«La filosofía nos enseña que todas las propiedades del espíritu existen sólo mediante la libertad, que todas son simples medios para la libertad, que todas buscan y producen la libertad.»
Hegel- Filósofo alemán (1770-1831)
Libertad; preciosa palabra cuyo contenido y significado nos evoca lo mejor del ser humano: su capacidad de elegir, de decidir y de afrontar bajo el único sentido de su libre albedrío aquello que considera conveniente en cada momento.
El sentido de la libertad es inherente al ser humano, en toda su acepción, en su interior, desde que es hombre, su capacidad elegir y decidir por él mismo es el anhelo que guía sus pasos, a veces torpemente. Otras veces el ser humano se ve coartado por las estructuras sociales, políticas, religiosas, o culturales que limitan su capacidad de decidir por sí mismo (dictaduras políticas, tradiciones y costumbres ilógicas de tiempos ancestrales, creencias religiosas dogmáticas y castradoras, etc.)
Hay quien argumenta como paradigma de la libertad la necesidad de expresarse y poder hacerlo cómo, cuando y de la manera que quiera. Pero esto también puede convertirse en una falacia que rebase los derechos de los demás; pues de qué me sirve tener libertad de expresión si lo que expreso son infamias, ataques a la libertad de los otros o pensamientos egotistas e interesados sin beneficio más que para unos pocos.
La libertad de expresión es importante, pero lo es mucho más la libertad de pensamiento y de conciencia. La primera, porque me permite ser quien soy, expresar mi capacidad de razonamiento y elección, y la segunda porque mi intimidad, mi auténtico yo, se manifiesta a través de lo que mi conciencia me dicta, sin auto-engañarme, y en este punto nadie puede ni debe manipular mis decisiones.
«Mucha gente no puede ni emanciparse, es decir, no puede ni darse cuenta de la esclavitud en que le mantienen las ideas en medio de las cuales se ha educado.»
Samuel Butler (1835-1902) Novelista inglés.
Si entramos de lleno en el campo del conocimiento espiritual, observamos algunas cuestiones muy interesantes:
1.ª) La propia naturaleza de nuestro espíritu inmortal es eminentemente libre.
2.ª) La evolución espiritual nos conduce por el camino que nosotros mismos decidimos; al ser responsables ante las leyes divinas de nuestros propios actos y dueños de nuestro propio destino.
3.ª) A más evolución y progreso el respeto por la libertad de los demás es mayor.
4.ª) En la relación de los espíritus adelantados con aquellos que lo están menos, la primera observancia para los primeros es el libre albedrío de los segundos.
5.ª) La libertad espiritual se alcanza mediante la plenitud y la elevación moral. Mientras tanto, esta va conquistándose a medida que progresamos moralmente.
Analizando estas propuestas veremos que en la primera hacemos referencia al hecho de que Dios crea inmortal, sencillo, ignorante y libre al espíritu humano. Al ser de su propia naturaleza nos dota en germen (como la semilla) de sus propios atributos que deberemos desarrollar en el transcurso de nuestro camino evolutivo. Pero es indudable que nos pone en el camino y nos da libre albedrío para caminar; eso sí, haciéndonos responsables de nuestros propios actos.
Y aquí enlazamos con la segunda cuestión; al ser responsables ante las leyes divinas de nuestro proceder, tenemos que crecer y progresar aceptando nuestros errores y saldando los mismos mediante la rectificación oportuna que la ley de causa y efecto nos procura. Esta ley no es represiva, no es punitiva, no es coercitiva, no limita la libertad del espíritu encarnado y desencarnado, pero sí le obliga a resarcir aquello que se debe; y hay dos formas de enfrentar las deudas, por el amor o mediante el dolor.
Si libremente elegimos la primera de ellas, nuestra redención ante la ley se realiza antes y sin apenas sufrimiento; y si, a pesar de ello se produce, este se ve aliviado por las acciones de bien y de amor realizadas que suavizan enormemente la rectificación, amén de procurarnos la aceptación de la aflicción al haber aceptado plenamente que la causa del dolor ha sido sembrada por nosotros mismos.
Si optamos por no rectificar, el sufrimiento, el dolor y la aflicción hacen su aparición hasta que devolvemos bien por el mal cometido. Y aquí solemos pensar ¿y mi libertad?, pues nadie elige sufrir voluntariamente. Pues precisamente esa libertad viene limitada por nuestra negación a aceptar que somos la causa del dolor inflingido a otros y que la ley nos da oportunidades variadas, en diversas existencias para que, voluntariamente, elijamos el camino del amor y de la rectificación.
Sólo en caso de persistir en nuestra actitud negligente, egoísta y contraria a la justicia divina es cuando esta libertad se puede ver limitada durante un tiempo hasta que saldemos nuestra deuda. La ley es justa, el libre albedrío nos permite rectificar, está únicamente en nosotros la oportunidad de cambiar y evitar el sufrimiento futuro. Somos así los que, en base a nuestras actuaciones, construimos nuestro futuro: feliz o desdichado.
