«La Conciencia es la luz de la inteligencia para distinguir el bien y el mal»
Como es lógico suponer, la conciencia moral del individuo se forja, crece y desarrolla al mismo tiempo que su espíritu trascendente va ampliando sus cualidades intelectuales y espirituales. En la aparición del ser humano, el espíritu que lo vitaliza y le permite sus primeras reencarnaciones bajo la impronta de esta chispa divina se presenta como un ser sencillo. Es como una tabla rasa, sin conciencia moral alguna, donde no hay registros que le permitan distinguir el bien del mal, sino simplemente diferenciar el bienestar del malestar que le generan las percepciones y sensaciones que recibe del mundo exterior.
En estos primeros niveles de evolución, la psiquis del humano, ya plenamente desarrollada en su parte animal, se guía por el instinto casi al cien por cien, y la inteligencia y la conciencia del bien y del mal no existe salvo para aquello que le genera cumplir con sus expectativas primarias de vida: alimentación, reproducción y supervivencia.
Hay dos hechos fundamentales que le permitieron salir de esta etapa rumbo a la etapa hominal donde ya se encuentra. El primero de ellos es la toma de conciencia de las emociones primarias, y el segundo la socialización y el mimetismo con el reino animal. En la etapa anterior ha experimentado emociones de todo tipo, ha sufrido, ha gozado, ha sentido placer y tristeza. Era la etapa pre-humana, pero la diferencia con la de ahora es muy importante, pues aunque siga experimentando las mismas emociones que antaño, lo que ahora le acontece es que se ha vuelto consciente de esas emociones. Esto significa la aparición de los sentimientos (emociones conscientes).
Esta diferencia es sustancial, pues con la incorporación de las facultades superiores del espíritu en el homínido comienza la etapa humana, caracterizada sobre todo por “la toma de conciencia de uno mismo”, y con ello no sólo se vuelve consciente de las emociones que experimenta, sino que su mente comienza a saber que puede pensar acerca de lo que él mismo piensa. Se vuelve capaz de razonar sobre lo que acontece, se comienza a identificar él mismo como un ente independiente, con libre arbitrio y voluntad propia para modificarse a sí mismo y a su entorno.
La llegada del lenguaje y la verbalización de los pensamientos en el grupo social al que pertenece dará lugar a la etapa de socialización que le ayudará a imitar comportamientos, respetar las primeras normas de convivencia, y con ello comienza a instalarse una “conciencia moral primitiva para distinguir el bien del mal”, o lo que es lo mismo, sobre lo que es correcto o incorrecto según lo que el grupo tribal determina.
Al comenzar la etapa de humanidad, el espíritu humano va reencarnando y comenzando a ampliar su mente y su conciencia. Las costumbres y tradiciones van cimentando sus acciones y sus pensamientos, y no sólo el grupo social marca sus normas, sino que él mismo, en el grupo familiar que forma, se atiene a unas condiciones que entre sus miembros establecen tácitamente para mejorar su vida y las condiciones de los suyos. El instinto y la emoción le hacen copiar el comportamiento animal del que procede, y si el primero va dejando paso poco a poco a la inteligencia mediante los retos que la vida le presenta y que le obligan a pensar y ejercer la cognición, la segunda (emoción) va transformándose en algo nuevo, alcanzando lo que llamamos el sentimiento.
La diferencia entre emoción y sentimiento es que la primera aflora sin experiencia consciente, y el sentimiento es la transmutación de la emoción mediante una experiencia subjetiva o consciente que humaniza a aquel que la experimenta. Por ejemplo, la experiencia materna en algunos animales existe únicamente como emoción, sin sentimiento, pues abandonan a sus crías tan pronto las traen al mundo; sin embargo, en los animales superiores y el hombre ocurre algo diferente: en estas primeras etapas, el afecto y cuidados de la madre animal por los recién nacidos se transforma en un primitivo sentimiento amoroso que no sólo provee a sus crías de seguridad y alimento.
Así también comienza el desarrollo emocional y mental del ser humano en sus primeras etapas, y con ello también se desarrolla el sentido moral de “bueno y malo”, que comienza en “bienestar o malestar”, “”seguridad o peligro”, “lucha o huida”. Es la conducta, pues, la que inicia el sentido moral del hombre y con ello aparece lo que será, con el transcurso de las experiencias y vidas sucesivas, el desarrollo de la conciencia moral del ser humano.
