AMBICIÓN Y EGOÍSMO

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Desde hace siglos, y en la evolución de la historia social del ser humano, se comprueba que la ambición y el egoísmo son rasgos característicos de nuestra personalidad que muy difícilmente sabemos controlar y eliminar.

En todas las épocas de la humanidad, el egoísmo por un lado, y la ignorancia por el otro, han sido las lacras más graves en la conducta del ser humano, llevando a este a graves consecuencias en lo que a su futuro espiritual se refiere; aunque su apariencia en la materia esté llena de triunfos materiales, riquezas, oropeles, halagos o reconocimientos múltiples.
Sabemos cuantas injusticias se han cometido al amparo de aquellos que han preferido las glorias en la tierra antes que un futuro dichoso y feliz en su interior. La búsqueda de la felicidad es algo innato al ser humano desde que nace; el mérito de acertar dónde ha de buscarla ya es otra cosa distinta.

Hay quien cree que la felicidad se encuentra en la acumulación de posesiones, bienes materiales, otros creen que la felicidad está en satisfacer de forma inmediata los deseos que nos surgen al instante, sin reparar si esa satisfacción, genera perjuicios a terceros por los métodos a utilizar para poder conseguirla.

Sea como fuere, multitud de pensadores a lo largo de la historia nos han remarcado que la felicidad es un estado imposible de conseguir totalmente durante la vida; otros nos indican lo contrario, pero la gran mayoría de ellos coinciden en que no se encuentra en las cosas externas a nosotros, sino en nuestro interior.

Esta circunstancia no está del todo bien comprendida por la mayoría de los seres humanos, que, cegados con frecuencia por lo que nuestros sentidos físicos nos presentan, y unido a nuestras carencias de carácter y hábitos egocéntricos, solemos decantarnos con facilidad por lo externo; en vez de cuidar nuestro interior con hábitos saludables de conducta recta, pensamientos honestos y sentimientos nobles que nos aporten el equilibrio y la paz íntima que precisamos para ser felices verdaderamente.

Lamentablemente, estas reflexiones conducen siempre al debate entre “ser y tener”. Esta enorme confusión en muchas personas, que creen alcanzar la felicidad cuanto más tienen, a costa de lo que sea, aunque deban violentar los derechos, libertades o intimidades de los demás (*).

Apenas se percatan de que es mucho más importante “ser” que “tener”; puesto que lo primero nos humaniza y nos acerca a nuestra auténtica dimensión y realización personal, mientras que lo segundo nos esclaviza por dos veces; en primer lugar, para alcanzar aquello que queremos, muchas veces aceptamos acciones y pensamientos contrarios a nuestros principios, aspecto que a la larga creará sufrimiento moral en nosotros; y en segundo lugar, cuando uno ha “poseído” el objeto que tanto anhelaba se vuelve a esclavizar a él por el miedo a perderlo, o por considerarlo insuficiente.

La moderna psicología cognitiva nos aclara que los deseos que tenemos muchas veces son irracionales; que no es preciso “tener” para “ser” feliz. Que aquellos deseos que nosotros mismos evaluamos como objeto de nuestra felicidad, son meramente eso, objetos, y por sí mismos no nos reportarán más que una satisfacción efímera y poco duradera.

La felicidad se encuentra en el equilibrio emocional; definiendo el mismo como una filosofía de vida que sea, por encima de todo, coherente con nuestros principios y conforme a nuestra conciencia. Para ello, nuestros pensamientos, sentimientos y acciones han de ser armónicos y equilibrados, con un alto discernimiento de aquello que interiormente nos reporta paz y sosiego, o lo que es lo mismo, felicidad interior.

Probado está que, en la aceptación de las dificultades de la vida mediante actitudes positivas, la persona se refuerza y se fortalece interiormente. No hay que facilitar el paso a la rebeldía o la depresión que se instala en nosotros con facilidad cuando, ante cualquier contratiempo pensamos que todo es injusto y que merecemos otra cosa.

Desconocemos en profundidad las causas de muchas contrariedades que nos ocurren y cuyo origen se encuentra en nuestro pasado; concretamente, en nuestras vidas anteriores. Es por ello que, la mejor actitud es valorar las pruebas que la vida nos presenta como auténticas experiencias evolutivas, de las que extraer lo positivo que nos refuerce interiormente; sin dar paso a la depresión mediante una actitud valiente y totalmente responsable.

Aquí el conocimiento espiritual nos ayuda enormemente. Cuántas veces comprobamos cómo muchas personas, en busca de la gloria efímera de los placeres o del dinero, son capaces de arruinar su vida al no tener ningún tipo de escrúpulos con los que se encuentran a su alrededor. El egoísmo los ciega, y la efímera máscara de los sentidos los lleva a forjarse un lúgubre y sufriente destino espiritual para el día de mañana; esclavizándose no sólo a sus deseos más innobles, sino también debiendo reparar con el dolor y el sufrimiento aquellos desmanes cometidos por su ambición.

Las leyes evolutivas son justas y perfectas: “la siembra es libre, la cosecha obligatoria”; esta es la máxima de la ley de causa y efecto, que repara, educa y corrige las desviaciones de las almas a través de las experiencias que van asimilando, tanto en las existencias en la tierra como cuando retornan al plano espiritual.

Aprendamos pues que, es en nuestro interior, y en ninguna otra parte, donde hemos de forjar nuestra felicidad y nuestro destino; la conciencia que nos sostiene y nos anima es una fiel y adecuada consejera. No la silenciemos; oigamos su voz, porque ella misma no es otra cosa que la consecuencia de nuestro acervo espiritual, de nuestra trayectoria de siglos, vida tras vida, experiencia tras experiencia.

El trabajo de control de nuestras debilidades y defectos, la actitud positiva ante los reveses de la vida y la consciencia de nuestras propias limitaciones, fortalecerá nuestro carácter de tal forma que, junto a nuestra conciencia, nos permitirá discernir lo adecuado y conveniente para nuestra propia felicidad en cada momento de nuestra vida, sin ser cegados por las ilusiones efímeras y esclavizantes que siempre derivan en la frustración y el desequilibrio.

Antonio Lledó Flor

© 2014 Amor, paz y caridad

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¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?

Pascal – Matemático, Físico y Filósofo (1623)

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