El Amor, como fuente de vida, de sentimientos y emociones, es una fuerza imparable, es una emoción mucho más fuerte y amplia de lo que alcanzamos a imaginar. Carece de fronteras. Está en continua expansión. Crece y se engrandece sin límite. Cuando despierta en el individuo de forma limpia y espontánea es como un río caudaloso que busca su cauce para crecer y llegar al mar. Es la chispa divina creciendo en busca de su Creador.
Nuestro amor se reviste de infinidad de ropajes que le impiden manifestarse en plenitud, está limitado por nuestras propias imperfecciones y por el egoísmo que nos acompaña desde tiempos inmemoriales. Afortunadamente, poco a poco, vamos tomando conciencia de nuestra propia naturaleza espiritual y, con fe, trabajo y entusiasmo, vamos progresando lentamente, desprendiéndonos de ese incómodo lastre y, en cada nueva vida, mejoramos nuestra capacidad de manifestar el auténtico amor, aquel que enseño el más grande Avatar, Jesús.
Venimos evolucionando de modo imperceptible, siempre gracias a las pruebas y expiaciones que vamos recibiendo. En el pasado ese proceso venía produciéndose de forma inconsciente y hoy, gracias a las experiencias que la Ley de Causa y Efectos (También denominada Ley del Kama) nos plantea cotidianamente, vamos revalidando las lecciones aprendidas. Pero llega un momento en la vida de todo individuo en el que algo eclosiona interiormente. Es la chispa divina que nos impele a la búsqueda de la verdad, de la libertad y la felicidad tanto personal como colectivamente.
Evolucionamos individual y colectivamente, todo lo que nos rodea se transmuta, los tiempos y las percepciones cambian y surgen nuevas pruebas, nuevas necesidades y nuevas lecciones que aprender; es ésta la vía única de progreso y el camino que la Humanidad necesita. A medida que el ser humano desarrolla sus capacidades, surgen nuevas necesidades y desafíos. Es la Ley del Progreso que nos impele a una constante renovación.
Durante estos dos últimos siglos la Humanidad ha experimentado incontables cambios y avanzado mucho más que en los últimos dos mil años. El individuo actual está tomando conciencia de que no hay meta fuera de su alcance, gracias al desarrollo de la inteligencia y los avances en Ciencia y Tecnología. Tenemos la sensación de que el Universo se nos está quedando pequeño pero, nada más lejos de la realidad, tan sólo estamos vislumbrando la inmensidad que queda por descubrir. Somos párvulos en el camino de la evolución.
Estamos tomando conciencia también de que para convivir y mantener una buena relación en la sociedad, necesitamos guardar un permanente estado de Paz y de Armonía. Este estado requiere un enorme esfuerzo pues, constantemente nos encontramos inmersos en guerras y enfrentamientos fratricidas en cualquier lugar del Orbe. Mantenemos una evidente desproporción entre nuestro desarrollo “moral” e intelectivo-tecnológico. Somos incapaces de convivir en paz, de llevar a la práctica el respeto y la tolerancia entre los pueblos y, esta carencia no la puede suplir la diplomacia, que no llega a resolver los conflictos entre los diferentes países.
¿Porque sucede así? Simple y llanamente, son más fuertes los intereses propios que los del conjunto de la Humanidad. Aún no alcanzamos a comprender que «Somos uno», que todos compartimos un mismo hogar y destino. Aquello que afecta a la parte, influye en el todo. De ahí la imperiosa necesidad de cuidar por igual a todos y cada uno de los componentes de esta casa planetaria.
Este es el mensaje que traemos a la palestra y lleva como título: Solidaridad Universal. No es tema baladí, se trata del inicio de una nueva era en la que aprenderemos que somos todos iguales, todos hermanos, sin importar color, raza, religión o país del que procedamos. Nos hemos adentrado plenamente en la Era del Espíritu y, el Espíritu, no tiene color ni distinciones, todos somos espíritus hermanos. Compartimos un mismo origen, somos hijos de un mismo padre Universal. La Ley de Solidaridad nos exige respetarnos, tolerarnos y algo más trascendente… tratarnos fraternalmente, como hijos del mismo Creador que somos. Es algo que conseguiremos con el tiempo, en la medida que vayamos asimilando que esta es la Única Verdad.
Por la Ley de Reencarnación todos pasamos por vivencias similares, pobreza y riqueza, fealdad y belleza, enfermedad y salud. Todo ello forma parte de las pruebas y experiencias que este mundo de Expiación nos propicia. Nacemos, bien en África, en Asia o en Europa y, quien ahora se fanatice en el racismo y menosprecie a otra persona por el hecho de ser diferente, está sembrando la simiente de su próxima encarnación con esas mismas experiencias. Y es que «El espíritu, sopla hacia donde quiere y no sabemos de dónde viene ni a dónde va», como explicó Jesús a Nicodemo en el célebre pasaje del Evangelio, ¿Tú eres doctor en la Ley y no sabes esto?
