EL PODER TRANSFORMADOR DEL AMOR

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El poder transformador del Amor

El poder transformador del Amor

A lo largo de nuestra vida vamos alternando errores con aciertos, malas con buenas acciones, porque vivimos en un proceso de aprendizaje en el que estamos comprendiendo el verdadero sentido de nuestra existencia. Vamos desarrollando nuestros sentimientos en la medida que nos relacionamos con nuestro entorno para terminar comprendiendo que el más elevado de todos ellos y sobre los que giran los demás es el amor.

Todos hablamos mucho de él como si fuera el tema más importante, lo alabamos y ensalzamos, poniéndolo en primer lugar; pero estas manifestaciones chocan por paradójicas, ya que la mayoría de las veces solo lo hacemos de palabra, porque en la práctica el amor no se vive tanto como se dice.

En el aspecto humano, muchas personas temen amar por si no son correspondidas y tienen miedo al dolor de las desilusiones. Todos podemos tener experiencias al respecto, pero no por ello podemos dejar de amar, pues la realidad es que no podemos vivir sin el amor porque es parte de nuestra naturaleza.

¿Qué es el amor? El amor es el sentimiento más grande y transcendente que puede experimentar el ser humano; es la energía que da vitalidad, sentido y orientación a la vida. Sus beneficios son innumerables para todos nosotros. La salud física, mental y emocional mejora en ambientes de gran afectividad. Los padres cuidan a sus hijos por amor y quieren lo mejor de la vida para ellos. Las personas nos unimos por amor y aquellas que muestran su afecto tienen  reacciones sobresalientes ante las dificultades. Nuestras mejores relaciones son aquellas que están basadas en el amor. Tiene tal poder que es capaz de transformar la vida de la persona, lo que podemos apreciar constantemente.

Hablamos sin parar de él, pero, cuando las cosas se ponen difíciles y llega la hora de demostrarlo, muchas veces quedamos rezagados, distraídos con cuestiones irrelevantes. Saber si hemos superado o no la solidaridad viene definido por nuestro comportamiento egoísta o solidario.

Lo que nos une a la vida es el poder del amor en su más pura manifestación, porque es un sentimiento de armonía universal que la equilibra y desarrolla. Es el principio vital por el que nace y evoluciona la vida en un proceso de elevado contenido.

¿Cómo se desarrolla? No podré amar verdaderamente hasta que mi interior no esté equilibrado, hasta que erradique de él la represión, los resentimientos, las hostilidades, hasta que haya encontrado mi propia satisfacción y mi sentido en la vida.

De igual forma que cuando nos sentimos contentos aumenta nuestra necesidad de comunicación, cuanto más amemos nuestra vida por satisfacción con lo que experimentamos y sentimos, mayor será el amor que podamos dar. De nuestro interior solo puede salir lo que hay, por lo que cuanto más mejoremos nuestro ser más podremos ofrecer.

Nacemos por amor y nuestra vida es satisfactoria si damos amor, porque encontraremos amor. Esto es una máxima que siempre se cumple porque nos unimos por afinidad, ya que nos atrae lo semejante. Estar capacitado para amar quiere decir que el sentimiento está dentro de uno, y por tanto vive aquello que ofrece.

Creamos más armonía cuando interiorizamos los sentimientos porque damos autenticidad a lo que vivimos. De esta forma reafirmamos nuestra esencia y demostramos lo que podemos ser capaces de hacer honestamente por los demás.

Nuestros actos han de ser coherentes con nuestros deseos más íntimos para alcanzar el equilibrio interior, deben alinearse con nuestra conciencia. Solo el equilibrio puede darnos satisfacción interior que es, en realidad, la satisfacción de la conciencia.

Al final podemos ir observando cómo todo lo que es transcendente en la vida se va uniendo. El desarrollo del alma humana, la afectividad, la inteligencia, las energías superiores del universo y sus leyes inmutables, la intuición, la conciencia, etcétera, convergen en la evolución de la vida. Y no olvidemos que cada uno de nosotros, con su propia individualidad, su libre albedrío y la responsabilidad de los propios actos somos parte inseparable de esa vida universal en proceso de evolución.

Con anterioridad ya hemos visto que desarrollamos la inteligencia, el afecto, la empatía y cualquier aspecto cuando nos ejercitamos en ello. Con el amor ocurre lo mismo, cuando nos relacionamos con las persona y lo sentimos verdaderamente se va desarrollando, pero para sentirlo debemos ejercitarlo una y otra vez, lo que solo se consigue con la práctica diaria.

¿Cómo nos transforma? El principio de la vida y nuestra mayor prioridad es el amor, porque es la base donde se apoya y sustenta nuestra evolución. Es imprescindible para desarrollar los lazos afectivos que armonizan las relaciones familiares y sociales.

Decía la Madre Teresa de Calcuta: “No importa cuánto das sino cuánto amor le pones cuando das”.

