NOVEL

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(El Espíritu se dirige al médium, que le había conocido en su vida – El Havre, marzo de 1.863) 
 
«Voy a contarte lo que he sufrido al morir. Mi Espíritu, retenido a mi cuerpo por lazos materiales, tuvo gran trabajo en desprenderse de él, lo cual fue una primera y ruda agonía. La vida que dejé a los veinticuatro años era todavía tan fuerte en mí, que no creía en su pérdida. Buscaba mi cuerpo y estaba admirado y espantado de verme perdido en medio de esa multitud de sombras. En fin, la
conciencia de mi estado y la revelación de las faltas que había cometido en todas mis encarnaciones se me presentaron de repente; una luz implacable iluminó los más secretos pliegues de mi alma, que se sintió desnuda, y después sobrecogida por una vergüenza abrumadora. Trataba de escaparme de ella, interesándome en los objetos nuevos, aunque conocidos, que me rodeaban; los Espíritus radiantes, flotando en el éter, me daban la idea de una dicha a la cual no podía aspirar; formas sombrías y desoladas, las unas sumergidas en una triste desesperación, las otras irónicas o furiosas se deslizaban a mi alrededor, y sobre la tierra a la cual permanecía adherido. Veía agitarse a los humanos, cuya ignorancia envidiaba; un orden de sensaciones desconocidas o vueltas a encontrar me invadieron a la vez; arrastrado como por una fuerza irresistible, procurando huir de este dolor encarnizado, salvaba las distancias, los elementos, los obstáculos materiales, sin que las hermosuras de la naturaleza ni los esplendores celestes pudiesen calmar un instante la amargura de mi conciencia ni el espanto que me causaba la revelación de la eternidad. Un mortal puede presentir los tormentos materiales por los temblores de la carne; pero vuestros frágiles dolores, endulzados por la esperanza, templados por las distracciones, muertos por el olvido, no podrán jamás haceros comprender las angustias de un alma que sufre sin tregua, sin esperanza, sin arrepentimiento. He pasado un tiempo del cual no puedo apreciar la duración, envidiando a los elegidos cuyo esplendor entreveía, detestando a los malos Espíritus que me perseguían con sus burlas, menospreciando a los humanos de quienes veía las torpezas, pasando de un profundo abatimiento a una rebelión insensata. 
 
  En fin, tú me has llamado, y por primera vez un sentimiento dulce y tierno me calmó; he orado; y Dios, oyéndome, se me ha revelado por su clemencia como se me había revelado por su justicia. 
 
NOVEL 
 
 
 
 
 
Extraído del libro «El Cielo y el Infierno o la Justicia Divina» de Allan Kardec.


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