Todos los acontecimientos que nos dejan una clara vivencia de preocupación terminan despertando en nosotros la necesidad de aprender a buscar las soluciones más adecuadas para resolver esa turbación interna que tenemos. Estos procesos siempre buscan el desarrollo de nuestras cualidades como seres humanos, explorando los caminos interiores que conducen a nuestra satisfacción.
Cierto es que, desde que tomamos la decisión de efectuar un cambio en cualquier aspecto de nuestra vida hasta conseguirlo, necesitamos saber la forma de lograrlo, es decir, cómo se hace. No solamente los aspectos teóricos, sino especialmente los detalles prácticos. Para conseguirlo será muy útil tener en cuenta otros elementos como el conocimiento, el apoyo y compañía de personas con experiencia al respecto, la conciencia, la intuición, etcétera. Todo suma.
Por la elevada importancia que tienen en el inicio de nuestra actitud, vamos a analizar de la forma más concreta y sencilla posible algunos aspectos a tener en cuenta al encarar nuestros problemas o dificultades. Tener la claridad suficiente para identificar las cualidades que debemos mejorar, trabajándolas para su desarrollo, y eliminar aquellos aspectos de nuestra personalidad que nos entorpecen es esencial.
Las quejas. Aquí estaremos de acuerdo en que las quejas, tan habituales en todos nosotros en los estados de agitación, dolor, angustia o aflicción no son, ni mucho menos, una solución ni una ayuda, sino la prolongación y aumento de esos problemas, que nos seguirán afectando, dejándonos sin fuerzas y sin ilusión en determinados momentos; precisamente en esos instantes en que más vamos a necesitar de esa confianza y ese valor que creemos o sentimos perdidos. ¿Por qué no aprender a quejarnos menos y a disfrutar más de todo aquello que hacemos? ¿Por qué no valorar los aspectos verdaderamente importantes de la vida, olvidando todo lo innecesario y perjudicial? ¿Alguna queja ha sido capaz de solucionarnos algo?
La queja nos distrae, nos entretiene, nos quita la fuerza interior, incluso consigue lo que es peor: distorsionar la realidad. No es nada positiva. Es más, si no aprendemos a eliminarla, seguiremos dirigiendo el foco de nuestra atención el malestar que tenemos, fijando nuestro dolor y alimentándolo cada vez más, en vez de dirigir nuestros recursos a comprender las causas y encontrar las soluciones. El tiempo que dedicamos a quejarnos de algo es tiempo perdido.
Por tanto, uno de nuestros primeros objetivos es eliminarla de nuestra forma de ser. No es fácil, pero tampoco es tan difícil. Es cuestión de cambiar un hábito que nos debilita y hace daño transformándolo en otro hábito mucho más saludable: Afrontar lo que nos ocurre como una oportunidad de aprendizaje, de cambio y de mejora. ¿Por qué no aprender a elegir mejor?
La rebeldía. Con mucha frecuencia, la primera sensación que se tiene es la de rebelarse ante aquello que nos desagrada o requiere de nosotros un mayor esfuerzo. Rebelarnos ante lo que nos ocurre no soluciona nada sino todo lo contrario: lo empeora. La rebeldía genera tal irritación interior que aumenta la tensión arterial, embotando los sentidos y distorsionando la realidad, creando una inestabilidad emocional y creativa que dificulta enormemente el análisis que podamos realizar para resolver cualquier situación.
Aceptar con resignación lo que acontece no significa rendirse ante ello, sólo se trata de eliminar la rebeldía por el perjuicio que nos causa. A partir de ahí, debemos luchar contra lo que nos produce cualquier tipo de dolor para mejorar nuestra situación. Para construir un futuro mejor, necesitamos equilibrio y creatividad. Sabemos que no es fácil, pero también sabemos que es totalmente posible; depende de nosotros.
Solo si observamos la realidad con objetividad podremos conseguir soluciones acertadas. Cuando se consigue, comprenderemos que la solución pasa por aceptar lo que nos ocurre y entenderlo, para, a partir de esa comprensión interior, poder introducir los cambios necesarios que mejoren esas situaciones concretas.
La humildad. Para mejorar nuestra vida necesitamos ser humildes, manteniendo cierta dosis de docilidad ante el cambio para evitar la resistencia de nuestros hábitos más equivocados, pues éste debe ser constante y continuo. Desarrollar la humildad es muy útil para reconocer las necesidades de nuestro trabajo interior, en cuanto a uno de los aspectos que más dificultad conllevan, como es la moderación y modelación de esas manifestaciones de nuestro carácter que son las que más nos perjudican, aprendiendo a identificar las necesidades que aportan valor añadido a nuestra vida.
