realizar una valoración seria y rigurosa. Si se ha practicado la mediumnidad con buenos resultados, pero se observa una degradación, o que los resultados ya no son los adecuados, es preferible desistir, aunque sea temporalmente. También puede ocurrir lo contrario, desde su fundación haber renunciado a su práctica, pero observar que se dan actualmente las condiciones para la práctica de este trabajo de intercambio entre los dos planos. Es muy importante siempre valorar las situaciones y ser flexibles, actuando con sentido útil y práctico; asumiendo los retos cuando exista consenso y merezca la pena, y absteniéndose cuando los riesgos sobrepujen a las posibles ventajas.
Para ir concluyendo, recordar este axioma: Todos somos necesarios pero nadie imprescindible. La tarea se desarrolla en muchos frentes. Cada grupo espiritista de buena voluntad, e implicado en la tarea renovadora, es como una pequeña chispa de luz destinado a iluminar el inmenso campo de trabajo que se descubre ante nuestros ojos. Todos esos pequeños focos de luz están interconectados, puesto que la dirección espiritual en todo el globo terráqueo es única. Se trata del Maestro Jesús, como gobernador de esta humanidad, quien dirige y coordina a los miles, quizás millones de espíritus de luz que están a su servicio en la gran tarea redentora de este planeta. Es la gran transición planetaria que, definitivamente, lo ha de convertir en un remanso de paz y de amor.
Cada uno de los elementos que formamos parte de un grupo debemos de sentirnos importantes, porque el hecho de pertenecer al mismo significa que “hemos sido llamados”; de esto no nos puede quedar la más mínima duda. Depende de nuestro esfuerzo personal el que cada vez nos podamos sentir más identificados con dicha tarea, un trabajo singular con el sello particular de cada uno que, unido al resto, supone una garantía de éxito en la consecución de los ideales espirituales, en la materialización de aquellas inquietudes que nos movieron en un principio y nos llevaron a buscar un camino. Los fundadores, los líderes, nos facilitaron ese camino; ahora nos toca a nosotros dar un paso adelante. ¿Estamos dispuestos a hacerlo?
El relevo generacional en los grupos espíritas por: José Manuel Meseguer
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