RENOVACIÓN EN EL MOVIMIENTO ESPIRITA

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Renovación en el movimiento espirita

La doctrina espírita, con su carácter renovador de conciencias, significa un descubrimiento excepcional para aquellos que beben de su filosofía, su ciencia, y con las connotaciones de tipo moral que suponen. Son las respuestas a las preguntas trascendentales de la vida: La existencia de Dios, la inmortalidad del alma, la reencarnación, etc.  De una forma clara y racionativa nos aproxima, o más bien, nos invita,  a reflexiones muy profundas respecto al sentido de la vida y a su trascendencia.

Es para muchos la nueva aurora, el nuevo paradigma que se abre paso, como una pequeña luz entre profundas tinieblas, una oscuridad que se remonta a la noche de los siglos, impregnada del prejuicio, la intolerancia, los dogmas, el fanatismo, y tantas otras taras del carácter humano, producto de nuestras pasiones,  que ya están llegando a su fin; una vez cumplidos los plazos ante el cambio de ciclo planetario, que de una forma natural nos sobreviene, exigiendo cambios de actitud y de mentalidad.

Tanto para aquellos trabajadores que vienen de una familia de tradición espírita, como aquellos que se van incorporando en este movimiento renovador, se nos exige mucho esmero y dedicación. Nuestro comportamiento es observado atentamente por personas de nuestro entorno; sacando sus propias conclusiones en virtud de lo que ven, de lo que perciben; observando claramente las posibles  diferencias entre lo que hablamos y lo que hacemos. Por tanto, la honestidad, la coherencia, el sentido de la responsabilidad en aquellos que se denominan espíritas es fundamental para darle relieve social a este movimiento singular, especial.

No es una filosofía de vida más, es algo mucho más profundo, de un calado capital. Hemos de ser dignos precursores, dignos trabajadores para que podamos servir de pantalla, de espejo para muchos que buscan pero que desconfían de las estéticas, de los disfraces, de las apariencias, de las contradicciones humanas que desvirtúan y decoloran bellas ideas, nobles ideales. Alguien dijo que las ideas convencen pero que el ejemplo arrastra, y es totalmente cierto. Por todo ello,  la responsabilidad de aquellos que nos llamamos espíritas es máxima. Cada quien podrá aceptar su rol, su cuota de responsabilidad, pero como bien nos dice el evangelio, en palabras del Maestro: “Se le pedirá mucho a quien haya recibido mucho”; pero también nos advierte: «Toda planta que mi Padre Celestial no ha plantado, será arrancada de raíz«.

Es en la propia doctrina espírita donde el Espíritu de Verdad, recordando y haciendo resumen del mensaje sublime de hace dos mil años nos dice categóricamente: Un primer mandamiento: Amaros, aquí os dejo el segundo: Instruíos.

Dicho mensaje inapelable nos marca una hoja de ruta muy clara, sin vacilaciones. Es necesaria la práctica del amor espiritual en sus diversas vertientes. A través del sentimiento de aprecio, de afecto; con un espíritu de colaboración con aquellos con quienes compartimos ideales y objetivos. Haciendo de la fraternidad el estandarte, la referencia en las relaciones humanas. Asumiendo todas sus consecuencias, nos damos cuenta de que no puede ser de otro modo. Aquellos que acudan a nuestros centros han de observar el calor humano de la solidaridad, esos valores en donde se cimentan las relaciones humanas verdaderamente cristianas, pero sin tufos sensibleros, sin misticismos impropios de la época que nos ha tocado vivir, sin tics religiosos que puedan hacer recordar otros cultos. Con naturalidad, con sencillez, hospitalidad y ofreciendo verdadera amistad.

Buscando también la luz del conocimiento como complemento para reforzar con su claridad nuestra voluntad de progreso, de mejorar nuestro interior, con ese foco lleno de  ideas renovadoras que supone la doctrina espírita codificada por Allan Kardec, estimulantes hacia la regeneración moral, ante el amplio escenario de posibilidades que nos ofrece la propia vida, siempre generosa e imperecedera.

Desarrollando el raciocinio, el discernimiento. No buscando erróneamente la acumulación de información, de conocimientos, sino educarnos para pensar por nosotros mismos, siendo libres de ataduras; del peligro de convertirnos en mitómanos de otros que han transitado o transitan por el movimiento espírita, como si fueran los nuevos santos, los nuevos gurús que están en contacto permanente con los planos superiores. Como si ello les confiriera una infalibilidad como antaño se creía en otras religiones. No dudamos de su valor y aportación innegable, pero no debemos adoptar  posturas fanáticas.

