OLVIDO DE VIDAS PASADAS

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Uno de los razonamientos que se hace mucha gente cuando se plantea la posibilidad real de la reencarnación es: “¿Si hemos venido otras veces por qué no recordamos las existencias pasadas?” “De ese modo, según este sofisma, sería más fácil convencerse de nuestra realidad espiritual y progresaríamos más rápido….”

Nada más lejos de la realidad. Los inconvenientes se multiplicarían y podría resultar hasta asfixiante la convivencia, el progreso humano y espiritual, como vamos a poder comprobar por los razonamientos siguientes.

Partimos de una premisa muy evidente: Nuestro cuerpo físico, nuestro cerebro no puede recordar aquello que no ha vivido. Las vivencias y experiencias de la vida se nos acumulan y conforman una personalidad, una memoria que nos induce a actuar, a reaccionar ante las situaciones que nos acontecen.

Ahora bien, tenemos algo que se llama conciencia, que es la que nos dicta el camino y las pautas a seguir. Es una voz interior que nos encamina y demuestra, la mayoría de las veces, una madurez, un sentido profundo para abordar con éxito las empresas más difíciles.

Debemos contextualizarnos y comprender una realidad evidente. Venimos al mundo con un compromiso espiritual, una tarea de crecimiento y progreso, pero sobre todo y debido a nuestra inferioridad moral, a corregir errores del pasado, a compensar el peso de nuestras equivocaciones, el daño causado a otros, en una tarea cuya principal finalidad es rescatar deudas del pasado, elevarse sobre las pasiones materiales, disminuir la cuota de egoísmo, de orgullo, de vanidad, para ser más dóciles, más auténticos, más altruistas y bondadosos. Esta es la gran tarea; algo tan arduo y difícil por la que necesitamos venir múltiples existencias para ir puliendo, adquiriendo experiencias, y elevándonos sobre nuestras propias miserias. También ahí es donde se observa y comprende la gran misericordia de Dios.

Ante dicha inferioridad moral y espiritual, si recordásemos las existencias anteriores, los vínculos que nos “atan”, la mayoría de las veces, no por amor sino por desamor, desencuentros del pasado; el recordar experiencias y situaciones desagradables de otras vidas supondría una carga demasiado pesada para poder soportarla.

Si ya de por sí actualmente, el recuerdo de las malas experiencias, el daño que nos han podido causar y sobre todo, lo difícil que nos resulta perdonar en nuestra vida cotidiana, si a eso tuviéramos que añadirle el fardo del pasado, sería un suplicio muy grande más que una ventaja.

Pero alguien cuestionará: “¿Si no recordamos los errores del pasado, cómo los vamos a poder superar y corregir? ¿Qué referencias podemos tener sobre algo en el que estamos nuevamente como una tabla rasa?”

Efectivamente, con anterioridad hemos hablado de la “conciencia”. Y, ¿qué es la conciencia? Es el bagaje de experiencias del pasado. Es decir, nuestro cerebro físico no puede recordar aquello que no ha vivido, sin embargo, el espíritu sí que puede transmitirle aquello que ha aprendido en existencias precedentes. Es por ello que los sabios de todas las épocas nos recomiendan “escuchar a la conciencia”, porque es ahí donde podemos encontrar respuestas, no sólo por lo vivido en el pasado, sino porque además es la válvula de entrada a las inspiraciones de seres más elevados, espíritus que nos quieren y aprecian, sugiriéndonos el mejor camino siempre.

“Si esto es así, se preguntaran algunos, ¿por qué la mayoría se dejan llevar por las pasiones y los defectos morales? ¿Por qué resulta tan difícil encontrar el camino correcto, a tenor de lo que observamos en el mundo, teniendo esa poderosa herramienta en nuestro interior?

Muy sencillo, por nuestro atraso evolutivo. Vivimos hacia afuera, muchas veces de un modo irreflexivo, nos hemos olvidado de las propuestas espirituales superiores, y si nos fijamos en ellas, muchas veces, obedecen a los convencionalismos religiosos superficiales y poco transformadores.

Cada vez tenemos menos tiempo para la reflexión, acallamos las inquietudes interiores, la voz de la conciencia que nos avisa la silenciamos con distracciones diversas, o simplemente volcando todas las frustraciones y amarguras sobre los otros, culpabilizándoles de todos los males. Somos rigurosos con los demás y excesivamente tolerantes con nosotros mismos. Es como una huida hacia adelante, un ganar tiempo ante la falta de voluntad por afrontar nuestros verdaderos problemas existenciales.

Si escuchásemos a nuestra conciencia, si nos detuviéramos a reflexionar sobre aquello que nos pudiera clarificar el camino, con una propuesta de vida constructiva, coherente, no sólo enfocada al hedonismo y al materialismo; si acudiésemos al recurso de la oración con sus innumerables ventajas, con toda seguridad que alcanzaríamos un estado interior de paz y equilibrio, caminaríamos más seguros, sin prejuzgar y con unas metas claras. Pero sobre todo, comprenderíamos que las tribulaciones de la vida así como las personas que nos rodean son “las más adecuadas para nuestro progreso espiritual”.

Por tanto, recordar el pasado no es lo importante. La Providencia Divina, en su infinita sabiduría nos provee de aquello que necesitamos, por encima de nuestras creencias superficiales y de aquello que interpretamos que sería conveniente. Muchas veces, ocurrencias bien intencionadas que más bien nos perjudicarían que beneficiarían.

Ahora bien, ¿pueden existir excepciones?; ¿pueden haber casos de recuerdos espontáneos? Sin duda que sí.

Hemos hablado de la Providencia Divina, y esta es justa y muy flexible. Sin alterar el equilibrio ni derogar ninguna ley divina, en determinados casos puede ser conveniente recordar algún hecho puntual por diferentes razones. Bien porque el espíritu encarnado necesite comprender un hecho del pasado, en relación a su situación presente. O bien por cualquier otra causa, pero siempre sin perjudicar el libre albedrío ni causar una perturbación.

También, a través de terapias de regresión hipnótica, a muchos pacientes con disturbios graves, sin causa aparente en esta vida, se les retrotrae al pasado, a fases anteriores de existencias precedentes hasta encontrar el origen, el momento concreto en el que sucedió el hecho traumático. De ese modo, aflorando y afrontando el problema con el trabajo del especialista se consigue, en la mayoría de los casos y tras varias sesiones, resolver el conflicto psicológico. Es lo que se denomina como T.V.P. (Terapia de Vidas Pasadas).

Por lo tanto, el olvido del pasado es un bálsamo que nos permite actuar con libertad pero no exentos de responsabilidad. También hay que tener en cuenta que tenemos una guía completa de cómo actuar en los postulados ético-morales básicos heredados del Maestro Jesús y de todos aquellos avatares que a lo largo de la historia nos han marcado un camino seguro, unas directrices ciertas para lograr el éxito en nuestras empresas. No podemos alegar ignorancia; y si nos equivocamos poseemos la capacidad para enmendar el error y rectificar. Las sucesivas vidas son oportunidades de progreso, para adquirir experiencia, sabiduría, desarrollo de la inteligencia y de la moral. Y si no, ¿cómo se explicarían las notables diferencias que existen entre los distintos seres humanos’.

Efectivamente, las diferencias entre unos y otros se definen con una palabra: EVOLUCIÓN.

 

José M. Meseguer

©2015, Amor,paz y caridad

[infobox]“El olvido es una forma de libertad”. Jalil Gibran[/infobox]

 

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