Familia desconocida
Es aquella que en esta ocasión no ha bajado a la Tierra a encarnar junto a nosotros, quedándose en el espacio a cumplimentar sus proyectos personales de progreso y crecimiento del alma.
Después de una trayectoria evolutiva de milenios, donde las reencarnaciones han supuesto infinidad de relaciones, afectos, desafectos, deudas y méritos contraídos con aquellos con los que vinimos como familiares, ¿cuántos espíritus, cuántas almas no se han vinculado hacia nosotros y nosotros hacia ellas? Y de todas ellas, ¿cuántas no han formado parte de nuestra familia carnal en una u otra existencia?
Sin duda muchas. Por ello, es preciso siempre diferenciar entre la familia espiritual y la familia material. El diferenciar no significa discriminar ni dar importancia a una sobre la otra. Sin embargo, no podemos dejar de reconocer que dentro de nuestra propia familia carnal hay personas que son más queridas que otras; hay algunas con las que sentimos afinidad inmediatamente, mientras que otras nos generan rechazo o distanciamiento. Aquí se encuentran escondidas las relaciones afectuosas o desgraciadas del pasado, que hemos de saber interpretar para aceptarlas y aprovecharlas adecuadamente para nuestra propia salud espiritual.
Nuestra alma endeudada viene a veces junto a familiares que son nuestros deudores, o nosotros mismos tenemos para con ellos deudas de diversos tipos. Padres e hijos, madres, abuelos, etc., son el sustrato familiar que las leyes del progreso y evolución del alma utilizan para procurar que saldemos nuestras deudas del pasado. Al ignorar quien fue o qué nos relacionó con él, con ese familiar que nos genera rechazo, y sin embargo ser nuestro padre, madre hermano en esta vida, los lazos de la carne suavizan los rechazos, y nos ofrecen una oportunidad de reconciliación.
Cuando el alma comprende, como se explicaba en el artículo del mes pasado, que somos todos hijos de Dios, comprometidos en el mismo camino de evolución y progreso -unos más adelantados y otros más atrasados-, el que más comprende o adelantado está tiene la obligación de ayudar, sacrificarse y comprender al otro.
Al mismo tiempo, el plano de igualdad en el que nos coloca la ley divina ante la justicia suprema hace que el alma humana comprenda que todo llega según los propios méritos y esfuerzos; nada se conquista con arbitrariedades, privilegios ni prebendas, pues las leyes de Dios son iguales para todos, pertenezcan a una u otra familia, sea esta última una familia noble, aristócrata, de desheredados o de míseros pobres de la Tierra.
El único linaje que reconocen las leyes espirituales es el linaje del bien y del amor superior, el que eleva al alma humana por encima de los títulos de nobleza, la fama, el prestigio o el reconocimiento social. Esto último apenas tiene ninguna importancia en el desarrollo del progreso del alma humana. Somos lo que somos porque lo conquistamos con nuestro propio esfuerzo y méritos por ser mejores, practicando el bien hacia nuestro prójimo y nuestras familias, espirituales o materiales. La condición moral es la única tabla rasa que diferencia al espíritu elevado del malvado, al sincero y noble del rencoroso y mentiroso, al egoísta del altruísta, al soberbio y orgulloso del humilde.
Son las características que diferencian las familias espirituales de las almas; aquellos que se alinean en una tendencia, por frecuencia vibratoria, por afinidad de pensamientos y por sentimientos idénticos se agrupan y se estimulan mutuamente, aquí en la Tierra y en el espacio.
Las familias son así el núcleo que permite el progreso del espíritu, esté encarnado o en el espacio. Nuestra alma reconoce al instante a aquellos que les son afines, pues sus pensamientos y sentimientos son similares a los nuestros y en su compañía nos encontramos a gusto y desenvueltos.
