OLVIDO DE VÍCTIMAS Y VERDUGOS

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Olvido de víctimas y verdugos

Cuando vivimos encarnados, nuestra alma no recuerda conscientemente lo que hizo ni lo que fue en otras vidas. Algunos argumentan que esto es un punto en contra de la reencarnación, pues según ellos todo sería más fácil si pudiéramos recordar de dónde venimos y qué hicimos. Nada más lejos de la coherencia y la realidad que este argumento.

La soberbia del hombre, que cree saberlo todo, intenta responder los interrogantes del alma humana sin contar con la sabiduría de aquel que la ha creado. Dios ha colocado unas leyes que rigen el proceso y trayectoria del alma hacia su plenitud y perfección (ley de evolución, de reencarnación, de consecuencias o causa y efecto, etc.); y precisamente estas leyes impiden al alma humana recordar sus actos del pasado en este estadio evolutivo en el que nos encontramos, porque sería enormemente perjudicial para nuestro avance.

En etapas posteriores, cuando el espíritu alcanza un grado de conciencia superior la maldad ya no anida en él, y aunque todavía no ha alcanzado la perfección, ya le está permitido el conocimiento de aquello que fue y los motivos que condicionan sus reencarnaciones en mundos superiores. Pero nuestra humanidad es todavía una escuela de infantes espirituales. Estamos apenas comenzando el recorrido que nuestra alma precisa. Hace muy poco, algunos cientos de años, que acabamos de salir del primitivismo de los instintos, la violencia, de las actitudes inconscientes que nos hacen dañarnos a nosotros mismos y los demás.

Esto es motivo más que suficiente para que esas leyes que rigen de forma perfecta el desarrollo del alma inmortal, equilibren las necesidades espirituales de los espíritus que encarnan en un determinado planeta, en función del nivel de evolución que poseen los habitantes de ese mundo. 

Si observamos a nuestro alrededor comprenderemos que, aunque el planeta Tierra ha progresado enormemente en ciencia, tecnología y conocimiento, en el apartado moral una gran cantidad de espíritus se encuentran estancados en el primitivismo de eras pretéritas, lo que les condiciona hacia actitudes de violencia, codicia, avaricia, egoísmo y materialismo profundo, impidiéndoles reconocer sus propios errores y viviendo únicamente para satisfacer sus instintos primitivos sin preocuparse del daño que causan a otros con su actitud.

Imaginemos pues que nuestros errores y acciones delictuosas del pasado, así como las de todos los habitantes del planeta estuvieran al alcance del conocimiento de todos. Encontraríamos a una mayoría incapaz de perdonar las vejaciones sufridas, comenzando una espiral de odio y violencia inigualable que nacería en primer lugar en las propias familias. Siendo precisamente en el entorno familiar donde las leyes espirituales aprovechan los lazos consanguíneos de la reencarnación (padre, hijos, madres, abuelos, etc.) para pulir sentimientos de odio y de rencor que nacieron entre esos espíritus en el pasado y sustituirlos por otros de afecto mutuo que los vínculos familiares suelen facilitar.

El olvido del pasado es así una bendición, una dádiva que Dios concede al alma humana en sus primeras etapas evolutivas para que, en la ignorancia de su procedencia delictuosa, tenga la oportunidad de partir de cero, reconstruyendo afectos donde había odio, reconciliando enemigos, ayudando así a la evolución del alma de todos.

Este desconocimiento de quienes fueron víctimas y verdugos suele ayudar, y con ello nuestra alma tiene las fuerzas necesarias para cambiar sus actitudes, para regenerar sus sentimientos innobles o rencorosos por otros de amistad y perdón.

La ignorancia de lo que hicimos es importante para no condicionar nuestro presente ni nuestro futuro. Algunos, con un pasado criminal importante, serían incapaces de regenerar su alma, acosados por el remordimiento o el hostigamiento de aquellos que fueron sus víctimas, al reconocerlos de inmediato en la Tierra. 

¿Fuimos víctimas o verdugos? Si fuimos víctimas y somos capaces de perdonar, sin duda nuestra alma se eleva, crece, se libera, se llena de luz y sube un peldaño extraordinario en la escalera de su propia sublimación. Si fuimos verdugos, necesitamos del perdón, reconociendo con anterioridad nuestra falta, arrepintiéndonos e intentando repararla en todo lo que nos sea posible.

Nadie está libre del error, y todos necesitamos ser perdonados, pues con toda  seguridad, directa o indirectamente, consciente o inconscientemente, nuestros actos, nuestros pensamientos o sentimientos, en definitiva nuestras almas, cometieron errores que perjudicaron a otros y por los que debemos dar cuenta, rectificar y pedir perdón, demandando así también el perdón de los demás.

Sin duda, casi todos hemos sido víctimas y también verdugos. Esta lección, aunque pueda parecernos incomprensible en el momento actual, pues no nos reconocemos a nosotros mismos con esas tendencias, es fruto de nuestra imperfección, y las venimos arrastrando desde épocas pretéritas.

Así pues, el dicho de Jesús a los fariseos respecto a la mujer adúltera :»el que esté libre de pecado que lance la primera piedra», es real, auténtico, y todos necesitamos del perdón, aunque ahora mismo en el momento que vivimos no veamos necesidad de ello.

Nuestra alma, en su recorrido inmortal, sabe y conoce perfectamente nuestra propia trayectoria, siendo consciente de sus errores cuando recupera la lucidez después de una existencia en la carne. Y allí, en plena claridad espiritual, comprende con nitidez la necesidad del perdón para todos los seres que, aun imperfectos, necesitamos nuevas oportunidades de progreso. 

Incorporar la indulgencia, la compasión, el perdón y la misericordia al acervo espiritual de nuestra alma es una tarea que a todos nos compete. Y esta es una de las mayores caridades que podemos hacer a los demás y a nosotros mismos. 

Una caridad basada en el amor al prójimo y a nosotros mismos, a fin de evitar ya, de una vez para siempre, convertirnos en verdugos de nadie nunca más, ni por acción ni omisión, impidiendo así que nuestra alma caiga en las perturbaciones y entorpecimientos de la venganza a pesar del olvido del pasado.

Olvido de víctimas y verdugos por: Antonio Lledó Flor

©2018, Amor, Paz y Caridad

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