A lo largo de estos últimos meses hemos estado repasando algunos aspectos relacionados con una ley fundamental: La ley de Renacimientos o ley de la reencarnación; es el momento de hacer estas reflexiones finales que nos permitan extraer consecuencias para nuestra vida diaria.
Este es un tema capital, trascendental. Sin él, es prácticamente imposible encontrarle un sentido a la vida, más allá de los anhelos más próximos, de algunos objetivos en la vida que justifiquen nuestras luchas, nuestros esfuerzos; pero que sin el estudio de esta ley fundamental, nos faltará siempre elementos que completen el engranaje espiritual, que nos explique las desigualdades humanas, que le dé un carácter justo y misericordioso a las obras de Dios Padre.
La vida está repleta de situaciones complejas, difíciles, sangrantes, que no encuentran acomodo lógico y razonable en una sola vida. Es como si tratáramos de entender una obra literaria fantástica, extraordinaria, con la lectura, estudio y análisis de un solo capítulo de la obra, habiendo perdido el resto. Esto sería una quimera, y aunque en dicho capítulo quedara patente el talento y buen hacer de su autor, siempre nos quedarían preguntas sin respuestas, destellos de genialidad a medias, imposibles de entender en su conjunto sin la lectura del resto de capítulos de tan magnífica obra.
Las vidas sucesivas funcionan del mismo modo. Somos la consecuencia del ayer, vivimos actualmente las experiencias y las pruebas necesarias a nuestro actual momento evolutivo, ni más ni menos; ejerciendo la libertad de que se nos dota para escoger el camino que más nos convenga o plazca. “La siembra es voluntaria y la cosecha obligatoria” reza un viejo axioma.
Las desigualdades humanas, los cambios de fortuna, las enfermedades así como la salud, la riqueza o la pobreza, etc., no son caprichos divinos, accidentes desgraciados de la providencia para someter caprichosamente a unos, muchas veces en beneficio de otros.
Seguramente nos vendrá al pensamiento los egoísmos humanos, el materialismo voraz, las pasiones de los poderosos que no permiten el desarrollo de una sociedad justa y equitativa. Efectivamente, queda un largo camino por recorrer, pero esto por sí sólo no justifica, no explica el que unos nazcan en hogares confortables y otros, como ocurre en muchos puntos de nuestro planeta, vivan y crezcan en ambientes de miseria, guerras y destrucción.
El ser humano no sólo busca la supervivencia sino también una posibilidad de vivir con su familia en paz, con un futuro por delante que le permita ser relativamente feliz; dicho con otras palabras: vivir con dignidad. Muchas veces, el espíritu, por negligencias y errores del pasado, se ve con la necesidad de reencarnar con ciertas carencias que le movilicen, le obliguen a buscar, a superarse a sí mismo en las luchas diarias, utilizando sus recursos internos dormidos.
Del mismo modo, aquellos que nacen en hogares donde todo les sonríe, con un amplio patrimonio y posibilidades materiales, es una concesión provisoria de la que también tendrán que dar cuentas, una vez queden despojados de todo ello, de vuelta a nuestro verdadero hogar espiritual.
La vida humana, con cuerpo físico es un suspiro, es un día corto en la inmensidad de una eternidad que no estamos en condiciones de comprender. En nuestra limitada capacidad de entendimiento, sujetos al espacio y tiempo, se nos nubla la razón cuando echamos una mirada a la inmensidad que nos aguarda; pequeños todavía en evolución y a la percepción de la realidad que nos envuelve, imposible de percibir con nuestros sentidos groseros aún.
Necesitamos distintas vidas, que son como los capítulos de una obra maravillosa, como el ejemplo anterior, para reflexionar, experimentar, acertar y equivocarnos. En cada pasaje de la obra, el personaje principal va creciendo, muchas veces de una forma casi imperceptible para el lector-observador; capacitándose para mayores empresas, adquiriendo experiencia, ampliando su conciencia, su visión de la vida, de la realidad.
Cada circunstancia importante de la vida encierra una valiosa lección. Debemos aprender a leer sin rebelarnos. Nada ocurre por azar, Dios Padre no se equivoca, puesto que traemos al encarnar un programa de realizaciones, de tareas a desarrollar. Aprendiendo a amar al prójimo como a nosotros mismos. Desarrollando valores, buscando unos objetivos superiores que le den un sentido profundo a la vida.
Cuando no es así llega el vacío, la depresión, la búsqueda frenética de placeres que llenen un espacio interior sombrío. Al carecer de un rumbo claro, falto de ideales, muchos se lanzan a la adquisición de bienes materiales, a la búsqueda de una riqueza rápida y sin esfuerzo, para posteriormente con el botín conseguido vivir plácidamente, experimentando y buscando todo tipo de estímulos sensoriales, intentando compensar el estrés acumulado.
Efectivamente, una vez conseguida la meta propuesta, ahora toca ampliar si cabe la fortuna conseguida a costa del esfuerzo de muchos y al mismo tiempo disfrutar sin escrúpulos del botín…. Estos son los casos de aquellos cuya educación y malos ejemplos encaminaron hacia la búsqueda del éxito egoísta, aislados de la realidad y que forman parte de una sociedad a la que le deben de aportar algo útil, siendo generosos.
Por todo ello, necesitamos hacer un alto en el camino, revisar nuestras creencias, ampliando horizontes de comprensión con el estudio de las grandes leyes universales, razonando por nosotros mismos; buscando un sentido de la vida que nos llene de verdad, que nos genere entusiasmo, ganas de luchar y compartir, tornando ese vacío existencial en alegría, en felicidad.
Ha sido esa nuestra humilde pretensión, generar con estos artículos una cierta inquietud de búsqueda, de reflexión para plantearse otras posturas, otras formas de ver la vida.
Vivimos momentos cruciales para la humanidad. Por una parte, el triste espectáculo de las migraciones masivas hacia el viejo continente buscando paz y prosperidad, convirtiendo el mar con su travesía en pateras, en un gran cementerio de personas, incluidas mujeres, ancianos y niños, huyendo del horror de las guerras. Por otro lado, el cada vez mayor índice de suicidios, en un gran porcentaje por jóvenes y adolescentes. Las crisis económicas, políticas y sociales que complican el futuro y la convivencia, dejándose por el camino, la sensatez y la solidaridad entre los pueblos; levantando muros donde otrora se derrumbaron. Todo ello nos muestra un escenario muy complicado, lleno de sufrimiento, donde muchas veces, la parte emocional, los sentimientos, la sensibilidad humana tiene que hacer un esfuerzo importante para admitir una realidad que es consecuencia de los momentos especiales que nos ha tocado vivir. Aún, incluso, conociendo las leyes espirituales y su mecánica muy justa.
Para concluir diremos que, es la hora del amor, de la comprensión, haciendo visible el principio espiritual, la exhortación del Espíritu de la Verdad que nos pide lo siguiente: “AMAROS, esta es la primera enseñanza, INSTRUIROS, esta es la segunda”.
Efectivamente, el amor y la instrucción son las palancas esenciales de transformación, son los dos pilares que nos han de aportar el consuelo y la esperanza, la certeza en un futuro mejor, una vez se hayan completado las experiencias y situaciones que los actualmente encarnados en este viejo mundo nos ha tocado vivir.
Reflexiones Finales por: José M. Meseguer
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