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SABER ESCUCHAR: TAREA DE TODOS

Por
José Manuel Meseguer Clemente
-
6 abril, 2020
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    Saber escuchar: Tarea de todos

    SABER ESCUCHAR: TAREA DE TODOS

    Vivimos en la era de la comunicación. Jamás ha estado el mundo tan conectado como ahora. Las videoconferencias, los mensajes de voz o escritos recorren miles de kilómetros al instante; sin embargo, y ahí la paradoja, nunca se ha sentido el hombre tan solo como en la actualidad.

    Tenemos tanta prisa, corre tan rápido el tiempo para satisfacer todos nuestros anhelos, que casi perdemos su noción, su sentido real. Tanto priorizar y priorizar que por el camino se nos queda lo más importante; muchas veces nos olvidamos de lo esencial en la vida, las personas que tenemos alrededor y sus necesidades impostergables.

    Centrados en lo material, queremos las cosas muy rápido; si no tenemos tiempo para que maduren, precipitamos los acontecimientos para conseguir unos resultados antes de lo debido. Si no lo conseguimos de una manera, lo buscamos por otros medios…; y una vez lo tenemos… parece como que pierde valor e importancia, y nos centramos en nuevas cosas que consideramos también urgentes y necesarias.

    Uno de los aspectos que han ido perdiendo valor y profundidad con el paso del tiempo, por la vorágine en la que estamos inmersos, es el cultivo de las relaciones humanas; el auténtico diálogo, la verdadera comunicación entre los seres humanos. En pocas palabras: preocuparnos los unos por los otros.

    Vivimos distraídos con las redes sociales, con mucho ruido mental, con mensajes que pretenden llevarnos a la sabiduría espiritual y a la plenitud, pero que no dejan de ser distracciones superficiales con muy poco calado. En el fondo queremos llamar la atención, aspiramos a que los demás valoren nuestros comentarios y opiniones, aunque sean copiados de otros y casi nunca nos los apliquemos a nosotros mismos. Sin ninguna duda, esa no es la verdadera comunicación natural y edificante.

    Para todo ello, Joanna de Ângelis nos propone las siguientes reflexiones:

    Escucha con serenidad siempre que a tal seas convocado (*).

    Hay que pararse para escuchar. Los demás necesitan ser escuchados, comprendidos; para ello se requiere tiempo y paciencia.

    Permite que el otro concluya el pensamiento, no anticipando conclusiones, ciertamente incorrectas.

    Las exposiciones necesitan su desarrollo, sus matices. No nos podemos precipitar. Si queda alguna duda, al final se debe preguntar para tener claras las ideas que nos tratan de expresar. En ese momento, la única prioridad es escuchar al interlocutor que pone todo su interés en ser escuchado y comprendido.

    Si anticipamos conclusiones podemos estar fácilmente adulterando, sin querer, el sentido de las ideas que se tratan de exponer.

    No todos saben expresarse con rapidez y claridad.

    Efectivamente, no todos tienen facilidad de palabra, capacidad de síntesis para expresar sus ideas con rigor y de manera exacta. No existen las formas perfectas, tampoco podemos aspirar a que los demás lo tengan que hacer de una forma diáfana y brillante. No se trata de eso.

    Escucha, por tanto, con buena disposición, relevando las colocaciones y palabras indebidas; así, buscando entender lo que él te desea exponer.

    Muchas veces, las emociones, los sentimientos, los anhelos de quien habla empañan y adulteran las ideas, disfrazándolas con ironías, frases incompletas, verbo rápido y casi inteligible. Toda esa precipitación puede ser un síntoma de la necesidad que posee de atención, de comprensión, de algo de cariño; sin que realmente esté buscando respuestas o soluciones; solo exponer.

    La caridad bien entendida nos exhorta al esfuerzo por comprender el sentido real de las palabras que escuchamos, el mensaje oculto que se esconde detrás de todo ello, por muy imperfectas que sean las formas.

    Si son muchas las dificultades para comprender el mensaje, hay que preguntar, indagar; transmitiendo serenidad y la sensación de que no tenemos prisa. Ha de percibir que comprendemos el alcance de su preocupación y sus intenciones; pero para ello se necesita tiempo.

