SIN BRAZOS Y SIN PIERNAS

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Sin brazos y sin piernas

Sin brazos y sin piernas

En una de las oraciones que rezan los católicos romanos llaman a este mundo valle de lágrimas, y creo que es la mejor definición que se puede hacer de esta penitenciaría del Universo, porque en realidad, no hay un solo ser que pueda vanagloriarse de decir: ¡Soy feliz en toda la acepción de la palabra!

La mayoría de los potentados suelen sufrir enfermedades incurables. Hay millonarios que solo pueden alimentarse con copas de leche en muy corta cantidad. Otros no pueden dormir porque se ahogan y tienen millones en rentas que no les proporcionan el menor goce, con lo que descienden hasta los más pobres. Si algunos son fuertes y robustos carecen de lo más indispensable para sostener sus fuerzas vitales, viéndoselos decaer como lámpara que se apaga en el pleno de su juventud. Por consiguiente, la felicidad es una nube de humo que se deshace al menor soplo de viento huracanado de la vida, como se deshace la niebla a los primeros rayos del sol.

Mas en medio de tantos dolores, los hay de distintos grados: los hay soportables y los hay irresistibles.

Hablando hace pocos días con una amiga, esta me decía lo siguiente:

̶ Hace algún tiempo que fui a un nacimiento de agua y allí encontré una familia que nunca olvidaré. Era un matrimonio, los dos jóvenes, amables y simpáticos, sus semblantes irradiaban alegría. Los dos se amaban con ese amor primero que se asemeja a un árbol florido que espera ser más tarde hermoso racimo de sazonados frutos.

Se unieron por amor, únicamente por amor. Él era un modestísimo empleado, ella una humilde costurera. Se vieron y se amaron, se amaron y se unieron, y al unirse, al recibir la bendición, él pensó en la llegada de su primer hijo, y ella, contemplando a un niño Jesús, pidió a Dios tener un hijo tan hermoso como aquella figura angelical.

Un año después, la enamorada pareja se sintió dominada por la más viva y amorosa ansiedad. A fuerza de economías habían comprado todo lo necesario para vestir a un recién nacido, todo lo más bello, todo lo más delicado les parecía poco para el niño que debía de llegar pidiendo besos con su sonrisa.

Al fin llegó el momento supremo. Áurea sintió los agudos dolores precursores del laborioso alumbramiento y dio a luz un niño. Quiso verlo inmediatamente, y su esposo y las personas que la rodeaban, mustios y callados, parecía que no la comprendían; se miraban unos a otros y cuchicheaban, hasta que Áurea gritó alarmadísima:

̶ Pero qué, ¿no me oyen? Quiero abrazar a mi hijo… ¿Está muerto, quizá?…

̶ No –contestó el esposo ̶, pero…

̶ ¿Pero qué? ¿Qué sucede?

̶ ¡Que el niño no tiene brazos… ni piernas!…

̶ Así estará más tiempo en mis brazos –Contestó Áurea, abrazando a su hijo con delirante afán.

El niño era precioso, blanco como la nieve, con ojos azules, cabello rubio muy abundante, sus grandes ojos tenían una mirada muy expresiva. Cuando yo conocí al niño tendría ochos o diez meses y estaba hermosísimo. Su madre estaba loca con él y su padre lo mismo. Pero este último, cuando su esposa no podía oírle, decía con profunda amargura:

̶ ¡Tanto como yo deseaba un hijo… y ha venido sin brazos ni piernas!… ¡Qué injusto es Dios!

Aquel niño vive en mi memoria. ¿Qué habrá sido? ¿Qué papel habrá representado en la historia?

-Yo lo preguntaré, amiga mía, porque tu relato me ha impresionado muchísimo y, efectivamente, de noche y de día pienso en el niño que tanto deberá sufrir si llega a ser hombre. ¡No tener ni brazos ni piernas!… ¡Qué horror! Y probablemente será un ser de gran inteligencia, querrá volar con su pensamiento y no tiene más remedio que permanecer en la más dolorosa inacción. ¡Dios mío!… no es vana curiosidad la que me guía, pero deseo saber, si es posible, el porqué de tan terrible expiación.

“Por el fruto conoceréis el árbol, dijo Jesús, por consiguiente, a todo ser que veáis cargado de cadenas desde el momento de nacer, podéis deducir, sin la menor duda, que de todo lo que le falte hizo mal uso en sus encarnaciones anteriores”.

¿Que no tiene piernas? Señal que cuando las tuvo le sirvieron para hacer todo el daño que pudo. Quizá fue espía que corrió afanoso detrás de algunos infelices para acusarles de crímenes que no cometieron y con sus declaraciones hizo abortar trascendentales conspiraciones, que al ser descubiertas antes de tiempo produjeron innumerables víctimas. Tal vez corrió para precipitar en un abismo a seres indefensos que le estorbaban para realizar sus inicuos planes. Al que le faltan las piernas tiene que haberlas empleado en atormentar a sus enemigos, tiene que haber sido el azote de cuantos le han rodeado. Carecer de miembros tan necesarios pone de manifiesto una crueldad sin límites, un ensañamiento en hacer el mal imposible de describir, unos instintos tan perversos que atestiguan el placer de hacer el mal por el mal mismo. ¡Ay de aquel que nace sin piernas!…
¿Que no tiene brazos? Quizás sus manos, que tan útiles son a la especie humana para hacer con ellas obras de titanes y labores delicadísimas, las empleó para firmar sentencias de muerte que llevaron al patíbulo a innumerables víctimas, inocentes en su mayoría. Tal vez gozó apretando los tornillos de horribles potros de tormento, arrancando confesiones de infelices acusados, enloquecidos por el dolor. ¡Quién sabe si escribió calumnias horribles que destruyeron la tranquilidad y el cariño de familias dichosas! ¡Se puede hacer tanto daño con las manos!… Con ellas se acerca la mecha a materias inflamables y se produce el devorador incendio, con ellas el fuerte estrangula al débil, con ellas se abofetea y se convierte en fiera al hombre más pacífico y más honrado, con ellas se destruye el trabajo de muchas generaciones. Son los auxiliares del hombre, quien con sus manos produce maravillas o aniquila cuanto existe. Cuando se viene a la Tierra sin manos, ¡cuánto daño se habrá hecho con ellas!”.

“No hay necesidad de particularizar la historia de este ni de aquel. Todos los que ingresan a la Tierra sin un cuerpo robusto y bien equilibrado son penados condenados a cadena perpetua que vienen a cumplir su condena, porque no hay apelación ante la sentencia que uno mismo firma en el transcurso de la vida. No hay jueces implacables que nieguen el indulto a los arrepentidos criminales, no hay más juez que la conciencia del hombre; podrá este embriagarse con fáciles triunfos de sus delitos; podrá no tener oídos para escuchar las maldiciones de sus víctimas; podrá cerrar los ojos para no ver los cuadros de desolación que él ha producido; podrá estacionarse millones de siglos, pero llega un día que, a pesar suyo, se despierta y entonces ve, oye, reconoce su pequeñez y él mismo se llama a juicio y pronuncia su sentencia, sentencia inapelable que se cumple hora por hora, día por día, sin que exima del tormento ni un segundo, porque todo está sujeto a leyes fijas e inmutables”.
“No lo dudéis, los criminales de ayer son los tullidos de hoy, los ciegos, los mudos, los idiotas, los que carecen de piernas, los que no tienen manos, los que padecen hambre y sed y son perseguidos por la justicia”.

¡Si por el fruto se conoce el árbol, qué malo es ser malo!

Sin brazos y sin piernas por: Amalia Domingo Soler

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