Como hemos comentado en otras ocasiones, cada existencia física nos aporta la posibilidad de realizar un programa espiritual establecido antes de venir al mundo. Una vez encarnados se nos vela la memoria del pasado, y comienza a actuar automáticamente la conciencia, esa voz interior que es la que nos dicta la diferencia entre el bien y el mal.
Al mismo tiempo, a muchísimas personas les surge la inquietud interna que les impulsa a buscar, a indagar él porqué y para qué estamos aquí. Recibimos en nuestra infancia y juventud una educación religiosa, en cada país es distinta, con unas peculiaridades propias. Según las religiones, escuelas y distintas creencias que se profesen, recibimos unas enseñanzas con un trasfondo que fue el que nos legaron los grandes avatares de la Humanidad: Jesús, Buda, Mahoma, Krishna, etc., con sus distintas idiosincrasias, pero con un denominador común: el Amor. Un código moral que nos indica por donde debemos caminar, y también aquello que nos perjudica. En definitiva, un sistema ético-moral, de normas de conducta y de creencias, más o menos perfectas, para que la convivencia con el prójimo sea lo más fraterna posible.
Sin embargo, observamos que la realidad práctica no es así, a nuestro alrededor se suceden las guerras, los odios, las disensiones, etc., y comprobamos que los resultados y actuaciones difieren mucho de lo que esos grandes maestros nos legaron con su ejemplo. De ahí que Jesús, conocedor del atraso evolutivo de esta humanidad nos hablara de «Muchos son los llamados y pocos los escogidos»; porque «la puerta es estrecha», es decir, el camino espiritual exige sacrificios, renuncias y trabajo constante por mejorar y eliminar poco a poco todo lo que estorba: defectos, debilidades, vicios, etc…
Evidentemente no todo el mundo está dispuesto a realizar tan encomiable tarea. Algo que por medio del amor o por el dolor tendremos que asimilar más pronto o más tarde, cuando las leyes divinas, sobre todo la ley de consecuencias o ley de causa y efecto se ven en la obligación de actuar para rescatar del estancamiento y del grado de endeudamiento a muchos distraídos. O dicho de otro modo, para quienes no desean el progreso y la evolución. En los postreros tiempos, es el crujir de dientes a que hace mención el Maestro.
Muchos son los convocados para ese gran festín de bodas, como hace mención la parábola que alegóricamente se refiere, entre otras cosas, a los de la derecha y la izquierda; sobre todo a quienes pueden ser los elegidos para vivir en una paz definitiva sobre la Tierra, con otras aspiraciones más nobles, en una sociedad donde primarán sobre todo los valores superiores y los mecanismos para potenciarlos al máximo. Es el cambio de ciclo en el que estamos inmersos actualmente. Ya no hay marcha atrás, el progreso en todos los ámbitos siguen su curso, y en base al libre albedrío, cada quien deberá decidir si quiere o no quiere encajar en el nuevo modelo de sociedad que se está fraguando. Como es lógico, dicho proceso se está efectuando en primer término en los planos espirituales próximos a la Tierra desde hace bastantes décadas, para posteriormente y como consecuencia trasladarse al plano físico, que es en el que nos movemos actualmente. Las señales ya se dejan de notar en todos los ámbitos, por ejemplo, el cambio climático y sus consecuencias, las agitaciones sociales producto de la falta de valores, están abriendo un surco importante entre las actitudes positivas de unos y las negativas de otros.
La doctrina espirita, con su gran aporte filosófico, científico, de inevitables consecuencias morales, invariablemente ha de jugar un gran papel en el escenario mundial. Es cuestión de tiempo que estas ideas renovadoras, que no son, ni más ni menos que la ampliación de conceptos mal comprendidos de la moral de Jesús, rescata ideas fundamentales, como por ejemplo, la ley de renacimientos o reencarnación, para sustraernos de la ignorancia espiritual y de un sinsentido respecto a los objetivos en la vida, el origen y destino del ser humano. Transmutando la fe dogmática en una fe razonada, pasando de las creencias a las convicciones. En consecuencia, el espiritismo juega un papel determinante como continuador de la obra de Cristo, nos ofrece con mayor amplitud los elementos necesarios para ser más conscientes de la realidad espiritual y lo que nos espera una vez abandonemos el cuerpo físico.