Analizando los niveles de conciencia actuales del hombre lo comprendemos mejor. Esta primera etapa se asimila a la primera etapa de la “conciencia dormida”, aquella en la que el hombre es apenas un ser animal racional únicamente preocupado por alimentarse, reproducirse y sobrevivir. Es el hombre fisiológico, sin vida interior, al que no le interesan las experiencias elevadas (aprender, reflexionar, admirar la belleza, los valores superiores del ser humano, arte, literatura, solidaridad, fraternidad, etc.). ¿Cuántas personas conocemos que se rigen bajo este principio del egoísmo y materialismo exacerbado? Es la primera etapa de la conciencia dormida que se asimila a la etapa de algunos animales superiores que hemos explicado arriba.
En la segunda etapa el desarrollo moral es mayor, el ser humano toma conciencia del bien y del mal, procura adaptarse a las normas ético-morales de las sociedades donde vive. Es la etapa de los “momentos de conciencia”, y aunque trasgrede con frecuencia los códigos sociales a los que se somete (ej.: justicia humana), sabe que debe atenerse a la moral social y las normas tácitamente aceptadas por la sociedad o país donde vive; de lo contrario, la ley cae sobre él y le obliga a cumplirlas, castigándole si es preciso para preservar el orden social.
Es la etapa en la que nos encontramos desde hace milenios, y donde la conciencia humana apenas se desarrolla por no atender a su auténtico cometido, el de los valores superiores del espíritu inmortal que le lleva en volandas hacia la tercera etapa, tan pronto como presta atención a su desarrollo espiritual. Esta etapa es la de la “Conciencia despierta”. Aquí, el hombre no sólo sabe que deber actuar bien en todo momento y lugar para con él mismo, con su prójimo y con la vida, sino que comienza a desarrollar el autocontrol sobre sus propias emociones, pensamientos y acciones. Esto le permite un nivel de conciencia superior, donde dirige libremente su vida hacia donde él quiere y no hacia donde le marcan las convenciones sociales, modas o tendencias materiales que imponen morales sociales frívolas, y a veces contrarias, a un sentido ético-moral superior procedente de los auténticos valores superiores de la vida.
Por último, existe una etapa de “Conciencia Trascendente” a la que se llega después de milenios de trabajo y evolución en el bien. Es la de aquellos que son uno con la Conciencia Universal o Mente Divina. Algunos espíritus superiores y perfectos que han venido a la Tierra han demostrado este nivel de Conciencia Moral, muy superior a los estándares que podemos encontrar en el ser humano actual. Son personajes de la talla de Buda, Krisna, Sócrates, San Agustín, Francisco de Asís, destacando especialmente Jesús de Nazaret, como referente occidental de la máxima expresión moral que podamos encontrar, reflejado de forma sublime en su mensaje de amor y enseñanzas superiores de moral divina.
Como vemos, la conciencia moral se desarrolla en paralelo a la evolución y progreso del alma inmortal, y no procede ni de la herencia biológica ni del azar ciego o aleatorio. Prueba de ello, por ejemplo, es la diferencia de conciencia moral existente entre dos gemelos univitelinos que poseen la misma carga genética, que son educados en las mismas escuelas, con los mismos condicionamientos socio-económicos y familiares y que, sin embargo, uno resulta una persona malvada, egoísta o viciosa mientras que el otro el otro posee una conciencia moral elevada digna de destaque, que le lleva a la excelencia de sacrificar su vida en acciones de bien.
Es la prueba de la inmortalidad, de la herencia espiritual que todos traemos en nuestra alma milenaria llena de experiencias subjetivas, aciertos y errores, méritos y deméritos. Sin duda, es tan importante la actitud ético-moral ante la vida, que el desarrollo de nuestra conciencia moral depende de cómo nos comportamos y adoptamos las decisiones acertadas hacia el bien o hacia el mal. Estas decisiones marcarán nuestro futuro de forma inapelable, pues nadie puede escapar ni a su conciencia ni a sus acciones a través de las futuras apariciones en la Tierra mediante la reencarnación.
Aparición de la conciencia moral por: Antonio Lledó Flor
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«El anhelo de los seres humanos yace en la alegría permanente, en la vida inmortal, en la paz permanente, en la riqueza del espíritu y de la conciencia, la cual nunca acaba y dura eternamente.» (Anónimo)