Viajar al interior
“El camino para el encuentro con lo divino y para desarrollar la espiritualidad y la inteligencia espiritual necesita ineludiblemente un paso importantísimo en el desarrollo psicológico del ser: aprender a conocerse”.
Un sabio de la antigüedad recomendó el aforismo “Si quieres salvarte del abismo, conócete a ti mismo” que se encontraba esculpida en el pórtico de entrada del Oráculo de Delfos. Así pues, en el conocimiento de nuestra vida interior, no solamente nos volvemos conscientes de quiénes somos y lo que somos, sino que podemos vislumbrar claramente cuáles son los propósitos y significados de nuestra vida en la Tierra y la mejor forma de alcanzarlos.
Independientemente de esta circunstancia, existen en nuestro interior los impulsos, hábitos, reflejos condicionados y situaciones grabadas en el inconsciente profundo que con frecuencia nos impiden avanzar en la realización y la búsqueda de la iluminación personal. Esta tarea es prioritaria, pues si no somos capaces de viajar a nuestro interior para detectar las pautas y hábitos viciosos que nos impiden progresar, nuestro adelanto y camino hacia la dicha y la felicidad será más lento y difícil, y el sufrimiento se presentará como la catarsis que nos obligará a progresar una y otra vez.
Sabemos que el alma humana tiene únicamente dos vías de progreso: el amor o el dolor. Cuando optamos por el segundo nos entorpecemos y retrasamos en el objetivo que pretendemos alcanzar. Por ello, para optar por una evolución y progreso consciente que nos acerque al adelanto mediante el amor, debemos descubrir en primer lugar nuestra propia realidad interior mediante la introspección o el viaje al conocimiento del “Sí-mismo”, que es la auténtica realidad de nuestra alma que sobrepuja nuestro “Yo”.
En ese viaje deberemos igualmente alcanzar la “madurez psicológica» que nos permitirá “despertar” de una vez por todas a los auténticos valores del espíritu inmortal que darán sentido y propósito a nuestra vida, facilitando así el cumplimiento de nuestros objetivos reales, todos ellos planificados antes de reencarnar.
Si vamos paso a paso caminando en búsqueda de este objetivo debemos comenzar por alcanzar un mayor sentido de la responsabilidad que se obtiene mediante el cumplimiento del deber. No un deber impuesto por otros o por normas ajenas a nuestra voluntad sino el deber personal que nos compete a cada uno de nosotros a la hora de cumplir con nuestras obligaciones espirituales voluntariamente aceptadas, respetando al prójimo y sus elecciones personales, pero sin dejar que estas últimas entorpezcan nuestros auténticos deseos de adelanto y progreso espiritual.
Existen herramientas para el descubrimiento y el viaje al interior. Entre las más importantes se destacan la oración, la meditación, el silencio interior y la introspección. Con la oración nos ponemos en contacto con Dios, le hablamos y nos escucha siempre, porque una parte de ÉL reside dentro de nosotros (nuestra alma inmortal). Con la meditación podemos calmar nuestros pensamientos y emociones tomando el control, al mismo tiempo que desarrollamos el hábito de observarnos a nosotros mismos.
El silencio interior nos permite escuchar no solo la voz de nuestra propia conciencia sino las respuestas que Dios nos envía a través de sus mensajeros, aquellos espíritus que nos acompañan, nos aman y nos protegen y desean lo mejor para nosotros mismos. Y por último, con la introspección llegamos a las causas últimas de nuestra condición espiritual, comenzamos a comprender cómo somos, cuáles son las debilidades y falencias que tenemos, qué virtudes nos adornan y debemos seguir potenciando. Esto nos permite «integrar la sombra», armonizarnos y despertar la conciencia superior identificándonos con el “Self” (Cristo interno) que todos llevamos dentro.
La actitud de buscar nuestra realidad interior para “descubrir e integrar la sombra” (arquetipo de Carl G. Jung) y poder superarla, exige de nosotros una lucha interior que viene dada por las propias condiciones de toda persona reencarnada. En lenguaje sencillo, conocer nuestras imperfecciones morales y corregirlas sustituyéndolas por las virtudes opuestas.
En primer lugar, la lucha viene contra los impulsos que el propio cuerpo biológico posee en base a sus instintos primarios, que nos impulsan a la comodidad ociosa, a la búsqueda inmediata del placer, en perjuicio de lo importante en este sentido que es la liberación de las pasiones primitivas disolventes, que con mucha frecuencia son la causa de las reencarnaciones para expiar faltas cometidas por el mal uso de las mismas.
En segundo lugar, debemos enfrentar la lucha contra la atracción que el mundo exterior ejerce sobre nosotros, el enfrentamiento contra los deseos, caprichos, modas, tenencias materiales, fama, narcisismo, protagonismo, poder, etc., que no hacen sino esclavizarnos a ese mundo externo, generando por un lado insatisfacción y por otro distonías emocionales que nos atormentan, huyendo de nosotros mismos y desviándonos del objetivo principal que nuestra alma inmortal persigue con el auto-descubrimiento: la consecución de la madurez espiritual y el despertar de nuestra conciencia.
“Una persona no se ilumina imaginando figuras de luz, sino iluminando la oscuridad”.
Carl G. Jung – Psiquiatra
Cada vez que iluminamos esa “sombra”, descubrimos los laberintos sombríos de nuestras experiencias pasadas, que nos dejaron profundas huellas psicológicas y que ahora se manifiestan en los comportamientos negativos que todos tenemos: insatisfacciones, angustias, fijaciones y hábitos perturbadores, pensamientos y emociones obsesivas, que se traducen en irritabilidad, agresividad, desinterés por la vida, ideas autodestructivas y patologías mentales y emocionales de distinta consideración.
Cuando descubrimos esto y nos esforzamos por superarlo, nos vamos liberando de estos conflictos poco a poco, y esas situaciones superadas nos llenan de alegría y de fortaleza. La vida comienza a tener un nuevo sentido, ya que el propio viaje al interior, mediante la meditación o introspección, permite que incluso la muerte no se nos presente como algo terrible o desagradable, al experimentar estados similares al sentirnos dentro o fuera del cuerpo cuando alcanzamos estos estados de interiorización. Viajar a nuestro interior sin perder el contacto con la realidad exterior nos permite el equilibrio en la vida. Y de esta forma nos conducimos desde el mundo irreal (físico) al real (trascendente) que nuestra alma vive y experimenta antes de venir a la Tierra y después de abandonarla.
Con voluntad firme y creando el hábito de la interiorización, partimos de la reflexión personal rumbo al descubrimiento de nuestro “Sí mismo” interior, para extraer la armonía y la plenitud que nos permitirá identificarnos con los objetivos esenciales de nuestra existencia y con ello armonizarnos interiormente.
Con ello podremos alcanzar la conciencia plena de la finalidad de nuestra existencia en la Tierra, despertando así definitivamente y dirigiendo a partir de ese momento nuestra vida con el criterio y el rumbo que nuestro espíritu inmortal desea alcanzar.
Viajar al interior por: Redacción
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“Con la meditación, oímos las voces de nuestro yo superior, ampliando la percepción de nuestro mundo interior, crecemos de dentro hacia afuera y alcanzamos niveles más altos de percepción y estados más amplios de conciencia”