Si hay algo de cierto en la «realidad» que a todos nos toca vivir es que lo único de lo que no podemos dudar es de nuestra propia existencia; pues como bien decía Descartes en el siglo XVII: «pienso, luego existo». A partir de aquí, todos aquellos factores que percibimos como realidad pueden ser subjetivos, pero no por ello inexistentes.
La capacidad de observación y la experiencia son las claves que permiten al ser humano comprender su entorno y todo aquello que forma parte de su vida, y, aunque como decía Nietzche: «no existen hechos, sino interpretaciones», el ser humano observa la realidad, y comprueba por sí mismo, cómo se ve afectado por los cambios y las condiciones que le afectan y se producen a su alrededor. Si todo lo sustentamos desde el punto de vista del relativismo, comenzaremos por negar hasta nuestra propia existencia, algo bastante alienante, pues no podremos dar explicación alguna de lo que somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Partiendo pues de nuestra propia percepción, y como bien definen los científicos innovadores de la conciencia y la mente humana: «sólo hay dos cosas inmateriales que existen por sí mismas: el pensamiento y las matemáticas». A lo que habría que añadir un tercer aspecto como la emoción. El pensamiento y la emoción han sido objeto de controversia entre psicólogos, psiquiatras y neurólogos aún hoy en día. Unos afirman que el primero precede a la emoción, otros, que es resultante de la misma.
El orígen de ambos, pensamiento y emoción era situado por los psiconeurólogos en el cerebro. Pero esta afirmación ya ha sido refutada por los últimos experimentos realizados por el eminente neurocientífico Richard Davidson; quién en su laboratorio de neurociencia afectiva de la Universidad de Wisconsin analiza el cerebro con las últimas tecnologías al alcance de muy pocos, las RMNF(1) y los valores de las EEG(2), esto le permite detectar con la precisión de milésimas de segundo, los cambios y modificaciones neuronales que se producen en el cerebro y en qué área se ubican dentro del mismo en relación a los procesos cognitivos originados por la mente.
Esta investigación fue la consecuencia de la pregunta que le realizó el Dalai Lama a su laboratorio durante un proyecto de investigación acerca de la meditación y el poder de la mente. La pregunta fue la siguiente: ¿Puede vd. afirmar con total seguridad que, antes de que se produzca un cambio en el cerebro, se ha producido un pensamiento?
Todo pues encamina a la ciencia de la mente, el cerebro y la conciencia a converger en el hecho de que el cerebro es el órgano receptor de los pensamientos, pero no el que da origen a los mismos; situando este en la mente del ser humano y en su capacidad de cambio y transformación. Este mismo investigador, ha podido demostrar la plasticidad cerebral, desterrando el mito de que al nacer tenemos ya el equipamiento neuronal necesario; antes al contrario, el cerebro adapta su capacidad neuronal, se transforma y constantemente mueren y nacen nuevas neuronas y nuevas sinápsis neuronales que conectan nuestras células cerebrales en función de nuestra actividad mental.
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«La experiencia y el aprendizaje modifican nuestro cerebro. La neurología no puede confirmar que nuestra conciencia se encuentra circunscrita a nuestro cerebro»
Daniel Góleman – Autor del Bet seller «Inteligencia Emocional»
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Entre otros descubrimientos de apenas un lustro, los fundamentos cerebrales del pensamiento y las emociones ya pueden ser catalogados con enorme precisión en cuanto a su aparición y funcionamiento en el cerebro.
A cada avance que se opera en neurología, psiquiatría o psicología transpersonal, la existencia en el hombre de una conciencia, mente, psique o alma, se muestra más patente, más evidente, como motor del auténtico ser pensante, como verdadero inductor de los procesos cognitivos, afectivos, emocionales y de todo tipo que dan como resultado la aparición del pensamiento y sus aparentes efectos en el cerebro humano. Este último aparece como el receptor, modificador, reparador y organizador del «impulso» que la mente humana le transmite.