Aquí entrelazamos con la tercera apreciación; cuando comprendemos que nosotros queremos que nos respeten en nuestro libre albedrío, comenzamos a entender que hemos de respetar la libertad de los demás. Este hecho nos condiciona notablemente, pues no sólo hablamos en el aspecto espiritual, sino en el personal, familiar, social, de relación, etc.
Hay muchas personas a las que les cuesta entender y respetar la libertad de aquellos con los que conviven; piensan que las cosas deben hacerse tal y como ellos creen, e intentan imponer sus criterios de variadas formas; mediante chantaje emocional, económico, familiar, etc. Es más, a veces no se contentan únicamente con que hagan las cosas como ellos quieren, pretenden incluso que piensen como ellos, e intentan hacer valer su autoridad (padre, madre, jefe, lider, etc..) para obligar a esta circunstancia.
«La libertad de conciencia se entiende hoy día, no sólo como la libertad de creer lo que uno quiera, sino también de poder propagar esa creencia.»
Jonathan Swift (1667-1745) Político y escritor irlandés.
Nadie puede obligar a nadie a pensar como él; aunque los lazos que les unan sean fuertes y poderosos, basados incluso en el amor; amor posesivo y egoísta, que es el único que no respeta la libertad del otro.
El ejemplo a imitar es la manera y la forma en cómo se comportan los espíritus más adelantados respecto a su prójimo: siempre respetan la libertad del otro, y si acaso le observan equivocado se limitan a aconsejar
prudentemente, retirándose después para que la persona adopte la decisión que su propia libertad le indica.
Es más, a veces, incluso en el error, ni siquiera es conveniente advertir, pues en determinadas pruebas o circunstancias de la vida, los espíritus precisan de experiencias que han de vivir por sí mismos para aprender la lección que en otras oportunidades no entendieron y que necesitan imperiosamente comprender para su propio beneficio, a pesar incluso del dolor que conllevan estas circunstancias.
Bajo la observación de la eternidad evolutiva del espíritu inmortal, las experiencias dolorosas no son en absoluto gratuitas, son pruebas o expiaciones que debemos enfrentar y por ello, aflicciones puntuales sirven para crecer y progresar espiritualmente, saliendo fortalecidos de las mismas; más cuando estas son pasajeras, pues el tiempo de una vida es apenas un grano de arena en la infinitud de experiencias que ha de recorrer el espíritu en su camino hacia la plenitud.
«La verdadera libertad del hombre consiste en que halle el camino recto y en que ande por él sin vacilaciones.»
Thomas Carlyle – Historiador y Escritor británico (1795-1881)
Los espíritus superiores, conscientes de la realidad de la vida, de la eternidad y la inmortalidad, así como de la limitada y transitoria duración de las experiencias dolorosas, respetan enormemente el libre albedrío ante el enfrentamiento de las situaciones, intentando, eso sí, aliviar en lo posible el trance doloroso mediante sus oraciones por nosotros a lo alto, mediante el consuelo de pensamientos y sentimientos que nos fortifiquen mediante el amor que nos transmiten, pero respetando enormemente nuestras decisiones ante las circunstancias que se nos presentan.
Por ello, enlazando con la última de las propuestas enunciadas, mientras vamos saldando las deudas y creciendo espiritualmente en el amor a través de nuestra reforma moral, nuestra libertad espiritual se va ampliando. Tanto es así, que la propia ley nos permite ya, en determinados momentos, y ante nuestra buena voluntad de progreso, elegir nuestras propias pruebas antes de encarnar. Para ello hemos de haber alcanzado el mérito del arrepentimiento, la rectificación de nuestros errores y el deseo y buena voluntad de repararlos en la próxima oportunidad que se nos presente.
Es así como funciona la libertad espiritual; y con ella se amplia la libertad de pensamiento y de conciencia que podemos reclamar y solicitar en la vida física.
No obstante, si somos perspicaces nos daremos cuenta de que la libertad de pensamiento nadie nos la puede arrebatar si ejercemos nuestra capacidad de análisis y razonamiento; a no ser que nos dejemos llevar por otros, o seamos manipulados o dirigidos por creencias, modas, o circunstancias materiales que nuestros propios deseos nos imponen, exigiéndonos a cambio la renuncia a nuestra libertad personal de pensamiento y conciencia.
Cuando hacemos esto, nos convertimos en esclavos de nuestros propios deseos, y este es el error más grave que podemos cometer si queremos ser realmente libres y dueños de nuestras decisiones, pensamientos y acciones.
Antonio Lledó Flor
©2015, Amor, paz y caridad
¿Quién es libre? Sólo el que sabe dominar sus pasiones.
Horacio (65 AC-8 AC) Poeta latino.