En definitiva, no se puede alegar ignorancia cuando el conocimiento espiritual se va extendiendo en sus múltiples manifestaciones. Disponemos de medios tecnológicos como jamás habíamos tenido, facilitándonos la información. Sin embargo, a unos les inspira indiferencia, en otros posponiendo la tarea para mañana, y otros en fin, comprendiendo el sentido del mensaje y la urgencia para ajustarse lo antes posible a un comportamiento que nos armonice con las leyes espirituales y el progreso consciente.
Actualmente, con cada día que pasa podemos estar perdiendo una oportunidad de oro. Nos encontramos ante la “gran convocatoria» que se inició hace dos mil años y que evidentemente ha ido evolucionando con el progreso del pensamiento humano. Sin embargo dicha convocatoria tiene un límite que sólo Dios lo sabe, y que en su momento, no muy lejano, tendrá que ajustar las cuentas de nuestros resultados, determinando por ley. Es decir, cuál es el lugar que nos corresponde, si merecemos formar parte de los elegidos, o por el contrario, tener que reanudar la tarea presumiblemente en peores condiciones de las que nos podamos encontrar actualmente.
Existe más responsabilidad para el que más se le ha dado, para el que es más consciente de su realidad espiritual, y sobretodo comprende las consecuencias de sus actos, en este caso la falta es más grave que en aquellas personas en las que predomina más la ligereza y la ignorancia.
“Los que dicen: ¡Señor! ¡Señor! No entrarán todos en el reino de los cielos; pero sólo entrará aquel que hace la voluntad del Padre que está en los Cielos. Muchos me dirán en aquel día: ¿No profetizamos en tu nombre? ¿No expulsamos los demonios en tu nombre y no hicimos muchos milagros en tu nombre? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.” (San Mateo, cap. VII, v. 21, 22 y 23)
Observamos en este pasaje, otro aspecto muy importante de la “Gran Convocatoria Espiritual”. Las apariencias humanas, aun revestidas de prodigios y manifestaciones que puedan resultar llamativas, no significan pureza de corazón ni tampoco entendimiento real y sincero. Hemos de desconfiar de las falsas apariencias. Podemos engañarnos a nosotros mismos pero no a quien se lo debemos todo. Un mal árbol no puede dar buenos frutos, y por tanto, debemos pensar por nosotros mismos, no dejarnos arrastrar por falsos gurús o médiums mixtificadores. La verdad es simple y sencilla, lo cual no es óbice para que sea profunda. Tenemos el ejemplo de las palabras del Maestro, de la nitidez de su mensaje, hablándonos con parábolas para hacerse más entendible. Tergiversado por los intereses religiosos y políticos de otras épocas, que todavía perduran hoy día.
En el ámbito espirita también existen riesgos, la naturaleza humana juega malas pasadas a los incautos y a quienes no han incorporado de una manera real y efectiva la doctrina y su mensaje renovador a sus vidas. Son los que se podrían denominar “espiritas intelectuales”; aquellos que conocen casi a la perfección la doctrina en sus postulados teóricos, pero apenas le dedican tiempo a cultivar el espíritu, a la expresión de los sentimientos, al desarrollo de ese amor espiritual que sea capaz de anular o aminorar los egos, los personalismos, teniendo en cuenta al prójimo de una forma preferente pero no con miras exclusivamente teóricas. ¡Qué mayor divulgación que el ejemplo, el trato cálido y amable sobre las personas que acuden a pedirnos ayuda! Dando preferencia al corazón sobre la razón.
Por tanto, no nos engañemos ni engañemos a otros. Se nos abren ante nuestros ojos un amplio abanico de posibilidades, aprovechémoslas porque el tiempo apremia. Reflexionemos sobre ello, puesto que el esfuerzo de hoy nos traerá consecuencias muy positivas en un próximo mañana.
José Manuel Meseguer
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