A un espíritu que huye de la luz
Mujer, hace algún tiempo que perdiste a una hija adorada, pero su muerte no fue una muerte tranquila, fue por el contrario una sorpresa horrible la que recibiste. El dolor de una madre ante el cadáver de su hijo es la esencia de todos los sufrimientos, es el resumen de todas las angustias, es la agonía del alma enloquecida que duda en su delirio si existe Dios.
“Mujer, escúchanos: Tú tienes pruebas innegables de la supervivencia del alma, sabes que los espíritus se comunican, porque se han comunicado contigo, porque tú misma, inspirada por un Espíritu, has escrito tu propia historia; y después de manifestaciones tan evidentes, después de hechos tan irrefutables, después de verte envuelta en los mágicos resplandores de la verdad, tu dualismo te hunde en el caos del error; dudar tú de la supervivencia del alma nos parece imposible y, sin embargo, desgraciadamente es cierto”.
“Tu Espíritu rebelde huye de la luz, y no es ahora solamente, hace muchos siglos que viene huyendo, y por eso tocas tan fatales consecuencias; por eso tus encarnaciones son tan combatidas de violentísimas y desesperadas sensaciones, por eso tienes que llorar a mares, por eso tienes que cubrirte con el sudario del dolor, porque tú misma tejes la tela de la túnica del martirio”.
“Tú lamentas la muerte de tu hija y dices: ¡Era un ángel! ¿Por qué murió quemada? ¿Por qué Dios ha permitido esa injusticia? Esta pregunta en ti es imprudente, es ilógica, porque sabes muy bien (si te quieres acordar) que el Espíritu es un viajero del infinito que encarna miles de veces en diferentes mundos y en cada existencia se crea compromisos, adquiere responsabilidades y va formando su historia del modo que le parece, y va sufriendo las consecuencias de todos sus actos, cumpliéndose el adagio de que el que a hierro mata a hierro muere”.
“Que no hay oraciones que valgan, que no hay responsos pagados que salven el alma de sufrir lo que hizo sufrir a otros; porque las oraciones no sirven más que para consolar al Espíritu, para alentarle, puesto que aquel recuerdo le dice que en la Tierra no le olvidan; pero no sirven para aplacar la ley divina, porque Dios no está sujeto a las pasiones humanas; no es Dios el que nos castiga, somos nosotros los que nos castigamos, no de buen grado, sino por fuerza; porque en las leyes de la Creación, lo repetimos, todo guarda armonía perfectísima, y el criminal de ayer podrá ser el arrepentido de hoy, pero no le libra el arrepentimiento de sufrir las consecuencias de sus extravíos; y es muy justo que las sufra, porque no tiene derecho a ser feliz aquel que se ha complacido en el mal de otro”.
Tu triste historia me hizo preguntar a un ser de ultratumba, cuyas comunicaciones siempre me han dado grandes enseñanzas, qué fatalidad pesaba sobre ti, y él me dijo así:
“La mujer por quien me preguntas es un Espíritu rebelde cuya vida es una tragedia continuada; siempre la he visto luchando contra sí misma. Es un ser que se empeña en permanecer en la sombra, y permanece, que para eso es dueño de su libre albedrío”.
“La niña que según vuestro lenguaje murió en las llamas, hoy se encuentra en muy buen estado, porque la gran deuda que tenía que pagar la pagó al dejar la Tierra de un modo tan desastroso; y como cuando el Espíritu tiene que saldar alguna cuenta por medio de un terrible sufrimiento, su Espíritu protector no le abandona ni un segundo, para evitarle en cuanto le es posible la duración de su martirio; los desgraciados que tienen que sujetarse a la cruelísima expiación de disgregar su envoltura por medio de las llamas, que les ocasiona horribles dolores, y una angustia que es necesaria sufrirla para comprenderla; estos seres, te repito, tienen tan cerca de sí a su Espíritu protector, que aún no se ha concluido de carbonizar su cuerpo cuando ya se ve en brazos de su guía que les alienta, les anima y les aparta de aquel lugar espantoso donde ha sufrido el dolor más inmenso que puede sufrir la criatura en la Tierra”.
“Morir quemado es ser atormentado por el dolor de los dolores; y el que sufre tal tortura es porque tiene que sufrir lo que hizo sufrir a otros. A la Tierra van siempre deudores. Esa niña murió quemada porque es muy justo pagar lo que se debe, y eligió por madre a la mujer que la llevó en su seno porque este Espíritu turbulento necesita sacudidas terribles; quiere ser hijo de sí mismo”.
“Ese pobre Espíritu por el que me has preguntado tiene suficiente inteligencia para habitar en mundos mucho más adelantados que la Tierra, pero él se complace en no salir de su pequeña órbita y gira en torno a su dualismo sin querer mirar ni ver”. “La niña que murió en las llamas es un Espíritu de mejores condiciones, pagó su deuda y hoy se encuentra tranquilo dispuesto a seguir su peregrinación, en la cual es casi seguro que no tendrá que sufrir tormentos parecidos al que sufrió últimamente”.
“Alienta a su madre cuanto le es posible porque su progreso le impulsa a ser muy cariñosa; tiene deseos de perfeccionarse, y como el amor es el primer paso que da el Espíritu en la senda del bien, la niña a la que aún llora su madre ama mucho a los seres que tanto le quisieron en la Tierra y les envuelve con su amoroso fluido procurando tranquilizarlos, inspirándoles resignación y esperanza; pero el estado de turbación de su madre hace muchas veces que sus nobles esfuerzos sean infructuosos, porque no hay peor enfermo que aquel que rechaza los remedios”.
¡Mujer! Esto me dijo el ser de ultratumba a quien pregunté por tu hija y por ti. Por tu bien, por tu tranquilidad, por el progreso de tu Espíritu deja ese fatal dualismo que te estaciona centenares de siglos. Renace a la vida, y sé en buena hora en este mundo uno de los ángeles de redención.
A un espíritu que huye de la luz por: Redacción
Este artículo con el título: A un espíritu que huye de la luz pertenece a las muchas publicaciones que Amalia Domingo Soler realizo a lo largo de su vida.