AMOR AL PRÓJIMO

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Amor al prójimo

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Dijo Jesús: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y más grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amaras a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la Ley y los profetas.

Mateo 22:37-40:37)

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¡Amar al prójimo es un mandato divino! Esta referencia del apóstol Mateo carece de interpretaciones, no tiene discusión: Se entiende y se acepta, o no.

Es por tanto un mandato prioritario que se nos exige, es la Ley principal, la quintaesencia de toda Ley y Principio Espiritual. Es por ello que Jesús concluye diciendo: “De ello depende toda la Ley y los Profetas”. Porque es el fin único para el que nacemos y vivimos en esta senda de aprendizaje y progreso. Todo lo demás queda en segundo plano.

Debemos concienciarnos que este no es un mandamiento cualquiera es «El Mandamiento». Todo lo que cotidianamente vamos aprendiendo, los esfuerzos realizados para corregir defectos, el trabajo para mejorar y avanzar en todas y cada una de las disciplinas que el espíritu tiene ante sí, buscan prioritariamente conseguir esa meta. Se trata de ser capaces de «Amar al prójimo como a uno mismo».

Meta difícil, muy difícil, cierto, más por ello, debemos concienciarnos y comprometernos para qué, poco a poco, este mensaje vaya calando internamente y asimilar que todas las personas son parte de nuestro propio yo. Debemos tratarles con cariño y respeto, en definitiva, con Amor. Su bien es el nuestro propio. Tenemos la obligación de convertirnos en Seres que irradien Amor. Ese es nuestro destino y el único fin para el que hemos sido creados. “Amor con sabiduría”. De este binomio dimana todo lo demás.

Por eso hemos venido repasado en esta sección las diferentes formas que el Amor tiene para expresarse: Comienza en los seres más cercanos, en la familia, amigos y, en las personas con las que compartimos tiempo y experiencias, trabajo, estudio y, todas las numerosas actividades que realizamos a lo largo de nuestra vida. Todo este camino no es más que un ensayo para desarrollar esa cualidad: “Amor”, sentimiento y emoción que va desarrollándose en dos facetas:

         Primera: Con el esfuerzo que venimos realizando para erradicar las imperfecciones morales adquiridas en el pasado (El mayor impedimento para el progreso).

         Segunda: Con la predisposición para pensar en los demás y desearles la misma felicidad que deseamos para nosotros. En la medida que evolucionamos y dejamos de ser el propio centro de atención, nuestro ombligo, estamos viviendo para los demás.

El amor y desprendimiento de los padres y, muy especialmente de las madres para con sus hijos son un clarísimo ejemplo de esa entrega. Los hijos están siempre presentes, antes que ellas mismas. Un afán común entre los padres ha sido siempre que sus propios hijos alcancen objetivos que ellos no pudieron conseguir. Los protegerán siempre de aquello que ellos sufrieron y nunca ven sus imperfecciones y carencias. Los amarán y cuidarán siempre, sea cual sea su condición ante la Sociedad.

Para una madre un hijo es el fruto de sus propias entrañas, es una parte de sí misma y ese instinto le lleva a quererlo con más dedicación que a sí misma. Este y no otro es el mensaje que deseamos transmitir.

Sin “Amor de Madre”, con toda certeza, este mundo no sería el que experimentamos, no sería el que tenemos actualmente. La figura del padre, tiene otros valores y, trata de modelar al niño intentando hacerlo del mejor modo posible, mejorar lo que él mismo fue. Más ambos tienen idéntica misión: Convertir a su hijo en una persona respetada y apreciada por toda la sociedad, especialmente por sus valores. Desean en la medida de lo posible que sus todos desvelos y trabajo merezcan la pena.

Es esta la primera fase del amor: Volcarse sin egoísmo y sin ambiciones de ningún tipo hacia esas personas, espíritus, que han encarnado como “Nuestros hijos”. Así va naciendo y gestándose el Amor como virtud excelsa. Más adelante esta limitación quedará superada y se  expandirá hacia las demás personas, aunque estas no formen parte de la familia material. Es dentro de las familias dónde se ensayan múltiples propuestas (Que más tarde se irán ampliando) y, dónde penetran en el Ser: La sabiduría y el reconocimiento de que somos una Gran Familia Universal y nuestro Padre uno sólo, Dios.

Este es sin duda un hecho universal y trascendente. ¡¡Imaginemos por un instante en la posibilidad de tratar a todos los seres por igual, de tratar a nuestro prójimo como si fuésemos nosotros mismos, tal como ordena el mandato divino!! ¿Qué cualidades adornarían a esta Humanidad? Sería sin duda otro mundo; un mundo en el que no existirían la guerra, el hambre y las miserias humanas. Este bello planeta sería un auténtico vergel humano.

El egoísmo y su mayor causante; la ignorancia, son la causa primera de todos los males. El mayor daño que se le puede causar a esta Humanidad es la desconsideración hacia el prójimo. Esta es la asignatura que tenemos pendiente y que tan duro nos resulta asimilar: Tratar al resto de personas como nosotros quisiéramos ser tratados.

Estamos fragmentados, divididos; en credos, razas, fronteras, idiomas, clases sociales, ideas, política, religión, etc., pero todo son subterfugios que disfrazan el orgullo, el egoísmo y la ambición, los principales defectos que nos impiden tratarnos como iguales.

Mientras alimentemos estos defectos y también la carencia de valores humanos, ningún progreso se conseguirá en el Planeta de un modo estable. Existirá siempre el enfrentamiento: las guerras y sus consecuencias, el sufrimiento y, en definitiva, la falta de Amor.

Reflexionemos por un momento: ¿Pensamos en algún momento que esas personas que nos rodean son nuestro prójimo? Afirmo en voz alta y clara, en nombre propio y de muchos otros, que “Hemos olvidado a nuestro prójimo”. A pesar de ser este el primer mandamiento que se nos ha dado.

Cada uno arrastra su propia cruz y afirmamos que con llevar nuestra cruz nos sobra. Cierto, pero sería mucho más llevadera con la ayuda de los demás, y los demás también agradecerían nuestra colaboración: “Quid pro Quo”. Nuestra Cruz no es otra que las imperfecciones morales adquiridas en vidas pasadas, fruto del egoísmo, la falta de solidaridad y de fraternidad, es mirarnos el ombligo y no ser capaces de levantar la cabeza para mirar alrededor. Es la fuerza aislante que nos impide compartir y ayudar a los demás. El egoísmo es una lacra que se adueñó en este planeta hace milenios, y que creció con la Sociedad y, hasta tanto no seamos capaces de erradicarla, frenará el progreso espiritual de nuestra Civilización.

La clave para suprimir esta plaga se encuentra en asumir el mandato divino «AMAR AL PRÓJIMO COMO A UNO MISMO». Mientras no instauremos la práctica de esta máxima, no arrancará una nueva etapa para la Humanidad. Hasta tanto los poderes públicos y políticos, estamentos e instituciones reconozcan que todos los aspectos de la Vida deben estar bajo el amparo de esta premisa, jamás florecerá una “Nueva Humanidad” en el Planeta. Una sociedad basada en la fraternidad, caridad y solidaridad es el único camino posible para una evolución planetaria merecedora de una auténtica felicidad.

¿Y… cómo podemos poner en práctica este mandato? Para todos aquellos que aún no hayan despertado: «HACED A LOS DEMÁS LO QUE QUISIESEIS SE OS HICIERA A VOSOTROS».

 

Fermín Hernández Hernández

©2016, Amor, Paz y Caridad

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