Si a esto mismo le añadimos las últimas investigaciones sobre la conciencia humana, que la sitúan fuera del órgano cerebral, nos encontramos con una parte psíquica del ser humano con existencia y naturaleza propia lejos del armazón que constituyen los tejidos, los órganos y los elementos del cuerpo físico.
Podemos afirmar pues que la conciencia y la mente son independientes de la parte biológica, pero su actividad (pensamientos y emociones) se plasman, se activan y se desarrollan en el cerebro. El alma se demuestra en este caso unida al ser humano. Pero posteriormente a esta unión, cuando los lazos del cuerpo se rompen, al ser un self independiente, poseedor de existencia propia, trasciende al cuerpo físico y sigue desarrollando su actividad en otros planos desconocidos para la ciencia actual, pero no así para la ciencia del espíritu.
Es pues la realidad del alma la que viene en nuestro auxilio. «Me han acusado de defensor del alma; no fui yo sino Dios mismo quien la defendió» Karl Gustav Jung.
Si profundizamos en el psicoanálisis o la psiquiatría, observamos como desde hace dos décadas el concepto de enfermedad mental está cambiando; anteriormente se definían como «estados alterados de conciencia» hoy; bajo el concepto de Jung, se sigue experimentando sobre fenómenos y trastornos espirituales o místicos cómo el origen de enfermedades como la esquizofrenia, la epilepsia, las neurosis, etc..
Tanto es así que hasta el propio Stanislav Groff, impulsor de la psicología transpersonal (*) ha logrado modificar el concepto, y, cambiando sólo una palabra de su sitio, acuña el término de «estados de conciencia alterada» para definir el trance, las esquizofrenias, y otras patologías mentales cuyo origen lo sitúa en el campo trascendente del ser humano, en sus traumas infantiles o de existencias anteriores y en la conciencia de culpa originada en el pasado del paciente, concretamente, en una vida anterior, en su infancia o vida intrauterina, e incluso en los fenómenos obsesivos y de orden mediúmnico.
La respuesta a la incógnita de la mente y la conciencia es sencilla y a la vez profunda. Una vez que la ciencia ha desvinculado estos dos aspectos de la parte biológica en cuanto a su origen; la personalización del ser consciente tiene indefectiblemente una realidad propia, inmaterial, o espiritual, según queramos denominarla.
De aquí a afirmar que nuestra conciencia es un principio espiritual no existe diferencia alguna, y como tal hay que dar por válidas las concepciones que nos hablan del principio inteligente=mente, el subconsciente=conciencia o el alma. Y el «self» inmortal, conciencia o mente superior que es denominado también como espíritu.
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«El cuerpo humano es el carruaje; el yo, el hombre que lo conduce; el pensamiento son las riendas, y los sentimientos los caballos.»
Platón (400 a.c.) Filósofo Griego
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Un espíritu que trasciende las vidas físicas para manifestar, con distintas personalidades, una misma individualidad a lo largo del tiempo y el espacio; por ello mismo además de inmaterial es inmortal, pues para este ser no existe el tiempo ni el espacio, al estar constituido en su propia esencia de la misma fuerza que las estrellas, los universos, la energía y la propia vida.
Su esencia es consciencia, y su destino la plenitud y la felicidad para la que la que es creado, asumiendo experiencia tras experiencia la grandeza de su propia individualidad, hasta llegar a la auto iluminación que le conduce, después de miles de años, a la perfección y la felicidad.
Mente, conciencia o espíritu, son tres denominaciones de una misma cosa: el principio inteligente creado por Dios a su imagen y semejanza en cuanto a inmortalidad y destino: la felicidad a través del progreso y el mérito individual.
Antonio Lledó Flor
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(*) «El espíritu es la base de la Psicología Transpersonal, conforme lo demuestra la ciencia espírita en las experiencias mediúmnicas» Divaldo Franco «El Ser Consciente»
(1) RMNF: Resonancia magnética Nuclear Funcional (Precisión Espacial)
(2) EEG computerizado (Velocidad mediante 256 sensores)