«Mil cosas avanzan. Novecientas noventa y nueve retroceden. Esto es el progreso.»
En multitud de redacciones, artículos de opinión, libros, revistas e investigaciones sociológicas, se alude con frecuencia a la situación del hombre del siglo XXI en cuanto a sus actitudes, expectativas, modas, influencias culturales, tecnológicas, científicas y filosóficas que condicionan la vida de manera específica en todo el orbe planetario.
La impresión generalizada es que, cada vez el mundo, a pesar de su enorme avance científico y tecnológico, se ve amenazado por mayores cuotas de desigualdad, pobreza, cataclismo climático, inseguridad, egoísmo y maldad. Ante esta opinión, fuertemente extendida, hemos de discrepar en parte.
Nuestro análisis siempre se encuentra basado en la confianza y la buena voluntad del ser humano, a pesar de sus errores, a pesar de sus imperfecciones. Nadie puede negar el avance de las sociedades en los últimos tres siglos. Desde la conquista de los derechos individuales, democráticos y sociales propiciada por la ilustración el avance social ha sido imparable.
Hay quien niega la evidencia del cambio social, del avance de la humanidad en todos los sentidos; pero analicemos con detalle las circunstancias que nos envuelven, y, una mirada retrospectiva a un pasado no tan lejano, nos hará vislumbrar que el hombre y la sociedad, avanzan imparables en el camino del progreso y la evolución a pesar de las dificultades de cada época histórica.
Nadie, que no se vea mediatizado por posturas dogmáticas, puede negar el avance de la ciencia y la tecnología en este último siglo. En plena era de la realidad virtual, la imagen cobra especial protagonismo, tanto es así que, vivimos en el mundo de la imagen que poco a poco va relegando a la palabra. Aquello que no aparece en los informativos de Tv, radio, redes sociales, etc. parece no existir, y sin embargo, el hombre vive alienado en la búsqueda incesante de una felicidad efímera que se empeña en buscar en las cosas materiales, en vez de intentar localizarla en su interior.
Un ejemplo: hasta la llegada de Louis Pasteur y el descubrimiento de los microbios, las vacunas, etc. la medicina no había experimentado gran evolución en los últimos siglos. Con anterioridad, la superstición y los remedios naturales apenas lograban expectativas de vida superiores a 50 años. Esta circunstancia, unida al avance social, la conquista de derechos en las democracias y el acceso de todos a los medios y recursos que la sociedad pone a nuestro alcance, lograron convertir las sociedades clasistas y aristocráticas en tiempos del pasado. Y aunque todavía sigan existiendo personas que así se consideren, son las menos.
«Dos cosas contribuyen a avanzar: ir más deprisa que los otros o ir por el buen camino.»
René Descartes (1596-1650) Filósofo y matemático francés.
Las sociedades avanzan, los pueblos oprimidos en otro tiempo despiertan, y, a pesar del egoísmo del sistema capitalista, éste tiene la ventaja de permitir el acceso a mayores cuotas de bienestar a más gente que las épocas de esclavitud del pasado (hace apenas 150 años que se abolió la esclavitud en América) donde no existían derechos ni nadie era considerado por igual.
La sensación de que todo funciona mal, de que es preciso refugiarse en el egoísmo individual para preservar «nuestro patrimonio, seguridad, etc» no es más que la deriva materialista del egocentrismo más virulento. Es precisamente al contrario; los valores de solidaridad, equidad, mayores derechos, mejores repartos y distribución de la riqueza, mayor igualdad entre los hombres, tolerancia, respeto, etc.. son precisamente la garantía de una mayor libertad para todos.
Y aquí llega la hora de desmentir la maldad humana; es cierto que existe, es real que genera sufrimiento y dolor; pero no es menos cierto que el hombre, en su propia naturaleza aboga por el bien, a pesar de sus maldades, errores e imperfecciones, pues, desde un enfoque puramente espiritual, todos estamos en un proceso evolutivo de mejora, de cambio, de transformación moral que nos haga mejores de lo que somos.
Esta mejora, este cambio moral y personal en los principios de la fraternidad, la solidaridad y el amor, es lo que logra transformar la sociedad donde vivimos. Nada convence mejor que el ejemplo. Y cuando el hombre se transforma para bien, la sociedad que a su alrededor se encuentra también experimenta los beneficios de ese cambio.
«Cuando te perfeccionas, estás perfeccionando las vidas de quienes te rodean. Y cuando tienes el coraje de avanzar con confianza en la dirección de tus sueños, empiezas a beneficiarte del poder del universo.»
Robin Sharma – Libro: «El monje que vendió su Ferrari»
Nos encontramos, a nivel planetario, en tiempos de cambio, de transformación; una generación está siendo sustituida por otra. La generación que viene es más solidaria, más fraterna, más predispuesta a la igualdad entre los hombres, a la solidaridad entre los pueblos y las sociedades.
