A los líderes de la mayoría de religiones, cuando se les pregunta sobre la aspiración máxima a conseguir en el futuro, todos coinciden en una idea; la Fraternidad Universal. Pero la lógica nos lleva a pensar que para conseguir algo así no se puede construir la casa empezando por el tejado, sino sobre unas bases sólidas y fuertes para que las inclemencias del tiempo o los movimientos sísmicos no puedan dañar seriamente al edificio. Por lo tanto, hablar de fraternidad es empezar por uno mismo, esforzándose por la armonización interna, expandiendo y desarrollando esas cualidades innatas sobre nuestra familia, amigos, compañeros de trabajo y también del grupo espiritual; y así sucesivamente hasta donde seamos capaces de alcanzar. Siempre teniendo los pies en el suelo, con realismo y no pretender quimeras o el desarrollo de ideas peregrinas que no conducen a nada práctico y provechoso.
Vivimos unos tiempos en donde predomina la intelectualidad y el conocimiento, también el exceso de información; apenas le dedicamos tiempo al diálogo constructivo o a la reflexión. La sociedad de hoy día a olvidado y relegado a los últimos lugares de su existencia el cultivo de las cualidades innatas del ser humano como son la bondad, la tolerancia, la comprensión, la caridad, etc. Decimos que no tenemos tiempo, que estamos muy preocupados y ocupados por el día a día, sin embargo nos sentimos cada vez más vacíos, los conflictos se acumulan y acabamos refugiándonos en el susodicho conocimiento y en la intelectualidad. Hay que salir de ese círculo vicioso ampliando las miradas y los horizontes. Nos hemos olvidado que formamos parte de un todo y que nos necesitamos los unos a los otros para seguir adelante.
El Evangelio nos dice: “No se enciende una candela para ponerla debajo del celemín; mas se pone sobre el candelero para que alumbre a todos los que están en la casa” (San Mateo; cap. V, v.15). Cómo comentábamos anteriormente, todos poseemos cualidades, el ejercicio y desarrollo de las mismas nos acercan a nuestro destino y nos llenan de satisfacción interna y de plenitud. Pero para ello necesitamos espacios y un tiempo para ello; en una palabra: “darles la importancia que merecen”. Es a través de la CONVIVENCIA donde podemos trabajar las cualidades y el entendimiento mutuo. No hay mayor satisfacción para el espíritu que el sentirse útil a los demás y demostrar que lo que se ha aprendido tiene un sentido real y palpable. Del mismo modo, compartir experiencias entre los distintos grupos nos enriquecen; no hay que confundir con la falta de humildad. Aquellas cosas que funcionan bien, que dan buenos resultados no son para ocultarlas como dice la cita evangélica mencionada, sino para exponerlas o mostrarlas por si puede ser de ayuda a alguien.
Tampoco podemos esperar a que sean las instituciones o los organismos oficiales los que convoquen o promuevan iniciativas. Hemos de ser los propios componentes de los distintos grupos espiritas los que tomemos conciencia de esta realidad inaplazable para que nos pongamos a trabajar en la búsqueda de momentos y de espacios de encuentro, desarrollando actividades, no sólo de carácter intelectual y doctrinario sino sobre todo, que propicien el acercamiento entre personas que permitan la creación de unos lazos de amistad y cariño tan necesarios en los tiempos actuales. Respetando las pautas de trabajo y la idiosincrasia de cada grupo; o dicho de otro modo; la diversidad no puede ser nunca un problema. Al mismo tiempo, desarrollando un conocimiento mutuo que nos permita allanar el camino para trabajos conjuntos futuros en un clima de cordialidad y sinceridad. En definitiva, dando ejemplo, primero entre nosotros y demostrando que el Espiritismo no es un bello ideal a añadir a la larga lista de creencias con buenas intenciones pero sin consecuencias prácticas.
El Evangelio también nos lo deja bien claro: “De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros” Juan 13:35. Hay que salir de los debates estériles, también de la comodidad y trabajar sobre lo verdaderamente importante; la unión y el entendimiento mutuo, con buena voluntad por parte de todos y alegría. Sobre esto último comentaba recientemente María Luisa incansable trabajadora espirita: “El espiritismo es serio pero no triste”.
Y por último recordar que la mejor garantía de autenticidad y de veracidad de una doctrina es demostrando con el ejemplo que es capaz de hacernos mejores. Si no nos esforzamos y no lo trabajamos nos quedaremos en la superficialidad de las ideas que, como muchas otras, circulan por doquier sin ninguna consecuencia práctica. Eso sí, a la espera de que sean otros espiritas preclaros, en el futuro, los que retomen la esencia del verdadero trabajo espiritual, siguiendo el curso inexorable de la evolución. Por lo tanto, no dejemos escapar esta importante y hermosa oportunidad que se nos brinda. Capacidad y conocimiento no nos falta.
J.M.M.C
© Grupo Villena 2013.