A modo de ejemplo, de los miles que podríamos poner, imaginemos a una persona con un carácter irascible que ha sido despedida del trabajo en varias ocasiones. La rebeldía le llevará a negar la situación, achacando todas las culpas a los demás y a las circunstancias, rechazando por tanto su responsabilidad al respecto. En cambio, con una postura humilde podrá comprender perfectamente que quien verdaderamente le ha despedido ha sido su equivocado temperamento, por esas continuas broncas que ha tenido con sus compañeros y que desagradaban a todos.
Si realmente comprende esto, la humildad le permitirá ver la necesidad de cambiar su mal genio, porque tan solo le está creando problemas, y de las experiencias desagradables que ha vivido, con el tiempo, nacerá el deseo de mejorarlo. Entonces podrá marcar unas pautas de trabajo para conseguirlo de forma efectiva, tomando conciencia de su verdadera realidad en la vida.
No olvidemos que en todos los acontecimientos que nos ocurren y en todo cuanto puede afectarnos, quienes realmente deciden nuestra conducta y nuestra forma de reaccionar somos nosotros mismos. Y esas reacciones son consecuencia directa de nuestra forma de ser. Luego, para cambiar nuestras reacciones y con ellas el estado en que nos dejan, así como sus consecuencias, necesitamos cambiar nuestra forma de ser. No hay otra opción.
La pasividad. Tenemos la tendencia a rechazar todo aquello que nos supone esfuerzo y huimos de él porque nos agrada más la comodidad. Tendemos a ver los problemas desde lejos, sin implicarnos en su solución. Esta equivocada actitud ha venido siendo la causa de muchos de los males de la humanidad a lo largo de nuestra historia.
Para quienes tienen inquietudes sin calmar, sueños o ilusiones por alcanzar; quienes buscan la paz y el equilibrio en sus relaciones con los demás; quienes buscan una vida transcendente o mejorar algún aspecto de su carácter, SER PASIVOS NO ES NINGUNA SOLUCIÓN.
Necesidad y deseo. Son los dos motores capaces de impulsar un cambio de algo actual a algo mejor. De lo que somos a lo que llegaremos a ser. Si pienso que no necesito algo, ¿cómo voy a buscarlo o a trabajar para conseguirlo? Esa necesidad nos impulsa a buscar los cambios que mejoren nuestra situación, y el deseo nos dota de la fuerza necesaria para hacerlo.
Aunque la necesidad viene marcada por la propia vivencia de los acontecimientos, cuando se experimenta se comienza a alimentar el deseo de cambiar para mejorar aquello que nos está creando preocupación y sinsabores. Vivir e interiorizar estas dos fuerzas es fundamental en toda renovación. La necesidad nos empuja y el deseo mantiene nuestras decisiones.
Tenemos una fortaleza interior mucho mayor de lo que imaginamos. Por eso, cuando descubrimos nuestras verdaderas capacidades y aprendemos a ejercitarlas, nos sorprendemos gratamente al comprobar lo que podemos ser capaces de alcanzar. Lo que ocurre es que nuestras creencias, nuestros pensamientos limitados, tienen más fuerza que nuestras propias realidades. ¿Por qué no aprender a vivir al nivel de nuestros talentos, de nuestra mejor versión?
¿Por qué no aprender a cambiar los esquemas de nuestros pensamientos, deseos y sentimientos, comprendiendo el papel que desempeñan en nuestra vida? Al menos vamos a intentarlo, porque hay mucho en juego con ello.
Si revisamos nuestros planteamientos mentales ideológicos es posible que comprendamos que lo que hasta ahora nos ha sido útil puede que ya no lo sea tanto; que estemos necesitando nuevas ideas que generen nuevos retos y nuevas ilusiones; aprender a vernos como realmente somos, seres en proceso de evolución.
Si las distintas especialidades de las ciencias y del saber posibilitan que las personas vivamos en una sociedad mejor, las transformaciones del carácter humano en la búsqueda de su desarrollo y plenitud, como base de esa cohesión social, representan la fuerza de su aprovechamiento y el timón necesario para vertebrar su desarrollo. Quienes buscamos una sociedad mejor, más justa y ecuánime, vemos en ello la mejor forma de colaborar activamente para conseguirlo. Esta es la fórmula “mágica”, no existe ninguna otra.
Al mejorar mi vida estoy colaborando activamente en mejorar la sociedad. Hace falta querer hacerlo y ejercitar los nuevos pensamientos, cualidades y actitudes necesarios para conseguirlo. Querer es poder, y esta acción depende exclusivamente de cada uno de nosotros.
Hacia una vida mejor por: Antonio Gómez Sánchez
© Amor, Paz y Caridad, 2019
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