Observemos bien la frase del Maestro a Nicodemo: ¿Tú eres doctor de la Ley y no sabes esto?». A nosotros nos sucede algo similar, hemos aprendido mucho pero, no queremos saber o no queremos utilizar lo aprendido. Más, el tiempo señalado para poner en práctica las enseñanzas recibidas durante innumerables siglos está tocando a su fin.
Cada aprendizaje tiene un tiempo marcado por la Ley y, quien no supere el examen está obligado a repetirlo. Nacemos y renacemos una y otra vez, para aprender, superar pruebas, lecciones y expiaciones consecuencia de numerosos equívocos del pasado. Cometemos errores en numerosas ocasiones, más bien por falta de valores morales que por propia maldad. Es por ello que la Ley de Evolución nos entrega pruebas y más pruebas, experiencias y más experiencias, siempre con el único fin de que limpiemos nuestra conciencia de viejos prejuicios y costumbres fruto del egoísmo y la ignorancia espiritual. Se trata simplemente, de conocer y asumir la razón del por qué y para qué estamos aquí.
Como hemos citado en el párrafo anterior, no es fruto de la casualidad que converjan ahora determinadas circunstancias, (En mí limitada opinión fruto de los cambios producidos en la sociedad) consecuencia de los incontables avances tecnológicos conseguidos. Hace un siglo una persona ubicada en una región remota, prácticamente no salía de ella en toda su vida. Ahora vivimos un acercamiento de alcance mundial, cualquier persona puede viajar al otro lado del planeta en cuestión de veinticuatro horas. Con la globalización han llegado nuevos retos a la sociedad. En estos momentos, es de imperiosa necesidad compartir nuestro bienestar con otras personas que no detentan nuestra cultura, idioma, raza y posición social.
Este fenómeno, sin el respaldo de un espíritu de fraternidad y solidaridad universal se nos queda muy grande. No estamos capacitados para tratar con igualdad a todos los habitantes del planeta pues esta equiparación requiere también facilitar los mismos derechos y obligaciones para todos y, cualquier muro o barrera que interpongamos no hará desaparecer este acuciante problema.
Resulta necesario ponerse al día espiritualmente, aceptar este hecho como algo natural y como una prueba más, necesaria para nuestro aprendizaje espiritual. Se trata de una experiencia que necesitamos superar y que nos permitirá desarrollar nuevos valores de la Ley del Amor.
Es una prueba colectiva de índole internacional: Los refugiados. Analicemos por un momento, en qué modo nos gustaría ser tratados si nos viésemos en la necesidad de abandonar nuestro país, pueblo, hogar y familia para sobrevivir. Sin embargo giramos la cabeza hacia otro lado, les rechazamos y les negamos sistemáticamente el asilo que necesitan. Rehusamos pensar en los ancianos, niños, padres y madres que sufren amargamente por no disponer de lo más básico.
¡¡Despertemos de una vez, dejemos de pensar como individuos aislados!! Comencemos a percibir a la Humanidad de nuestro Planeta como un Ente. Estamos llamados a crear una Sociedad única, libre de fronteras y sin divisiones geográficas. Este planeta es el hogar de todos y cada uno de los componentes de esta Humanidad y nos pertenece a todos por igual. Debemos enfocar nuestro pensamiento hacia la protección de la vida, de las personas y de este hábitat que nos da cobijo. Aparquemos el ansia de oro y vanidades humanas, nos estamos poniendo en peligro por pensar egoístamente en sólo unos pocos.
Como citó el Sr. José Mújica, expresidente de Uruguay “Europa carece de memoria histórica”. Durante y tras la segunda guerra mundial, toda América Latina acogió a millones de refugiados europeos que tuvieron que huir de sus países para salvar la vida. Esta misma Europa, rica y desarrollada, que ahora es incapaz de acoger a los refugiados que huyen de la guerra y la miseria, procedentes de países del Medio Oriente y de África.
¡El Pueblo que no aprende de sus errores está condenado a repetirlos!
Estamos viviendo una época de grandes y constantes cambios que no son casuales, se nos está poniendo a prueba en materia de solidaridad universal, de fraternidad, de capacidad de diferenciar entre materia y espíritu, entre amor y egoísmo, entre unión y división, guerra y paz.
Venimos a progresar, más no como nos apetezca, sino afrontado con espíritu de lucha y amor las pruebas que la Providencia Divina nos pone en el camino. “Sepamos pues aprovecharlas”.
Amor solidario por: Fermín Hernández Hernández
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