Cuando se habla de fe se asocia a las creencias, como por ejemplo la fe en Dios, en las religiones, en los dogmas, etc.; sin embargo, es algo mucho más profundo, más esencial y básico en el ser humano.
La verdadera fe es innata en el ser y nunca es utópica; se sustenta en la certeza del porvenir; sabe en su fuero interno de lo que es capaz, y estimula al ser para que finalmente logre lo que se propone. No le ofrece nada que no sea posible y real, salvo cuando se nubla por las pasiones y cae en las redes del fanatismo y la fantasía.
Las barreras de aquello que puede alcanzar las pone uno mismo, fruto de la ignorancia y de las debilidades humanas. Es, junto a la voluntad, la más poderosa herramienta que posee el alma y que le posibilita caminar hacia su destino final, que es la perfección y la plenitud.
Viene a ser como una diminuta semilla que desconoce su destino. Sin embargo, posee en estado latente todos los recursos necesarios para llegar a ser árbol. En cuanto la naturaleza generosa le ofrece una oportunidad para desarrollarse la aprovecha; si no llegan esos bienes de inmediato en forma de agua y tierra, no se desespera, sabe aguardar el momento propicio, porque sabe que es cuestión de tiempo. Cuando finalmente se le dan las condiciones, despliega sus recursos para ir creciendo y alcanzar el estado final de plenitud, de total desarrollo, convirtiéndose en un espectacular y frondoso árbol que sirve de cobijo a las aves, de alimento y de sombra a todos aquellos seres que pasan por su alrededor. A partir de entonces, comienza a devolver a la naturaleza todo aquello que esta le ha proporcionado y le permite ser lo que es; pasa a ser un elemento importante en el inmenso bosque.
La metáfora de la semilla resume el origen y destino del espíritu en el devenir de sus múltiples existencias, en sus continuas luchas por crecer y desarrollarse, por romper el cascarón primitivo y, a su vez, dar paso a la esencia divina que alberga, y que esta despliegue sus alas majestuosas.
La auténtica fe proporciona seguridad al ser humano, porque es consciente del tesoro que guarda, que son sus cualidades y valores; como le ocurre al minero que tiene la certeza de que en el interior de una gran roca existe algo valioso que merece ser descubierto; para ello tendrá que trabajar duro y en condiciones a veces difíciles para ir poco a poco eliminando lo que le sobra al mineral; mas no le importa, porque sabe que la recompensa final merece todos los sacrificios.
En el sentido opuesto también ocurre que, cuando se consiguen las cosas con mucha facilidad, no solemos darles el valor que merecen. Por poner un ejemplo claro, hay países donde escasea el agua potable debido a las prolongadas sequías, y tienen que andar desde sus aldeas todos los días muchos kilómetros para poder recoger este elemento imprescindible de un pozo, para el uso familiar o comunitario. Al mismo tiempo, en otros países más desarrollados tan solo tienen que girar con los dedos un pequeño grifo para tener en sus domicilios toda el agua que quieran. ¿Dónde sabrán apreciar mejor el valor del agua y su necesidad vital?
Existe un término muy de moda hoy día, y es la palabra ‘resiliencia’. Etimológicamente procede del latín, de la palabra “resilio”, es decir, rebote, volver atrás. Su significado tiene relación con la capacidad humana de sobreponerse a las adversidades con entereza, sin afectación. En realidad, se trata de convertir un problema o un obstáculo en una oportunidad. Para ello se requiere un amplio campo de visión mental, no quedarse en los aspectos negativos sino en la posibilidad de revertir la situación, adaptándose. Es como plantearse la siguiente cuestión: ¿Qué puedo aprender de esta situación? ¿Cuál debe de ser mi respuesta, mi línea de trabajo? Es el verse forzado por las circunstancias a salir de la zona de confort para explorar nuevas posibilidades, lidiar con las incertidumbres, con el desconocimiento del resultado final. En última instancia, es comprobar cómo las dificultades externas son capaces de movilizar algunos recursos internos que permanecían dormidos.
Por contra, quien carece de fe no busca los medios para superar las dificultades porque considera que no es posible lograrlo. Son aquellos que desprecian o ignoran lo bueno que les ocurre en la vida; son aquellos cuyo foco de atención, sus pensamientos, están orientados a observar siempre lo negativo: “No puedo”, “no valgo”, “no merece la pena intentarlo”…, etc.