Esto no es casualidad, y obedece a varios aspectos; mencionemos algunos. En primer lugar, la encarnación en la tierra desde hace algunas décadas, de espíritus más adelantados que vienen en estos momentos a propiciar un adelanto en la ciencia, las ideas, el pensamiento y la moral. Otro aspecto de este profundo cambio es la llegada de una nueva sociedad debida al cambio de un mundo de expiación y prueba, como es este, a un mundo de regeneración.
Esto no es un proceso arbitrario, sino fruto de la propia evolución del planeta tierra que, al igual que otros mundos en el resto del universo, evoluciona mediante ciclos de miles de años, permitiendo en determinados momentos cambios a nuevas épocas de crecimiento y progreso de las humanidades que los habitan.
Una tercera circunstancia es el desequilibrio entre el avance científico y el moral; este último no está a la altura del desarrollo que la ciencia ha experimentado para permitir el equilibrio necesario que permita a la humanidad del planeta evitar riesgos, desequilibrios, amenazas, etc. que pongan en peligro el futuro de la humanidad que venga a habitar en él en siglos venideros.
Retomando el inicio; los hechos trágicos, dolorosos, injustos o traumáticos que afectan a la sociedad humana, son rápidamente incorporados a la información que recibimos a toda hora. La maldad, la injusticia y la violencia, hacen mucho ruido, las personas que llevan a cabo estas cosas dan ejemplo de su atraso, de su primitivismo y de su egoísmo.
Pero inmediatamente, la amplificación de sus acciones, alimentados por el morbo y la debilidad humana por el sufrimiento ajeno, hacen que tengamos la sensación de que las cosas se encuentran estancadas y que la humanidad no avanza. La frivolidad y la perversión humana, ha pasado a ser material informativo de primer orden, que alimenta los instintos del materialismo embrutecedor que padecemos.
Es cierto que las acciones de bien; los sacrificios personales en beneficio del prójimo, las renuncias individuales de millones de personas que trabajan por la igualdad, la solidaridad, la caridad y el auxilio hacia los demás, apenas tienen el eco mediático que merecerían, y suelen pasar desapercibidas en los informativos. Esto, que precisamente es lo que dignifica al ser humano y nos hace concebir la esperanza de un futuro mejor apenas es digno de mención.
Somos más; muchos más en todo el planeta los que abogamos por una sociedad más justa, más solidaria, más fraterna, más igualitaria. No importan las etiquetas, las religiones, las filiaciones a tal o cual movimiento; no se trata de una competencia, se trata del «sentirse humano» del «ser humano»; procurando que el bien vaya sustituyendo al mal allá donde éste se encuentre. Explicado de otra forma; ir abandonando el egoísmo y el orgullo para sustituirlo por el altruismo y la fraternidad.
El hombre, en su camino evolutivo tropieza constantemente; pero las sociedades son el reflejo de las actitudes individuales; si trabajamos en la reforma interior, en la revolución personal de nuestras propias conciencias, mejorando nuestras debilidades y entregando lo mejor de nosotros hacia los demás, estamos sembrando el paradigma de lo que viene: un mundo mejor, más fraterno, más solidario, más igualitario y más justo.
Vuelvo a repetir; entre los 7000 millones de personas que pueblan este minúsculo planeta llamado tierra, y a pesar de las imperfecciones de carácter, de las pasiones desorbitadas que generan estancamientos, de las posturas egocéntricas y exclusivistas; somos más, muchos más los que abogamos por la esperanza de un mañana mejor, de un futuro mejor para nuestros hijos y los hijos de los demás.
«A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota.»
Madre Teresa de Calcuta
Todo se construye y se crea mediante nuestro pequeño grano de arena. Comenzando individualmente esta transformación moral se traslada al conglomerado social y al final las sociedades se ven obligadas a cambiar sus costumbres, sus tradiciones y sus leyes, para adaptarse a los nuevos tiempos de progreso y solidaridad que esperan a este planeta a la vuelta de pocas décadas.
El cambio se viene operando; no dudemos que somos más los que lo queremos y lo aceptamos. Todo ello a pesar de que el mal, el inmovilismo y las fuerzas contrarias al cambio de una sociedad menos egotista tienen mucha «visibilidad» y mucha fuerza.
No nos dejemos llevar por las impresiones ni por las modas de una sociedad alienada; valoremos la fuerza de la transformación social, del cambio social; algo que viene siendo una constante en la historia de la humanidad y que nadie puede evitar ni impedir. Algo que ahora se amplifica, pues no existen apenas distancias, en cualquier momento podemos comunicarnos con todo el mundo en todas partes.
Construyamos, trabajemos y colaboremos con lo mejor de nosotros mismos; aportando nuestro esfuerzo, cada uno en la medida de sus posibilidades, desde donde pueda, para que la transformación que se avecina no sea solamente social en las formas; sino en lo moral, en los principios de la fraternidad universal, la solidaridad entre los hombres y los pueblos, y la igualdad en todos los aspectos, como de hecho ya lo somos ante la causa primera e inteligencia suprema que ha originado todo el universo.
Redacción
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«El verdadero progreso social no consiste en aumentar las necesidades, sino en reducirlas voluntariamente; pero para eso hace falta ser humildes.»
Mahatma Gandhi