AUTORIDAD MORAL

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Autoridad moral

El Papa Juan XXIII habló sobre la autoridad moral de la siguiente forma: «La autoridad que se funda tan sólo o principalmente en la amenaza o en el temor de las penas o en la promesa de premios, no mueve eficazmente al hombre en la prosecución del bien común; y aún cuando lo hiciere, no sería ello conforme a la dignidad de la persona humana, es decir de seres libres y racionales. La autoridad es sobre todo una fuerza moral; por eso los gobernantes deben de apelar, en primer lugar, a la conciencia, o sea, al deber que cada cual tiene de aportar voluntariamente su contribución al bien común de todos.»

La experiencia unida a los valores morales otorgan a algunas personas un respeto y reconocimiento que podríamos denominar como autoridad moral. Es sobre todo, la coherencia entre el hacer y el ser, entre lo que dicen y hacen.

La autoridad moral como tal no se puede imponer con decretos, normas, jerarquías establecidas; es algo muy distinto y que surge por el trabajo constante y disciplinado de aquellos que persiguen un ideal a través del bien común.

Dicha autoridad no gira sobre si mismo, ni es personalista. No impone sus ideas, no se ensoberbece. Invita a los otros a desarrollar sus valores, a manifestarse porque los considera tan válidos como el.

Son la proyección viviente de unos objetivos, de unos ideales que merecen ser conseguidos con esfuerzo, dedicación, sacrificio, entrega. Son también un ejemplo vivo, lleno de entusiasmo pese a las dificultades; poniéndose delante cuando es necesario, para abrir paso y facilitar el camino a los demás.

Transmiten seguridad, optimismo y confianza. Las personas que les rodean se sienten valoradas, queridas, porque en un gesto de humildad no se sienten superiores, y además consideran que todos están capacitados para aportar algo valioso para el conjunto.

Son la manifestación del verdadero liderazgo, de aquel que no se impone ni arrastra a los demás, sin embargo inspira y estimula a las buenas acciones, a los nobles ideales, a sacar lo mejor de cada uno.

(*)Robert Wong, director general de una gran empresa de empleo para ejecutivos  clasificaba a los líderes de la siguiente manera:

1.- Los que mandan y quieren ser obedecidos: son los líderes mediocres.

2.- Los que explican y vuelven a explicar todas las veces que sean necesarias, hasta que sus subordinados entiendan; son los buenos líderes.

3.- Los que demuestran con sus propios actos lo que desean que sus subordinados hagan; son los grandes líderes.

4.- Los que, por su autoridad intelectual y moral, “inspiran” a los que están bajo su mando; ¡esos son los líderes supremos!

La sociedad de hoy día está muy necesitada de una orientación, de un rumbo lleno de esperanza que genere ilusión. La crisis de valores y de ideales solapa este tipo de ejemplos donde poder reflejarse e inspirarse. La enorme confusión consecuencia de la falta de un rumbo superior y de que otras vías, tanto religiosas como políticas están ya agotadas, generan una desconfianza y escepticismo  generalizado, con la excepción de algunas minorías que se dejan seducir por charlatanes astutos y oportunistas, revistiendo su pequeñez en grandilocuencias vanas, en mensajes extremistas, poco conectadas con la realidad.

Por otra parte, el haber conocido alguna persona con estas características nobles y elevadas es una bendición pero al mismo tiempo una responsabilidad. Se encuentran en todas partes, trabajando discretamente, sin hacer ruido. Son como un perfume o una bella nota musical que renueva interiormente a quienes les rodean, estimulando a ser mejores y a centrar los objetivos reales de la vida.

Ejemplos notables hemos tenido a lo largo de la historia. El más claro exponente es el Maestro Jesús. Fue y es un modelo completo en todas las facetas espirituales. Convivió con toda clase de gentes; soporto la ignorancia, la maldad, la incomprensión e ingratitud. Tuvo que pagar sin merecerlo el precio del amor a través del sacrificio en un mundo muy atrasado, de la categoría de  expiación y prueba. La piedad y la misericordia que sentía por todos le hizo más soportable su tránsito por la Tierra.

Los intereses mundanos tergiversaron su mensaje, la noche de los tiempos ocultó su luz; tan solo algunos audaces y valientes trataron de revivir su mensaje de amor y de paz, pagando su osadía incluso con la muerte. Cabe recordar a Francisco y Clara de Asís, Teresa de Ávila, a Juan Huss, entre otros.

En lo que respecta a los grupos espirituales, en algunos casos son fundados y promovidos por personas de una cierta autoridad moral, dejando su impronta, sus sacrificios y trabajo para que la semilla germine y pueda dar cobijo y claridad a un gran número de personas.

En base a una comprensión inspirada y promovida por lo Alto, trabajan para que ese pequeño foco de luz se expanda. Marcando unas directrices, un rumbo. Empero los años transcurren y estos promotores del esclarecimiento y del bien no viven físicamente para siempre. Llega el momento del relevo, incluso en vida, cuando las fuerzas y el deterioro físico no permiten mantener actividad alguna.

En ese momento vienen los cambios naturales, la recogida del “testigo” por sus compañeros para continuar la labor. En algunos casos, cuando la tarea del fundador o fundadores ha sido muy relevante, resulta muy difícil sustituirlos. Es a partir de ese momento cuando pueden surgir las dificultades, una cierta discusión entre los miembros del grupo sobre las directrices, las interpretaciones sobre los postulados originales o la conveniencia de aceptar o no innovaciones, los cambios que aporten algo positivo pero que no desvíen de los ideales originales que motivaron la creación de dicho grupo.

Por desgracia muchos grupos con el paso del tiempo se desorientan, se fanatizan e incluso llegan a desaparecer. Ciertamente hace falta mucho discernimiento, buena voluntad, mano izquierda, comprensión pero también una cierta firmeza para conseguir un equilibrio que les permita seguir creciendo, pese a la “gran ausencia”.

Es como el niño que se hace adulto y ya no necesita que lo lleven de la mano. Es otra etapa natural y necesaria en el crecimiento del ser. Caminar por sí mismos, arriesgarse a tomar sus propias decisiones sin temer al error.

La tarea consiste en comprender que tenemos muchas limitaciones y que nos necesitamos los unos a los otros, con humildad, con respeto y vocación de servicio. Podemos beber de la fuente de esas mentes preclaras, de su contribución y trabajo, pero nuestro camino es personal e intransferible. Apoyarse los unos en los otros será la clave para afrontar los retos que el destino nos tenga guardados.

Persistir en la labor de superación moral y espiritual sin decaer, manteniendo la fe y la ilusión, es uno de los desafíos más grandes del ser humano, del espíritu en evolución; ya que el desgaste, las pruebas y los sinsabores unidos a nuestra fragilidad moral, nos pueden hacer caer en los precipicios del desánimo o de la rebeldía, desviando la atención hacia otras cosas materiales más sugestivas, o generándose uno mismo obligaciones familiares donde no las había, como un pretexto, muchas veces inconsciente, para desviarse de la batalla, de la gran lucha. En dichos casos la tarea quedara inconclusa, pendiente para otra nueva oportunidad, seguramente en otra vida, cuando el espíritu haya recapacitado y comprenda la necesidad del trabajo que rechazó y no quiso realizar.

Aceptemos como modelo al inigualable Rabí recordando sus famosas palabras: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

 

Jose M. Meseguer

©2016, Amor, Paz y Caridad

 

(*) Web: Momento espirita; “Verdadero liderazgo”.

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