
En la mitología de numerosos pueblos, culturas y religiones, tanto en oriente como occidente, aparecen seres iluminados y alados que representan la excelsitud, la elevación moral y su capacidad de ascensión a planos superiores de luz y claridad. En oriente son identificados como dioses; en occidente, y principalmente en base a la tradición cultural judeo-cristiana, se les denomina ángeles.
Con frecuencia aparecen con alas que representan la capacidad de su elevación hacia Dios. En la comprensión de las jerarquías espirituales(*) que pueblan las esferas superiores del plano espiritual, sabemos con certeza que las alas son el simbolismo de dos cualidades que distinguen a estos seres superiores espiritualmente hablando.
(*) «Existe una cadena de seres inteligentes que se remonta hasta una inteligencia última, Dios, que es el Universo mismo. Dios es igual al Universo.
Dr. Fred Hoyle (Matemático y Astrófísico)
Estas cualidades no son otras que la Sabiduría y el Amor. Hay quien, bajo el simbolismo que ambas representan, identifica ambas con las dos alas del ángel que elevan al espíritu humano hacia la divinidad por sus propios méritos. Nadie alcanza ese estado por arbitrariedad o capricho divino; el ángel del hoy fue, sin lugar a dudas, el salvaje del ayer, que, a través del esfuerzo propio y del progreso espiritual, fue conquistando etapas de pureza y perfección que a nosotros se nos antojan todavía imposibles.
La sabiduría no sólo es el más alto grado de conocimiento; sino el equilibrio perfecto entre razón e intuición, entre pensamiento y la emoción; la integración del cuerpo con el alma, la de la ciencia con la conciencia. Si hablamos de sabiduría espiritual, debemos añadir a lo anterior el conocimiento interno de uno mismo y externo de la auténtica realidad de la vida; pues nadie puede conocerse a sí mismo sino se reconoce como un espíritu en evolución, ya que la vida no sólo es material sino también espiritual.
De tal forma que aquel que adquiere la sabiduría de las cosas espirituales, ha debido con antelación, conocerse en profundidad y encaminar sus actos, pensamientos y sentimientos al principal objetivo del ser humano en la tierra: el progreso de su espíritu inmortal. Para ello dirige toda su energía al crecimiento espiritual, que se adquiere con el esfuerzo por mejorarse interiormente, dedicándose al bien, al trabajo y al servicio desinteresado; y alcanzando en cada existencia en la tierra nuevos niveles de elevación espiritual y perfeccionamiento moral.
Sin duda, los humanos, tendemos a confundir conocimiento y sabiduría, tanto es así que con frecuencia creemos que aquel que posee muchos conocimientos es muy sabio; y no siempre es así. También necesitamos paradigmas para reflejarnos en ellos y que nos sirvan como ejemplo a seguir. Uno de los mayores paradigmas de la sabiduría en la tierra fue, sin duda, el gran maestro y filósofo del siglo IV a. C.: Sócrates, que a la pregunta de si era el hombre más sabio de Grecia siempre respondía: «Solo sé que nada sé». Y cuando le interrogaban sobre la sabiduría, respondía así:
«El hombre sabio es el hombre virtuoso»
Esta es una de las «alas» de ángel: la sabiduría que viene acompañada de la virtud y la búsqueda de la perfección moral. La segunda de las alas del ángel es el amor; pero no hablamos aquí del amor humano, del amor sexual, del afecto, etc. Hablamos del «amor con mayúsculas»; aquella cualidad del alma que se identifica con el perdón, la entrega, el sacrificio por nuestros semejantes, la total renuncia al egoísmo y al odio.
Este amor superior, excelso, espiritual y superlativo, es el que conecta íntimamente al ser humano con su creador. Pues Dios es la mayor expresión del Amor; y nosotros, todos los seres humanos, tenemos un alma creada por el arquitecto supremo a su imagen y semejanza en cuanto a su esencia espiritual. En nuestro interior todos llevamos en germen el amor divino que vamos desarrollando conforme vamos progresando, purificando nuestro espíritu y elevándonos espiritualmente.
Es, sin duda la mayor expresión de Dios en el hombre, y también la forma más íntima de sentirlo, vivirlo y experimentarlo también en todo aquello que nos rodea. El mayor paradigma de la expresión del amor en la tierra es sin duda el maestro Jesús de Nazareth; un ángel encarnado, que, como la mayor expresión del amor divino conocido nunca en este planeta, supo dejar su huella para que todos sepamos el camino a recorrer para alcanzar la perfección, la dicha y la felicidad futura. El decía: «nadie va al Padre sino es a través de mí», confirmando que el camino a recorrer era intentar seguir su ejemplo de vida y renuncia personal. Y la mayor ley divina que vino a explicar fue aquella que resumió en esta frase:
«Ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo»
Son esas dos alas: la sabiduría y el amor, los retos a conquistar por todo aquel que desea alcanzar la dicha y la felicidad presente y futura. Son los atributos del ser angélico; aquel que junto a estas dos alas dirige su acción y su pensamiento hacia el bien supremo, siempre guiado por el timón de una fe razonada, que impulsa sus principios morales hacia la elevación y el crecimiento espiritual de su propio ser inmortal.
Alas de angel por: Antonio Lledó Flor
©2016, Amor Paz y caridad
«El hombre es un ser medio entre las bestias y los ángeles»