Otro aspecto importante es que los centros espíritas han de ser independientes para poder desarrollar su propia personalidad. Se pueden marcar unas pautas generales desde organizaciones nacionales o internacionales, pero sin que sirvan de excesivo control, por el deseo de “mantener a toda costa la pureza doctrinaria”. Cada centro es responsable de sus actos, y es necesaria una cierta libertad de elección, en la manera en que se desenvuelven sus actividades y trabajo. En cualquier caso, ¿quién se puede arrogar dicha autoridad? ¿Quién decide el que va por el buen camino y el que no?.. Hay una guía que es inapelable: “A mis discípulos los reconoceréis por sus obras y porque se aman los unos a los otros”.

En “Obras Póstumas” nos encontramos con la siguiente reflexión del codificador: “Así será el espiritismo organizado. Los espíritas del mundo entero tendrán principios en común que los ligarán, como a una gran familia, por los vínculos sagrados de la fraternidad; pero la aplicación de esos principios variará conforme a los lugares, sin que por ello se rompa la unidad fundamental o se formen sectas disidentes, lo que sería una conducta netamente antiespírita.

Siempre hay que recurrir al sentido común. Como nos dice el codificador, nos debemos de adaptar al entorno en el que nos desenvolvemos, sin  adoptar normas o pautas estrictas, alejadas de la realidad social del país.

El mismo texto de Allan Kardec continúa reflexionando: “Los centros espíritas serán los observatorios del Mundo Invisible, intercambiarán todo aquello que hayan obtenido de bueno y que sea aplicable a las costumbres del lugar donde estén establecidos…” 

Y añade: “El espiritismo es una cuestión de fondo; aferrarse a la forma sería pueril e indigno de la grandeza de la Doctrina. Por esa razón, los diferentes centros que hayan captado el auténtico espíritu de la doctrina deberán darse las manos y unirse para combatir a sus enemigos comunes: la incredulidad y el fanatismo.

Cuando hay buena voluntad, deseos sinceros por mejorar, por hacer algo útil por uno mismo y por los demás, el entendimiento, primero en el propio centro espírita y posteriormente en la relación con otros, llega por sí solo. Empero, cuando nos centramos casi exclusivamente en el conocimiento y su divulgación, pero descuidamos el corazón,  las relaciones personales, es entonces cuando vienen los conflictos, los distanciamientos. Son comparables muchas veces a los matrimonios rotos pero que guardan hacia el exterior las apariencias, sin voluntad de diálogo ni tampoco de solucionar el problema, porque consideran que están en la línea correcta y es el otro el que está equivocado. ¿Por qué habría de cambiar y por qué tendría que ceder?

Como dice un viejo axioma: “La vida es del color del cristal con que se mira”. Todos tenemos nuestro punto de vista, en base a nuestras características personales y a las peculiaridades del entorno al que pertenecemos. Por tanto, nos debemos respeto y comprensión, tolerancia para con las faltas ajenas y espíritu de colaboración, de avanzar respetando la singularidad de los demás.

Otro aspecto que puede no ser muy acertado, aunque no exento de buena fe, es el hecho de representar al movimiento espírita en los eventos internacionales a países a los que no pertenecemos; bien por el hecho de vivir temporalmente o de una manera ya estable en ellos, o quizás por tener una relación asidua y cordial con algunos nativos simpatizantes de la doctrina espírita. Si un país no tiene representación no debe de constituir un problema. Por ejemplo, si un latino vive en un país del norte de Europa, siendo espírita, organiza un grupo en dicho país para desarrollar un trabajo con otros simpatizantes latinos, pero con escasa o nula presencia autóctona, no puede pretender representar a un movimiento que todavía no está suficientemente desarrollado en aquel país. Podrá acudir al evento como espírita, o si se prefiere como “ciudadano del mundo”, pero nada más.

Y seguramente tendrá poco éxito en la divulgación en aquel lugar, si pretende mantener los mismos hábitos, las mismas costumbres latinas, sin tener en cuenta la mentalidad propia de aquel entorno, como ya apuntábamos anteriormente. A la gente hay que ganársela primero con el ejemplo, con el primer precepto que hemos comentado del Espíritu de Verdad, es decir, el amor puesto en práctica en sus múltiples manifestaciones. Acercándose a sus problemáticas, amoldándose uno a sus costumbres y aspectos sociológicos y culturales y no esperar lo contrario, es decir, que sean ellos los que deban hacerlo.

Resumiendo este análisis podríamos decir que, debemos de ser estrictos y disciplinados con nosotros mismos en el aspecto moral y claramente flexibles, con mente muy abierta  a la hora de ver las necesidades ajenas y la fórmula para llegar a ellas. Esa será la mejor manera de poner en práctica valores fundamentales como son la comprensión y  el amor.

 

Renovación en el movimiento espírita por:   José M. Meseguer

©2017, Amor, Paz y Caridad

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