A esto hay que añadir aquellas personas que son tóxicas, porque su ignorancia les lleva a compartir con los demás su visión negativa de las cosas. Son aquellos que dicen: “Yo ya lo intenté y vi que era imposible, muy difícil”, o también: “pronto te llevarás un fuerte desengaño”. O esos otros con cargos de responsabilidad que declaran: “Usted no tiene aptitudes para esto”; “Es mejor que se dedique a otra cosa”; “No tiene talento”, etc. Afortunadamente, algunas personas que fueron aconsejadas a variar de rumbo por sus fracasos iniciales, no hicieron caso de sus recomendaciones y continuaron por su camino hacia el éxito final. Ahí están los casos de Winston Churchill, Albert Einstein, Walt Disney, Giuseppe Verdi, Picasso, etc. El fracaso les sirvió de lección, les hizo más fuertes, porque les supuso una experiencia valiosa, algo que para quien se mueve exclusivamente entre éxitos no posee. Es curioso cómo varían las percepciones de las cosas según los países y culturas. En Europa, por poner un ejemplo, el fracaso está mal visto; no obstante, en Estados Unidos lo consideran un valor, una herramienta positiva de crecimiento.
La fe es inmanente a la ilusión, a la esperanza de realizar algo con éxito y, por lo tanto, no se puede permitir que otros maten esa ilusión, esos deseos de mejorar, de crecer. No obstante, hay que ser analíticos y juiciosos para no caer tampoco en sueños utópicos, en cosas irreales o que nos desvíen del verdadero propósito de nuestra existencia.
La idea es muy clara, en cuanto el objetivo está establecido y creemos en él, hay que poner los cinco sentido en su consecución, sin distracciones. La persona que se sustenta en la fe sabe priorizar y aprovechar el tiempo muy bien.
Por tanto, la fe tiene mucho que ver con la actitud mental, con los valores y con la capacidad de afrontar las vicisitudes de la vida. Estar convencidos de nuestras propias posibilidades facilita la realización de cosas, algo que para los inseguros y pesimistas está fuera de su alcance, no porque no puedan, sino porque ellos mismos se excusan y se colocan sus propias barreras.
“Justifica tus limitaciones y ciertamente las tendrás” (Richard Bach)
Tenemos ejemplos muy claros de superación en personas que carecen de brazos o de piernas y desarrollan una actividad artística, como puede ser la pintura con la boca, o con los pies, dependiendo de sus circunstancias personales. En lugar de compadecerse o pensar que todo ha terminado para ellos, han encontrado una vía, una posibilidad para desarrollar nuevas habilidades con esfuerzo y disciplina.
La fe es imposible para aquel que no se ama, que siente lástima de sí mismo.
La fe nos hace comprender que, tanto lo bueno como lo malo, son elementos transitorios, son circunstancias del camino que nos deben de enriquecer y elevar a estados de mayor plenitud y conciencia.
La fe es paciente porque sabe que los resultados van a llegar, más pronto o más tarde. Está provista de seguridad y de gran energía positiva, lo que le permite descubrir potencialidades que el propio individuo desconoce.
Arrastramos del pasado remoto, de otras existencias, herencias negativas de errores y fracasos que subyacen en lo más profundo del subconsciente; lo cual, si no nos reestructuramos mentalmente, si no nos auto-educamos, puede suponer un freno, un obstáculo para el desarrollo de la fe y sus posibilidades. También, en esta misma vida, si se recibe una educación deficiente y restrictiva puede afectar el desarrollo de ser humano, dejándole una herencia psicológica de limitaciones, complejos y barreras importantes que pueden poner muy cuesta arriba la creatividad y la ilusión por alcanzar nuevas metas.
Es a través del autoanálisis como podemos reestructurar nuestro interior con una nueva visión de las cosas; descubrir aquello que falla para ponerle remedio; dejar de justificarnos o de culpar a los demás; abandonar las posturas cómodas y simples de auto-justificación; de transferir nuestros conflictos sin enfrentarnos a ellos. Localizando las causas podemos darles remedio.
Vamos a finalizar con una frase de Saint-Exupéry, autor de El Principito: «El mundo entero se aparta cuando ve pasar a un hombre que sabe a dónde va».
El poder de la fe por: José M. Meseguer
© Amor, Paz y Caridad, 2018