Este es el mejor resumen que se puede hacer sobre la acción que ejecutamos en cualquier momento. La autenticidad, el bienestar interior de un acto no está en lo que se hace sino en el sentimiento que se está poniendo al hacerlo, en estar verdaderamente presente, en no hacerlo de forma vacía como una mera acción sin sentimiento de voluntad de hacer.

Podemos mantener una sonrisa hueca, en apariencia idéntica a una vivida con sentimiento, pero el estado interior que se mantiene no es en absoluto el mismo. La primera nos aporta muy poco, solo un acto externo que puede ser incluso válido para quien nos contempla, pero nada más; en cambio, la segunda es capaz de movilizar en nosotros un sentimiento de plenitud, de satisfacción, porque estamos realizando un acto pensado, sentido y deseado al mismo tiempo, sin contradicciones en todo su proceso, de sinceridad, y ese acto sí es capaz de llenarnos de esa energía de verdad y de autenticidad que hay en la vida.

La fuerza interior no se conoce en su plenitud en entornos favorables sino en aquellos que nos son contrarios. Es relativamente fácil actuar con amor cuando todo está a favor de nuestros intereses; la dificultad está en mantener esos mismos principios en un entorno negativo y hostil a ellos. Convivir con quieres conocemos y queremos, tratar al amigo, al benefactor, al que nos halaga es sencillo; es más, resulta ser algo que nos agrada; convivir con personas poco afines, con quien nos contraría y nos ataca, enemigos, desheredados sociales, etcétera, sí que es superar la convivencia. Ante la adversidad nos mostramos tal como somos, ante lo fácil podemos enmascarar nuestra realidad porque el esfuerzo que requiere lo uno o lo otro es bastante diferente.

Y es en esos ambientes difíciles donde verdaderamente se desarrolla el amor, porque requieren lo mejor de nosotros mismos. Es precisamente en esa adversidad donde ponemos a prueba nuestras verdaderas capacidades y donde más mejoramos las mismas. Desear el bien de los demás es aprender a convivir con altruismo y con amor a la vida.

No son tan importantes los errores como la transcendencia de aprender verdaderamente de ellos, pues estamos en un proceso de aprendizaje. De esas experiencias debemos sacar dos aspectos útiles para la vida. En primer lugar, qué es lo que debemos repetir, mejorando su versión por cuanto representa de positivo, y qué es lo que no deberíamos volver a hacer por los aspectos negativos que conlleva. Y en segundo lugar, la lección menos aprendida de todas pero no por ello menos importante: de nuestros errores debemos aumentar nuestra comprensión ante los errores ajenos.

Con ellos debemos aprender lo fácil que es cometerlos y lo difícil que resulta eliminarlos; por tanto, necesitamos comprenderlos. Es la única forma que nos capacita para ayudar con verdadero conocimiento de causa, porque es la cualidad que nos aporta ese caudal de sentimiento humano tan necesario para ejercer una ayuda verdadera, sentida y basada en las necesidades reales de los demás, haciéndolo tal como se debe y no tal como queremos o nos gustaría hacerlo.

En la mayoría de los casos lo que hacemos no es ayudar, ya que solemos reaccionar con exigencias de cambio hacia los errores y debilidades ajenos, cuando la verdadera exigencia de cambio debe ser hacia nosotros mismos. En numerosas ocasiones, al “aconsejar” lo que hacemos no es ayudar verdaderamente sino reprochar, de forma muy sutil y enmascarada, aquellos aspectos, características o comportamientos de los demás que nos están molestando porque no son de nuestro agrado, interfieren nuestros intereses o son contrarios a nuestra forma de pensar. Pero esto no genera en nosotros otra cosa que esos conflictos internos que queremos eliminar y que se manifiestan una vez más. Debemos estar atentos a sus manifestaciones para conocerlos, comprenderlos y trabajar para modificarlos, teniendo en cuenta que nuestra postura habitual y nuestra primera reacción es la de ser muy condescendientes con nuestros errores y casi nula nuestra aceptación de los ajenos.

La humildad nos es tan necesaria como el aire que respiramos porque se aprende mucho desde ella y se puede vivir con verdadero sentimiento el cambio y el desarrollo del amor. Nuestra vida es nuestro mensaje a la sociedad y nuestro legado a las generaciones futuras, por eso es tan importante nuestro ejemplo, porque es lo que se ve y lo que perdura en el sentir de los demás.

Todo aquello que dé un plus de autenticidad a lo que hacemos, que ponga una brizna de satisfacción en nuestra vida, que sea útil para los demás y para nosotros mismos, colabore en el bien común, reafirme la paz social y el equilibrio interior; que sirva, en definitiva, para mejorarnos como personas, llenará ese vacío existencial que tenemos y nos proyectará hacia un futuro mejor, más cualificado y satisfactorio. En los sentimientos elevados donde se asienta el amor encontraremos las cualidades que necesitamos para una vida mejor, porque son los propios actos los que dan las mayores satisfacciones de la vida.

El poder transformador del amor por: Antonio Gómez Sánchez

© 2021, Amor, Paz y Caridad.

Puede escuchar al autor en su podcast:  Aprendiendo a vivir mejor

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