En el mundo que nos desenvolvemos cada vez es más difícil ser consecuentes con los principios e ideas en que hemos sido educados cultural y moralmente. Este es un hecho derivado del concepto falaz de la felicidad que en las sociedades se identifica con poseer más y más bienes y no con ser más y mejor ser humano.
La dinámica de un mundo globalizado, donde el materialismo hedonista y el egoísmo exacerbado acaparan los objetivos de las élites gobernantes, son los grandes obstáculos para el progreso de la humanidad en su dirección más transcendente: la regeneración moral del hombre.
La única forma de combatir esta circunstancia es mantenerse firme en los principios y valores espirituales recibidos a través de las distintas religiones, filosofías espirituales y ciencias educativas éticas y morales en todo el planeta, y que como norma general inciden en la existencia de Dios, la transcendencia del alma después de la muerte y la fraternidad para con todos los seres humanos que vivimos en este planeta.
Valores transcendentes como la solidaridad, la caridad, la tolerancia, la igualdad, la libertad y el respeto individual, vienen siendo atropellados por el egoísmo brutal de las posesiones materiales que se ambicionan sin medida, intentando adquirirlas de forma inmediata. Para ello el instinto inferior del hombre utiliza los recursos de la violencia de todo tipo, física, mental, psicológica, económica, mediática, etc..
Aquí aflora nuestra naturaleza inferior; siendo la única manera de combatir esto la recuperación de los valores que otorgan paz interior, serenidad y equilibrio a la persona cuando esta se esfuerza por ser ella misma y no por ambicionar cuestiones materiales que generan una felicidad ficticia y efímera.
La moderna psicología nos avanza que el tener ilusiones, esperanzas y objetivos de naturaleza superior basados en conceptos de bien, de solidaridad y de equilibrio emocional es la felicidad más inmediata a la que podemos tener acceso; pues esta última es un estado interno y no la efímera satisfacción que otorgan las posesiones materiales externas.
Incluso, cuando intentamos esforzarnos por mantener las relaciones con nuestros semejantes sin conflictos y con el ejemplo altruista de nuestra renuncia al orgullo y amor propio, encontramos siempre la satisfacción interior de las cosas bien hechas; siendo así que nuestra “voz interior” o conciencia nos refuerza con su serenidad que ese es el camino a seguir.
Para ello es muy importante tener principios espirituales como los que hemos mencionado anteriormente; si nuestra vida se rige únicamente por la inmediatez del materialismo, nuestra insatisfacción será permanente y nuestra voluntad únicamente estará dirigida a conseguir, al precio que sea y cueste lo que cueste, esas posesiones materiales que tanto deseamos.
Por el contrario, si somos capaces de elevar nuestro pensamiento, nuestras intenciones y nuestra voluntad hacia metas superiores más elevadas, seremos beneficiados en primer lugar con el equilibrio y la paz interior. Además de ello seremos ejemplo para los que nos rodean, y en tercer lugar estaremos en condiciones de ayudar allá donde se nos presente la oportunidad.
Si se tienen principios espirituales es importante ser consecuentes con los mismos; no se puede caer en el error de muchos representantes de religiones que utilizan el “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”. También es necesario ser conscientes de que con nuestros conocimientos espirituales, y siendo consecuentes con los mismos, podemos desempeñar una labor extraordinaria de ayuda hacia nuestro prójimo.
Todo ello partiendo de la base de que comprendemos la necesidad para la que hemos venido a la tierra, entendemos mejor que nadie el porqué y el para qué estamos aquí; y de esta comprensión profunda de nuestra realidad, adquirimos la consciencia necesaria sobre lo que debemos hacer y como debemos actuar para progresar espiritualmente, objetivo último de nuestra estancia en la tierra y que todos deberíamos tener presente.
De la concientización de nuestra realidad aquí y ahora; y de la firmeza en nuestros principios espirituales de bien y de amor al prójimo se deriva el éxito o el fracaso de nuestra vita terrena. Comprendiendo que venimos a desarrollar un programa de aprendizaje en la vida; que a veces hemos de expiar nuestros errores del pasado y otras veces probar nuestras capacidades ante los retos y dificultades que la vida nos presenta, nos ayudamos a nosotros mismos a elevarnos hacia metas de mayor plenitud y perfección.
Así pues, prestemos atención a nuestros principios, valores espirituales y personales; corrijamos nuestro enfoque únicamente en aquellos que atenten contra las leyes divinas de amor y de justicia universal; mantengamos el resto y potenciemos de manera permanente nuestros actos en base a la firmeza de los mismos.
Comprendiendo el mecanismo de la reforma interna somos conscientes de que, cualquier tara moral no se corrige de la noche a la mañana, exige un esfuerzo personal, una vigilancia constante para oponer a la misma la virtud contraria; este hecho ha de alcanzarse mediante el hábito constante del cambio y, de forma paulatina, sin prisa pero sin pausa interiorizar el hábito positivo en nuestra conducta mediante la fuerza de voluntad.
Cuando estamos atentos a nuestra propia imperfección y vamos transmutándola por la virtud que la contrarresta (Ira por serenidad, orgullo por humildad, egoísmo por altruismo, etc.) nos volvemos más conscientes de nuestra auténtica realidad espiritual. Se abre ante nosotros un campo de experiencias difíciles pero meritorias, cuyo final no es otro que la satisfacción interna por superar nuestra naturaleza inferior, quedando libres de la esclavitud de las tendencias negativas de nuestro carácter y que arrastramos de vidas anteriores.
Es la tarea más difícil que el ser humano ha de afrontar; pero como decía el gran filósofo de la antigüedad Sócrates: “si quieres salvarte del abismo conócete a ti mismo”. Este es el camino para alcanzar la mayor consciencia de nuestro auténtico yo estando encarnados; porque una vez liberados de la materia, en el plano espiritual, la realidad personal se nos muestra con mayor nitidez y claridad.
Así pues, consecuentes con nuestros principios y conscientes de nuestra realidad es como caminaremos por la tierra sin ceguera alguna; evitando caer en los errores de las ficticias ilusiones materiales que prometen felicidad inmediata y que generan mayor frustración y desilusión en la medida en que son alcanzadas y sustituidas por otras de forma inmediata.
A mayor consciencia personal mayor serenidad y paz interior, y consecuentemente, mayores estados de felicidad y comprensión de la realidad, aspectos estos que nos abren la puerta de una dimensión de la vida diferente, a la que son invitados los espíritus despiertos con ansias de evolución y progreso.
Ese ejemplo de firmeza, consecuencia y consciencia sobre lo que realmente somos (seres eternos en permanente evolución destinados a la felicidad y la perfección) y nuestro esfuerzo por mejorar internamente (superando las taras morales que todavía nos recuerdan nuestra naturaleza inferior) nos permitirán llegar al corazón de nuestros semejantes con sencillez y naturalidad, con auténtica fraternidad basada en el amor al prójimo.
No intentemos engañarnos a nosotros mismos, antes al contrario, respetémonos, para posteriormente hacerlo con los demás; seamos consecuentes con el conocimiento recibido y contribuyamos a esparcir los conceptos de verdad que ayuden a los que nos rodean a encontrar las claves de su infelicidad y el método para corregirlas.
Seamos firmes en los principios de la fraternidad universal; para que la luz que brilla del Amor Divino acabe con las tinieblas de las sociedades dirigidas por el embrutecedor egoísmo del materialismo y la violencia que siembra odio e incomprensión entre los hombres.
A.LL.F.
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