SIN CARIDAD NO HAY SALVACIÓN

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Sin caridad no hay salvación

No hay mayor terapia para combatir el egoísmo y el orgullo que la caridad y la humildad.

El inigualable Maestro, ante la pregunta desafiante de los fariseos sobre cuál es el mayor mandamiento; responde: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”. Sin embargo, no se puede demostrar amor a Dios si no queda reflejado en las acciones, igualmente de amor sobre nuestros semejantes.

Este es un aprendizaje de siglos, puesto que en el transcurso de la evolución vamos aprendiendo a conjugar ambos aspectos de la naturaleza espiritual. Es decir, caminar en sentido hacia Dios, pero a través de nuestros semejantes (que son sus hijos), y que son su obra. Estas dos conquistas son inseparables, es imposible trabajar una sin avanzar en la otra. Esto es algo que, a poco que reflexionemos, llegaremos a entender fácilmente que no puede ser de otra manera.

El propio Maestro, explica en la parábola del buen samaritano (San Mateo, cap. XXV, v. de 31 a 46); las claves para “salvarse”. ¿Salvarse de qué? Del abismo de las imperfecciones, de los errores que nos imantan a la rueda de las existencias penosas, de repetir una y otra vez las mismas experiencias hasta alcanzar la suficiente madurez espiritual como para que se produzca una reacción positiva, enérgica contra nuestros defectos, que son los que retardan el progreso y la felicidad, complicando el avance ante la falta de asunción de responsabilidades para con el prójimo.

No existe otra posibilidad de romper con los lazos de inferioridad que hacer abnegación de uno mismo.

San Pablo también habla de la caridad en la Primera Epístola a los Corintios, cap. XIII, v. 1 a 7 y 13). De una forma maravillosa, para que no caigamos a engaño, diferencia aquello que es apreciado socialmente, y que tiene su propio valor, de aquello que es trascendente, imperioso llevar a la práctica, aunque no sea considerado por los hombres.

Y para que no queden dudas la define así: “La caridad es paciente; es dulce y bienhechora; la caridad no es envidiosa; no es temeraria y precipitada; no se llena de orgullo; no es desdeñosa; no busca sus propios intereses; no se melindrea y no se irrita con nada; no sospecha mal; no se regocija con la injusticia; más se regocija con la verdad; todo lo soporta, todo lo cree, todo lo espera y todo lo sufre”

Ante esta magnífica definición sobran las palabras. Esta propuesta espiritual es tan elevada y exigente que nos sitúa ante una cruda realidad, a poco que nos observemos a  nosotros mismos. Nos empuja hacia una reflexión sincera de lo mucho que nos queda por recorrer. No deja margen a falsas interpretaciones; no podemos alegar ignorancia.

Los primeros cristianos así lo entendieron, y el Espiritismo está llamado a recuperar dicha esencia espiritual. El tronco fundamental que trasciende todas las religiones, todas las culturas o pensamientos.

La caridad es por tanto, el lenguaje del amor, en contraposición al egoísmo. Nos hace a todos los seres humanos sin excepción, útiles los unos con los otros, a través de las herramientas de que disponemos, puesto que se puede practicar la caridad con el pensamiento, con las palabras, con un gesto, con una sonrisa, con una mirada. Esa capacidad de manifestación a veces muy sutil, y tan polifacética nos abre las puertas a un trabajo inmenso, lleno de posibilidades.

Francisco de Asís (1181-1226); fue otro ejemplo vivo de la manifestación más pura de la caridad, reflejada en aquella hermosa oración de su autoría, que comienza así: “Señor, haz de mí un instrumento de tu paz…”

Afortunadamente, “El Consolador Prometido” que es la doctrina espirita, nos aporta la luz al entendimiento. Nos abre las puertas a la comprensión de una realidad espiritual que es la que estamos viviendo día a día; transmutando las creencias en convicciones; sin embargo, el conocimiento únicamente, no es suficiente.

Hace falta la práctica, asumir la gran tarea personal, la responsabilidad que dicho conocimiento nos ofrece. Si no practicamos la caridad con nuestros compañeros en el ideal, amigos, familiares, etc., no estamos dando el ejemplo que se nos requiere, estamos transmitiendo la idea, aunque sea de una forma involuntaria e inconsciente, de que el espiritismo es una filosofía noble, elevada, pero un tanto utópica, puesto que aquellos que la predican no son capaces de incorporarla a sus vidas.

Cuando observamos en los centros espiritas disensiones, rupturas, conflictos, falta de fraternidad, exceso de rigor que irrita y aleja, etc., ante toda esta serie de despropósitos, se está trasladando a la sociedad una imagen irreal de lo que es el verdadero espiritismo.

El espiritismo es conocimiento, pero también es sentimiento, solidaridad, tolerancia, firmeza pero no manifestada de una forma intransigente o fanática; es compartir, es dedicarle tiempo a las personas además de a otras cosas. Es ser natural, no místico, es estar abierto a nuevas propuestas, especialmente las que provienen de la corriente juvenil, que también tienen algo que decir y no ser objetos pasivos; sólo actuantes, cuando y del modo que los adultos prefieran. Ser nobles, auténticos, coherentes.

Todo ello también forma parte de la caridad, de la propuesta que San Pablo nos detalla, de las parábolas que el Maestro Jesús nos traslada para la reflexión.

Además, en el Libro de los Espíritus, en la pregunta 886, Kardec  interroga a los espíritus superiores: ¿Cuál es el verdadero sentido de la palabra caridad tal como la entendía Jesús? Benevolencia para con todos, indulgencia con las imperfecciones ajenas, perdón de las ofensas.”

Efectivamente, el perdón juega un papel fundamental en la práctica de la caridad. A todos nos ocurren situaciones en las que sufrimos con mayor o menor motivo las ingratitudes, incomprensiones, indiferencias, y un sinfín de alfilerazos cuya reacción más inmediata suele ser la de rebelarnos y pagar con la misma moneda, o en el mejor de los casos, evadirnos de esas situaciones para no implicarnos, evitando malas reacciones por nuestra parte, sobre todo cuando se trata de personas muy allegadas a las que nos unen vínculos más o menos profundos y en los que nuestros sentimientos se sienten especialmente dañados.

Precisamente en esas situaciones es cuando más difícil nos resulta ser comprensivos y caritativos, pues si no perdonamos, es como dejar heridas abiertas, nos estamos cerrando a la posibilidad de pasar página.

Son estas algunas de las razones por las que Allan Kardec, al analizar el mayor mandamiento predicado y ejemplificado por Jesús, el amor, nos afirma: Sin caridad no hay salvación, ya que sin caridad no podemos elevarnos por encima de las situaciones conflictivas y nos quedamos con el impacto psicológico momentáneo, sólo con el daño infringido y no vemos más allá. No alcanzamos a ver la necesidad moral, profiláctica que supone un comportamiento limpio, transparente y libre de todo resentimiento.

En todos los momentos el sentimiento y las buenas resoluciones son fundamentales, especialmente entre aquéllos que nos llamamos espiritas, buenos cristianos, ya que con una actitud generosa y altruista, se puede realizar una labor provechosa, siendo el faro para muchos que todavía no han encontrado una línea a seguir.

Precisamente son los verdaderos espiritas los convocados para la práctica consciente de la caridad, como El muy bien predicó y ejemplificó a lo largo de su vida. Aquél que no tenía ninguna deuda con la Humanidad  y que se vio sometido a todo tipo sinsabores, para dar ejemplo en un mundo falto de amor y de bondad.

José M. Meseguer

©2015, Amor, paz y caridad

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