    Si te acusa, busca la raíz del mal y extírpala.

    Puede que esté dolido o preocupado por situaciones vividas o comentarios desafortunados o mal interpretados que quedaron en el ambiente, sin una resolución favorable.

    Si hay confusión, se debe aclarar. Si se ha hecho daño, aunque sea sin intención, hay que reparar y solucionar el conflicto.

    Mientras se escuchan las acusaciones, hay que pedir ayuda a lo Alto para la mejor resolución del agravio. Somos todavía espíritus muy inmaduros espiritualmente; sin embargo, todo tiene una solución cuando hay buena voluntad y deseos de progreso.

    Jamás hay que sacrificar, al menos por nuestra parte, la fraternidad, los vínculos que poseemos los unos con los otros, sin darnos una nueva oportunidad de reconciliación y reparación.

    Si se trata de un mal entendido, aclararlo después de escuchar con atención.

    Si es un error, una equivocación, pedir perdón y proseguir.

    Si existe mala fe en los comentarios, posiblemente se trata de un espíritu perturbado y con poca o nula autoestima, que se encuentra necesitado de comprensión y ayuda. Mejor tratar de persuadir pero sin entrar en cuestiones personales. Es mejor aclarar sin humillar, ni tampoco tratar de convencer. Emplear las palabras justas, e incluso el silencio en algunos casos, puede ser una de las mejores armas contra el desequilibrio, dependiendo de las circunstancias; siempre buscando el bien general, pero sin dejarse llevar por la situación desagradable y desequilibrante. Ahí residen los auténticos valores de fortaleza y de control.

    El diálogo debe siempre transcurrir sin irritación, dejando saldo positivo. Si te esclarece o enseña, asimila la lección.

    Si nos dejamos llevar por la irritación perdemos el control, las ideas se perturban y ya no somos capaces de asimilar las enseñanzas que la situación demanda. Además, perdemos el norte, la objetividad; la capacidad de ayudar.

    Ante todo serenidad, y dejar que el tiempo ponga las cosas en su sitio cuando se trata de algo que no depende de uno mismo.

    Si acusa a alguien, disminuye la intensidad de la acusación con expresiones de bienestar al ofendido.

    No hay nada que no tenga solución. La visión negativa de las cosas siempre está inspirada por la parte espiritual perturbadora que siempre busca desestabilizar. Por el contrario, los espíritus bienhechores buscan el bien reparador, en todas las circunstancias. No hay situación que no pueda ser revertida; para ello, hace falta un análisis constructivo y desapasionado.

    No son buenas las acusaciones; no obstante, si nos topamos con ellas, no por ello se ha de perder la objetividad ante el problema, ni el sentido crítico, sino transformarlo en algo de lo que se pueda aprender y crecer.

    Si se trata de algo que ocurrió y ya no afecta al momento actual, no tiene sentido recordarlo para revivirlo. Hay que, cuanto menos, aminorarlo.

    No nos podemos olvidar que recordar es revitalizar. Por lo tanto, somos aquello que con nuestros pensamientos y palabras decidimos qué es importante, destacable, y qué no.

    También debemos de tener muy presente que cada quien tiene derecho a ver la vida como considere oportuno. No podemos pretender ver las cosas todos por igual.

    En definitiva, la propuesta de la mentora espiritual es muy clara, no exenta de dificultad, puesto que exige autodominio y mucho autocontrol.

    Se trata de un aspecto más de la visión moral que constantemente nos propone el Evangelio para los problemas de la vida: Perdonar, ser misericordiosos, caritativos, bondadosos; todo ello aplicado en el arte de conversar, de comunicarnos los unos con los otros de manera edificante, solidaria, fraternal; en este convulso y difícil siglo XXI; una época de catarsis, donde los desafíos se multiplican por doquier.

    Saber escuchar: tarea de todos por: José Manuel Meseguer.

    © 2020 Amor, Paz y Caridad.

     

    (*) El texto en negrita pertenece al ítem 121 de la obra “VIDA FELIZ” de Joanna de Ângelis, psicografía de Divaldo Pereira Franco.

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