En capítulos anteriores hacíamos referencia al origen del hombre y sus distintas interpretaciones en función de cual fuera el punto de vista de partida.
Detallábamos que la teoría evolucionista-darwiniana o la creacionista sostenida por las iglesias no estaban tan lejos unas de otras, al tener puntos en común que son unidos y aclarados por la explicación lógica y racional que nos ofrece la comprensión de la ley de evolución(*).
Lo incuestionable para todos es el hecho de que, sea cual fuere el origen del hombre y su aparición en la tierra, desde que este hecho se produce, la evolución es un hecho constatado científicamente y que este desarrollo viene dado de forma inexorable en todos los pueblos y civilizaciones de los que tenemos constancia a través de la historia y de la protohistoria.
La evolución del planeta y de su naturaleza ha corrido la misma suerte; y aunque pueda parecer en algunas cuestiones que existe una involución o deterioro por la acción del hombre sobre la naturaleza, lo cierto y verdad es que el ciclo de la vida sigue su curso, nadie puede pararlo, y si algunas especies desaparecen, otras surgen como nuevas formas de vida. En este último aspecto numerosos descubrimientos en microbiología, biotecnología, nanotecnología, y física (el origen de la materia: Bosón de Higgs) nos van descubriendo mundos y micro-universos de los que apenas teníamos constancia y que ahora aparecen tan reales y convencionales como los que podemos comprender y experimentar a simple vista.
La evolución es pues, un hecho incuestionable en todas las formas y elementos de la naturaleza, y por ende la especie de mayor preponderancia dentro del universo conocido: el hombre; no puede estar exento de esta inercia, de esta gran ley universal que a todos afecta y a todos nos impele.
La manera y el modo en que la ley evolutiva afecta al ser humano, está íntimamente relacionada y es inversamente proporcional, al grado evolutivo que el ser pensante va adquiriendo a través de las diversas experiencias por las que pasa; y a las que se ve sometido en las distintas vivencias que aprende en la multitud de vidas físicas por las que transita en la tierra a través de la reencarnación.
Como bien explicaba el gran filósofo incomprendido Jesús de Nazaret: En verdad te digo que para alcanzar el reino de los cielos te es preciso nacer de nuevo en agua y en espíritu. Evangelio según S. Juan Cap. III Vers. 7
El maestro de maestros explicaba la reencarnación a sus discípulos; pero también a los que no lo eran, como en este caso en el que se dirige a un doctor en la Ley de Moisés llamado Nicodemo. El “reino de los cielos” no es otra cosa que el fin del camino que ha de recorrer el espíritu a través de la ley de evolución para llegar a la plenitud. Una plenitud donde la perfección, la felicidad y el amor son las bases del espíritu puro al que todos estamos llamados.
La reencarnación no es más que el instrumento, del que se vale la ley de evolución, para proporcionar al ser humano las experiencias que necesita para alcanzar mayores capacidades, nuevas experiencias y un desarrollo integral como ser consciente; integrado en la obra divina y colaborador de la misma para beneficio de todos los seres que pueblan los universos y para el desarrollo de uno mismo en ese camino llamado “ley de evolución”
Así pues, cuando se comprende el auténtico sentido de la reencarnación, estamos ya en condiciones de entender cuáles son las etapas por las que hemos de pasar; cómo hemos de actuar, y de qué forma debemos prepararnos para avanzar en este camino más rápidamente, evitando los obstáculos, las recaídas y los estancamientos que con tanta frecuencia se producen en el crecimiento evolutivo del hombre.
También empezamos a tomar consciencia de nuestra auténtica realidad espiritual, de aquella parte de nosotros que, a imagen y semejanza de Dios, sobrevive a la muerte del mundo físico y que somos nosotros mismos.Nuestra auténtica realidad, que muy poco tiene que ver con nuestra forma física en una u otra existencia.
Esta compresión evolutiva de que somos seres eternos en un proceso imparable de evolución y destinados a la felicidad y la perfección, nos ofrece la oportunidad de analizar que en ese camino pasamos por muchas etapas. Distintos mundos físicos y en distintos planetas, siempre acorde a nuestro nivel evolutivo; también abre nuestra mente para entender que no estamos solos en el universo; ya que son multitud, millones, trillones los mundos habitados donde diferentes humanidades evolucionan, progresan y van alcanzando las capacidades y desarrollos necesarios propios del mundo que habitan.
