JUSTICIA SOCIAL

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  Entre las distintas miserias que caracterizan la degeneración social que se vive en muchos países y lugares del planeta, la demanda de Justicia Social, es un clamor de millones de personas en todo el mundo.
 
  La impunidad de las clases elitistas, políticas y financieras, la magnitud de la corrupción incardinada en multitud de instituciones y estamentos de la sociedad que deberían ser impermeables a ese cáncer e incluso la connivencia de los poderes con las grandes mafias del crimen, no hacen sino poner de manifiesto el momento de suma complejidad que la humanidad vive actualmente.
 
  Es la prueba evidente del preludio de una catarsis que acabará sin duda alguna, con los sistemas políticos y económicos que conocemos actualmente y que derivarán en otras concepciones de organización y estructura social.
 
  Este análisis no sorprende en absoluto a aquellos que, con conocimientos espirituales, sabemos que nos encontramos en el momento del cambio de ciclo evolutivo de este planeta. Antes de cualquier cambio social radical y transcendente, como nos demuestra la historia de la humanidad, aparecen los conflictos, las crisis, las incertidumbres, las confusiones de todo tipo, las incapacidades manifiestas de los encargados de dirigir los pueblos y sociedades.
 
  La justicia ordinaria apenas sirve para reajustar aquellas cargas, dolores, infamias o abusos de poder de los poderosos sobre los pueblos. También sabemos que la única Justicia perfecta, sabia y ecuánime, es la que emana de las leyes de evolución y progreso que rigen el proceso de crecimiento del espíritu vida tras vida. Esta da a cada cual lo que le corresponde, y corrigiendo los errores, otorga bondades por los merecimientos adquiridos en esta vida y en otras. La ley de causa y efecto, expresión sublime de la Justicia Divina, es la que se encarga de retribuir, corregir, proporcionar y ambientar los escenarios, pruebas y expiaciones que el espíritu necesita para su progreso.
 
  En el gran escenario del mundo hemos de hacer un esfuerzo por no perder el rumbo, la confianza en el ser humano, la esperanza del porvenir y del futuro esplendoroso que aguarda al que practica el bien e intenta transmitirlo a sus semejantes. Para ello son básicos dos atributos inherentes al ser humano y necesarios más que nunca en estos momentos de zozobra y confusión: la Fe y la acción.
 
  Fe en Dios, en su creación, en la justicia de sus leyes y en el hombre como máximo exponente del amor divino. Acción en el bien, en el trabajo por mejorar constantemente, día a día, exigiéndonos a nosotros mismos en primer lugar, evitando juzgar a otros, pues no nos corresponde tal tarea. Practicando la caridad de la tolerancia con los errores ajenos, estamos enfilando el camino de nuestra propia redención espiritual. Aspecto este, clave y básico, para poder formar parte de la nueva sociedad que nos espera después del doloroso parto en que se está convirtiendo el proceso de cambio de este planeta en crisis de principios éticos y morales.
 
  Mantengamos la esperanza y la fe, confiados en la justicia divina y en la perfección de sus leyes, sabiendo de antemano que el futuro es dichoso y eterno para aquellos que, reconociendo su pequeñez, se acercan hacia Dios a través de la puerta estrecha que el maestro Jesús indicó como camino a seguir para la ascensión vertical de nuestro progreso espiritual.
 
 
 
Redacción
 
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