Siguiendo el hilo conductor del artículo del mes pasado, y aceptando que una premisa importante del éxito en un grupo espiritual parte del respeto y la tolerancia hacia las opiniones ajenas, no podemos olvidar tampoco el detalle de un aspecto esencial en el funcionamiento del mismo.
Nos estamos refiriendo al mecanismo interno que deben tener los grupos para no estancarse, para seguir progresando y consiguiendo retos personales y grupales. Este mecanismo puede variar en cada lugar, siendo igualmente válido si al final el resultado es el de un grupo unido, bien orientado espiritualmente, comprometido en el trabajo del bien y en permanente progreso y evolución.Es preciso que los que coordinan o se hacen responsables de cada institución se actualicen permanentemente en conocimientos y actitudes; ofreciendo el mejor ejemplo a los demás con sus formas de actuar. Una vez en el ejercicio permanente de este progreso continúo, es más que conveniente, realizar un esfuerzo por analizar el funcionamiento, los obstáculos, las debilidades y aquellas cuestiones que retrasan en avance y el correcto desarrollo de los objetivos del grupo.
Para ello es preciso tener una buena dosis de objetividad, de sencillez y sobre todo de humildad. Esta última cualidad es la base principal desde donde debe partir cualquier análisis individual o grupal que pretenda beneficiar al conjunto.
Es muy fácil hablar de unión, de confianza, de planteamientos de progreso conjuntos, de compromisos y objetivos grupales; pero, si al primer inconveniente que surge intentamos imponer nuestro criterio, o somos incapaces de adoptar la decisión acertada en beneficio del conjunto, estamos fracasando estrepitosamente. Por ello es necesaria la humildad, no sólo personal, sino también en las opiniones que se vierten y en las decisiones que se adoptan. Es conveniente adoptar un método, un esquema que nos ayude a resolver los conflictos, las dificultades y los problemas para fortalecer más si cabe la unión de los componentes del grupo e impedir el estancamiento, los recelos, las suspicacias y todo aquello que pueda suponer fricciones entre los componentes y un deterioro de la armonía que se precisa para el buen funcionamiento de un grupo espiritual.
Desde la experiencia, a este método podríamos denominarlo como “Psicoanálisis Grupal”. Precisamente porque lo que pretende es psicoanalizar el desarrollo del grupo desde bases muy sencillas, comprensibles para todo el mundo y con el fin último de que nada pueda perturbar el funcionamiento del mismo hasta estancarlo y hacerlo embarrancar. Este psicoanálisis precisa partir de la humildad, pero le es necesaria la correspondiente dosis de nobleza y compromiso de los individuos que forman el grupo; entendiendo que estamos sentando unas bases de confianza mutua y de unión sólida y perdurable.Los conocimientos teóricos y los principios espirituales que sustentan las instituciones están perfectamente detallados en las bibliografías correspondientes. Pero lo que nadie detalla, lo que muy pocos se atreven a afrontar, por ignorancia o desconocimiento sobre cómo hacerlo, son las consecuencias de las relaciones personales internas, la solución a los problemas que impiden una auténtica fraternidad entre los miembros, la manera y la forma de afrontar y solucionar los conflictos; a fin de que a posteriori el grupo, la institución, salga más fortalecida, más cohesionada, más unida y más preparada que nunca para afrontar los retos que se proponga.
Hemos de concienciarnos de que los grupos los forman las personas, de carne y hueso, con sus expectativas, sus bondades y sus deficiencias. Estas sinergias han de revertir en el conjunto siempre de forma positiva; saliendo de los problemas con mayor fuerza y confianza entre sus miembros; enfrentando con valentía los objetivos a conseguir. A veces, el amor propio nos juega la mala pasada de creer que todo lo hacemos nosotros; que somos los auténticos responsables del buen funcionamiento o éxito conseguido en el grupo. ¡Craso error¡ Nos olvidamos de la parte espiritual; aquella que realiza el mayor esfuerzo, el trabajo principal, siempre y cuando nosotros hayamos puesto la primera piedra, el campo de cultivo necesario para que todo se vaya realizando.(*)
Muchas veces no somos nosotros; son “ellos”, aquellos que nos orientan desde el anonimato, en nuestra conciencia, a través de la inspiración, a través del ejemplo, con total y absoluta abnegación al trabajo que tienen comprometido con nosotros. El orgullo nos hace perder las perspectivas de la fe y la confianza en el plano espiritual. Algo que debemos tener siempre presente.
Así pues ese psicoanálisis grupal ha de realizarse entre todos los miembros del grupo sin excepción; opinando, deliberando y reforzando las conclusiones previa solicitud de amparo al “mundo mayor” para que las decisiones que se adopten sean las más convenientes para la unión y el progreso del grupo; para que su avance no pueda ser detenido por actitudes personales equivocadas o mixtificaciones, sembradas o inducidas por las sombras, que acechan a todas aquellas instituciones de buena voluntad que pretenden el bien y el servicio al prójimo.
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