RIESGOS Y PELIGROS

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Todo proyecto de bien, encaminado al servicio al prójimo y con bases de autentica fraternidad y evolución moral, cuenta siempre con fuerzas opositoras que constituyen riesgos capaces de encaminar al fracaso tan nobles ideales.

Además de las fuerzas que oponen resistencias, los peligros no vienen únicamente desde el exterior, sino que, muy frecuentemente, el germen del fracaso de cualquier proyecto radica en las actitudes y deficiencias de los propios integrantes del proyecto.

 Cuando nos focalizamos en el desarrollo de un grupo espiritual, las determinaciones nobles, altruistas, e intenciones de crecimiento espiritual son los cimientos de un buen edificio. Solamente hay que cuidar el desarrollo de la obra, salvando los obstáculos que aparecen para que el final de la construcción llegue a buen término.

Fundamentalmente los inconvenientes parten siempre de aquellas deficiencias de carácter, aquellos defectos que todos tenemos y que, en buena medida son capaces de entorpecer la normal convivencia y toma de decisiones de los componentes de un grupo a la hora de avanzar por los caminos aceptados por todos.

Entre estos inconvenientes, hay algunos que son más perjudiciales que otros porque afectan directamente al proceso en sí de construcción de un grupo espiritual. Entre los más difíciles de erradicar se cuenta sin duda el personalismo, el amor propio y la ambición de poder.

El primero de estos tres es consustancial con nuestro ego inferior; aquel que nos induce constantemente a intentar imponer nuestros criterios por encima de los de los demás, creyéndonos superiores en capacidades y atributos.

Lamentablemente este tiene que ver mucho con el amor propio que a veces no sabemos deslindar de nuestro carácter como un defecto; convirtiéndolo en una virtud que confundimos con autoestima. El amor propio es la forma en que nuestro egoísmo se disfraza para auto-engañarnos; es la manera en que compensamos nuestro orgullo y nuestra falta de humildad.

De forma intima, por nuestras herencias del pasado, el ansia de poder, a veces disfrazada de falsa humildad, nos convierte en personas ambiciosas de que se reconozcan nuestros méritos y competencias. La auténtica realidad es que, este defecto se haya muy enraizado en nuestro psiquismo sin apenas darnos cuenta. Constituye una falta de tolerancia para con las decisiones y opiniones ajenas, y nos reviste de una impaciencia injustificada que nos hace caer en la falta de caridad para con nuestro prójimo.

Es evidente el hecho de que, cuando las personas que forman un grupo apenas se conocen, los defectos de cada uno quedan convenientemente ocultos para la mayoría. Pero, al igual que en una pareja que convive junta, cuando los miembros de un grupo se van conociendo en profundidad, los defectos de todos salen a la luz; antes o después, y es el preciso momento para dar testimonio de las buenas intenciones y de los conocimientos que vamos aprendiendo.

A partir de aquí, y en función de cómo se adopten las decisiones adecuadas, este grupo o institución tendrá plena vigencia y viabilidad futura basada en relaciones de profunda y noble fraternidad, o por el contrario irá deslizándose por la inclinada pendiente del abismo hasta su desaparición; dirigido por los egos particulares de cada uno, la intolerancia respecto a las faltas de los demás y la intransigencia a la hora de ceder en las cuestiones que afectan a todos y que no son de nuestro agrado.

Si a todo ello unimos las fuerzas externas; reaccionarias al progreso del espíritu, y sobre todo, a aquella parte invisible que siempre está pendiente de hacer fracasar toda tentativa de bien y de servicio al prójimo, tendremos el cóctel explosivo y la explicación a muchas grandes decepciones acontecidas en instituciones respetables que no supieron permanecer vigilantes a estas cuestiones, poniendo en riesgo su supervivencia y acelerando de esa forma su ruptura y desaparición de tan nobles ideales.

Es preciso vigilarse interiormente; analizando con claridad y profusión nuestras propias deficiencias; aquellas que pueden afectar a nuestra participación en el desarrollo y toma de decisiones del grupo al que pertenecemos.

Ello se alcanza con la auto-iluminación. Debemos procurar permanentemente mantener nuestro pensamiento en lo alto, en aquellos conceptos de naturaleza superior que nos habitúen a una profilaxis mental sana y elevada.

Al mismo tiempo, hemos de poder alcanzar la aceptación de los contratiempos y contrariedades que la vida nos presenta como experiencias evolutivas que nos permitan crecer y extraer de las mismas las enseñanzas positivas que nos fortifiquen ante las dificultades y nos preparen ante cualquier drama o contingencia no esperados.

Si somos capaces de conseguir estas dos premisas a nivel individual, nada puede entorpecer nuestra participación y aportación a nuestro grupo espiritual.

Es más; si nuestra sintonía vibratoria se habitúa al rango superior de elevación permanente, estaremos evitando la influencia de la parte negativa que tiende a contaminar, influenciar e influir en los grupos para sembrar la discordia y la intolerancia entre sus miembros, con absoluta falta de caridad entre ellos.

Al evitar la influencia de la parte negativa estamos con la lucidez y la claridad necesaria para saber en todo momento que hay que hacer; qué decisiones hemos de tomar para el bien de la institución. Si a ello le unimos el poder de la oración, nuestros amigos espirituales del otro lado, que velan por nosotros, que saben de nuestros compromisos espirituales, y que pretenden que sigamos por el camino del progreso espiritual, nos orientarán con claridad, nos guiarán por el rumbo cierto y las decisiones adecuadas que hemos de tomar en cada momento y ante cualquier dificultad.

Seamos pues dóciles, aceptemos la humildad y la tolerancia como base de nuestro comportamiento en los grupos, alcancemos el auto-conocimiento con la elevación precisa y la aceptación correcta de los acontecimientos, proponiéndonos trabajar sin descanso, junto a nuestros compañeros, por nuestro propio progreso espiritual y por el del grupo al que pertenezcamos, cumpliendo así parte de nuestro compromiso aceptado antes de encarnar.

Antonio Lledó Flor

© Amor, paz y caridad

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«Orad y vigilad»

Jesús de Nazaret

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