Ideologías y creencias

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  La gran variedad de ideologías, creencias religiosas, filosofías y un largo etcétera, permite al ser humano la posibilidad de identificarse con cualquiera de ellas y orientar su vida y entorno de acuerdo a los postulados de la misma.
 
  Sin embargo, es preciso realizar algunas consideraciones al respecto, sobre todo si por nosotros mismos deseamos introducirnos en alguna en concreto. La primera premisa es la de rechazar el fanatismo, y evitar a todo aquel que pretenda convencernos de una idea sin solicitarnos que la analicemos y la aceptemos o no sin presiones de ningún tipo.
 
  Seguidamente, es conveniente recordar que ninguna ideología tiene la verdad única, ésta solamente se halla en poder de la Divinidad, y nosotros, pobremente, a través de las diferentes doctrinas accedemos a una minúscula parte de la misma. Por tal razón busquemos aquella idea que más aspectos nos aclare y mejor se adecúe a nuestras aspiraciones, sin caer en el error de adaptarla a nuestros gustos personales.
 
  No es preciso que profesemos ninguna doctrina en particular, solamente rigiéndonos por los principios morales de amor y respeto al prójimo, sería más que suficiente. Si bien, en ocasiones, podríamos necesitar de unas ideas y conceptos que nos ayuden a superar las dificultades de la vida y nos orienten ante los problemas que diariamente se nos plantean, y es ahí donde juega un papel vital disponer de unos ideales que nos ayuden en esos momentos de debilidad.
 
  Lo que hace grande al ser humano son sus obras, y hacia ellas debemos dirigir toda nuestra atención, porque por muy elevados que sean los preceptos morales o las ideas que mantengamos, si llegada la hora de la verdad no los llevamos a la demostración práctica, no nos valen de nada.
 
  Hemos de cuidarnos de rechazar o menospreciar a otras personas que no piensen como nosotros. Ni mucho menos nos hemos de creer «elegidos» o «privilegiados» por pertenecer a esta o aquella doctrina, creyendo que aquellos que no profesen nuestra misma idea serán «condenados» o estarán lejos de «la salvación».
 
  La actual situación de nuestro mundo, donde, todavía hoy, existen el hambre y las guerras, pone de manifiesto que seguimos siendo egoístas y nos olvidamos de los demás. ¡Y qué podríamos decir de aquellas guerras en las que intervienen las doctrinas religiosas! Es lamentable, pero se olvidan principios fundamentales como el «no matarás», y en cambio se prefiere luchar por obtener un trozo de tierra o por demostrar a un pueblo que nuestras ideas son mejores.
 
  Esos errores los llevamos a cuestas desde el comienzo de la civilización y todavía en pleno siglo XX seguimos generándolos. Ya va siendo hora de reflexionar sobre nuestro comportamiento y aprovechar el poco tiempo que nos queda, porque de seguir por este camino, de seguro que nuestro futuro no será muy halagüeño que digamos.
 
  Utilicemos el sentido común y pongamos manos a la obra, porque el día de mañana se nos juzgará por nuestras actuaciones (nunca por nuestras ideas), y cada cual será responsable de las mismas ante las Leyes Universales, sin que le valga alegar ignorancia.
 
REDACCIÓN
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