Mundos primitivos, de expiación y prueba, de regeneración, mundos felices, mundos divinos. Son las etapas de obligado cumplimiento para el espíritu humano a las que sólo se accede por méritos propios, cuando se está en condiciones espirituales de alcanzarlas. Nuestro planeta tiene todavía un nivel evolutivo bajo, encontrándose en la etapa de un mundo de expiación y prueba donde los espíritus encarnan para rescatar deudas del pasado, a través del dolor o del amor, y donde se ponen a prueba en las diferentes capacidades que han de desarrollar para poder pasar a un mundo de regeneración; que como bien dice la palabra, regenera las capacidades del espíritu y le pone en la senda del bien para siempre; evitando las desigualdades, aceptando las leyes divinas como algo perteneciente a su propia naturaleza, a la vez que esforzándose por superar aquellas inclinaciones perniciosas de las que todavía quedan restos de etapas anteriores.
Nuestro mundo actual se encuentra en esa etapa de transición que pasan todos los planetas de un mundo de expiación a otro de regeneración. Se trata de una etapa convulsa y de grandes acontecimientos para las humanidades que la sufren; ya que en los mundos de expiación y prueba los espíritus no están seleccionados. Es más, los hay muy desarrollados y otros muy primitivos, este hecho hace que algunos no tengan intención de progresar y persistan en el mal y en la recreación de sus tendencias más negativas de odio, violencia, egoísmo, así como en las inclinaciones de su naturaleza inferior.
Las leyes que rigen la evolución no se ven afectadas por el factor tiempo sino por la justicia y el amor; parámetros absolutos que afectan al ser humano los entienda este o no. Así pues, en una etapa de transición como la que vive el planeta es precisa una selección de aquellos que por su “libre albedrío” han escogido el camino del bien y del progreso de aquellos otros que también en su “libre albedrío” han optado por lo contrario.
Por este motivo, la tierra, que pasa de un estadio evolutivo a otro superior como es un mundo de regeneración, no puede albergar ya espíritus de baja condición para su desarrollo. Este hecho, perfectamente planificado en la evolución de los planetas y que todos efectúan antes o después, supone varias cosas para la humanidad que puebla este planeta. En primer lugar, los espíritus no preparados para formar parte de la nueva humanidad serán desalojados paulatinamente del planeta.
Este desalojo se está produciendo ya en las esferas espirituales que rodean la tierra y desde donde están siendo trasladados, contra su voluntad, multitud de espíritus de muy baja evolución que son llevados a un planeta inferior, tal y como estaba la tierra hace millones de años. Un mundo primitivo donde tendrán la oportunidad de progresar para corregir aquellas actitudes contrarias a la ley de evolución y a la ley del amor.
Allí serán los primeros de la clase, ayudarán a otros espíritus recién comenzados en la senda del progreso y recordarán con vívida intuición y nostalgia la oportunidad perdida, al haber vivido en mundos más evolucionados del que habitan. Es el “rechinar de dientes” del que habla la biblia.
Pero la inconmensurable misericordia divina les ofrecerá la oportunidad de su redención ayudando a otros más atrasados, aportando sus cualidades intelectuales, los conocimientos y avances de un mundo superior que ya conocieron porque vivieron en él. Serán los avanzados de la época, aquellos que, si se encaminan por el camino recto, pronto regresaran a su auténtica patria espiritual: el planeta del que nunca debieron partir.
Con este pequeño ejemplo, del cambio de etapa de un planeta a otro, podemos hacernos una idea de lo que espera al espíritu humano en su avance evolutivo. Felicidad y perfección son el objeto del plan divino cuando el hombre es creado pero aquí no existen privilegios ni prebendas.
Sólo el mérito, sólo el esfuerzo por avanzar en el amor y en la corrección de nuestras debilidades e imperfecciones nos eleva y nos acerca al autentico objetivo del hombre en la tierra: el progreso espiritual.
A.LL.F.
© Grupo Villena 2012
(*) Evolución en su acepción espiritual