Cuando el alma sale y se libera de espacios o lugares perturbadores donde permanecía ligado a espíritus de baja condición por afinidad mental y emocional, le cabe la responsabilidad de prepararse y ayudar -el día de mañana, una vez preparada convenientemente- a aquellos que se encontraban formando parte de aquella familia desviada a la que perteneció, haciéndoles ver las posibilidades de cambio y transformación en el bien hacia la felicidad y la serenidad de la que no gozan en esos ambientes oprimentes u oscurecidos.
En base a esto último se observa la encarnación de espíritus valerosos que, comprometidos con algunos espíritus más retrasados que formaron parte de sus familias carnales en el pasado, vienen junto a ellos para dar un ejemplo. Así podemos ver familias enteras donde el desequilibrio reina por doquier; sin embargo, un alma entre ellas permanece lúcida, con las ideas claras respecto a lo que debe hacer en todo momento; mantenerse en sus planteamientos y principios será la tarea más dificultosa que tendrá que afrontar, a fin de no contagiarse por aquellos que han venido junto a él y cuyos intereses permanecen alejados de la renovación espiritual.
Sin embargo, su éxito será enorme si sabe enfrentar bien su tarea, pues pronto comprobará que a él acuden todos para que les solucione los problemas materiales que en su egoísmo, comodidad o materialismo no quieren enfrentar. Él será la referencia familiar para muchos de ellos, y para casi todos, antes o después, servirá de ejemplo de lo que es actuar con arreglo a una conciencia recta y una conducta intachable para con la vida y sus semejantes.
Ejemplos de este tipo se ven con frecuencia, y ahí se detecta claramente que el espíritu que se sacrifica a servir de ejemplo al resto progresa adecuadamente; esa alma comprometida, después de esa existencia en la que afrontará sus problemas como los problemas de los demás, quedará liberada del compromiso en próximas vidas, ayudando espiritualmente desde el espacio a todos esos espíritus queridos para él, pero ya sin comprometer su misión ni su trabajo en la Tierra como en la tarea que acabamos de describir.
Desde el espacio ocurre que, muchas veces, espíritus amados muy vinculados a nosotros, superiores espiritual y moralmente, no reencarnan junto a nosotros en alguna encarnación, pues tienen proyectos mucho más elevados de progreso a los que las leyes espirituales no los permiten de momento acceder por nuestra condición moral todavía atrasada.
Sin embargo, todos ellos están pendientes de nuestra misión en la Tierra, acudiendo a auxiliarnos cuando lo necesitamos sin que apenas lo sepamos. Hay también casos de otros espíritus de mayor condición a la nuestra que se sacrifican para traernos al mundo reencarnando como nuestros padres o madres, y desencarnando rápidamente o a los pocos años para afrontar sus compromisos en el otro lado de la vida. Sin embargo nunca nos olvidan, y allá donde se encuentran trabajando, su pensamiento de amor y protección encuentra con suma facilidad al hijo querido que tuvieron que abandonar en la Tierra por una causa superior.
El trayecto y proyección del alma es, pues, a veces difícil de comprender si no se tiene siempre la visión de la inmortalidad y del reencuentro con nuestros seres queridos después de la muerte. La vida en la Tierra, además de incierta es muy corta, tanto es así que la verdadera vida es la del alma inmortal que, liberada de la carne en el otro lado, se convierte en un espíritu lleno de energía, fortaleza, esplendor y objetivos por conseguir y alcanzar.
La familia espiritual es, por tanto, diferente a la material únicamente por la elevación de los miembros que la componen. Sea como fuere, las relaciones con almas queridas, atrasadas o adelantadas a nuestra propia condición moral, siempre van a existir, y por ello nuestra familia más importante es toda la humanidad; la familia universal a la que todos estamos vinculados por ser hijos del mismo Padre que nos sustenta, nos crea inmortales, nos ofrece la oportunidad del progreso y el destino de la felicidad y el amor eterno que forman parte de su propia naturaleza.
Familia desconocida por: Antonio Lledó Flor
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