Uno de los grandes atributos del espíritu que Dios otorga al mismo y que se va conquistando en el transcurso de la evolución es el libre albedrío.
En los primeros estadios de la evolución, donde la materia es tosca y primitiva, son los espíritus superiores los que dirigen, en la mayoría de los momentos claves de una existencia, las vivencias de los espíritus encarnados, ya que la propia naturaleza poco racional y fundamentalmente instintiva del ser, les impide tener el libre albedrío necesario para dirigir conscientemente sus vidas en pro de una evolución mayor.
En estas etapas predominan los instintos primarios del ser: la supervivencia. Y se está muy lejos de tener conciencia de uno mismo y de su función como espíritu en evolución.
Cuando se pasa a los mundos de expiación y prueba, el espíritu va adquiriendo mayor libre albedrío de forma directamente proporcional a sus conquistas evolutivas. A mayor evolución, mayor libre albedrío. También en esto las leyes divinas son sabias y perfectas, pues no existe un patrón absoluto para todos los espíritus, sino que cada cual tiene, como ser individualizado y único, sus propios límites y sus propias responsabilidades y consecuencias derivadas del uso del libre albedrío que posee.
Si en estos mundos de expiación y prueba se vive en la barbarie del materialismo sin ideales de progreso y mejora espiritual, la ley de causa y efecto actúa, programando las correcciones oportunas en próximas vidas; con repercusiones en las sucesivas existencias sin que el libre albedrío pueda actuar ampliamente. Este pues se encuentra restringido y limitado en determinadas circunstancias, sobre todo cuando el espíritu de baja condición se empeña en el mal y en el egoísmo que sigue practicando.
Si se le permiten errores, uno tras otro, crímenes atroces, egoísmos y otras faltas de humanidad es para que en el ejercicio de su libertad adquiera las responsabilidades sobre sus actos y de este modo le seguirán vidas y etapas de sufrimiento y de dolor. Existencias desesperadas en las que el espíritu recogerá lo que sembró y el dolor sensibilizará su alma preparándolo para nuevas oportunidades de progreso; nuevas experiencias en la carne en donde tendrá que demostrar la humildad, la generosidad y la bondad de la que ha carecido hasta el momento si no quiere seguir en la senda del sufrimiento.
Cuando el espíritu acaba esta etapa inicia una nueva aún dentro de los mundos de expiación y prueba; y esta nueva fase de progreso es el despertar de su consciencia espiritual donde, a través de la sensibilización del dolor y sus primeros pasos de progreso se percata, se da cuenta de que es un ser en evolución y desarrollo y como tal, no puede estancarse o dejarse llevar por la corriente de la vida sino que ha de utilizar su voluntad y libre albedrío en actuar, en conseguir metas que le hagan ser mejor día a día y crecer interiormente como ser pensante y actuante.
Se vuelve consciente de que ha de aprovechar sus existencias para progresar espiritualmente, de lo contrario caerá de nuevo en la inacción, preso de sus debilidades y hábitos perniciosos que le generaran nuevas etapas de infelicidad y de dolor en el mundo físico y espiritual.
Esta es la etapa en que se encuentran muchas personas en todo el planeta, de la tendencia espiritual que sea, sin importar sus conocimientos morales o éticos, simplemente su espíritu les impele a actuar de forma positiva, altruista, con compasión y esfuerzo personal y siempre poniéndose al servicio de una causa de fraternidad, causa superior de ayuda al prójimo de diferentes formas, todas muy válidas y en las que nadie puede arrogarse la verdad absoluta sino la acción del bien desinteresado por el prójimo.
Esta causa superior puede desarrollarse desde una institución religiosa, política, social, personal, en grupo, etc. Lo verdaderamente importante es que su intención sea auténticamente altruista; sin intereses espurios que la desvirtúen y que sirva para ayudar al prójimo que más lo necesita.
En esta etapa se encuentran muchos grupos de personas de buena voluntad, que no son mejores ni peores que nadie, pero sí que son conscientes de su realidad espiritual y saben que necesitan del progreso y mejoramiento interno para afianzar su felicidad futura y desterrar de una vez la vuelta atrás, a las vidas de dolor e infelicidad que les tocó sufrir por sus propios errores en el pasado.
Esta es la coyuntura en la que actualmente se encuentran muchas personas de nobles ideales en todo el planeta. Y es sin duda un momento delicado en la trayectoria y evolución del ser humano, pues supone el punto de inflexión que diferencia al espíritu consciente del inconsciente. Es el momento auténtico de de la definición y de su gran responsabilidad futura; pues en función de su decisión personal e íntima hacia el esfuerzo y el progreso, el espíritu libre y responsable de sus actos es el que se clasifica para avanzar mucho en poco tiempo en vidas de gran progreso personal.
Habrá muchos indecisos en esta etapa pero la coyuntura y los acontecimientos les obligaran a posicionarse en un lado o en otro, en el camino del progreso espiritual o en la senda del conformismo y la comodidad, rechazando el uso de su voluntad hacia el bien por el sacrificio personal que les supone y dilapidando con ello años, o quizás siglos y vidas de buenas intenciones. Es el momento de tomar partido, es el momento de la verdad para muchos espíritus que han venido a la tierra a esta existencia a aprovechar el tiempo y reforzar con su trabajo actitud, todos los conocimientos y experiencias de bien que han ido forjando desde hace siglos en vidas anteriores.
Si nos fijamos en la coyuntura que se vive en nuestro mundo actual no es muy fácil adivinar que el planeta se encuentra en una encrucijada. La tierra experimenta una gran transformación; cambio anunciado a todos los niveles. Nos encontramos inmersos en el cambio de ciclo de un mundo de expiación y prueba a un mundo de regeneración. Esto supone que para los espíritus encarnados en estos momentos en la tierra el momento es todavía más importante.
Si nos fijamos en la coyuntura que se vive en nuestro mundo actual no es muy fácil adivinar que el planeta se encuentra en una encrucijada. La tierra experimenta una gran transformación; cambio anunciado a todos los niveles. Nos encontramos inmersos en el cambio de ciclo de un mundo de expiación y prueba a un mundo de regeneración. Esto supone que para los espíritus encarnados en estos momentos en la tierra el momento es todavía más importante.
El libre albedrío del que disfrutamos en estos momentos es todavía mayor que en etapas anteriores de evolución, pero no lo suficiente como para que el espíritu pueda sustraerse de los compromisos adquiridos antes de encarnar sin sufrir por ello las consecuencias propias de esa renuncia.
Desde los planos de vida espiritual se esfuerzan en recordar en todo el mundo, a través de multitud de canales y vías de comunicación y a millones de personas en el planeta de distintas ideologías, religiones o actitudes de bien, el momento crítico que se vive en la tierra. Y se nos impele a aprovechar esta vida como experiencia única, ya que muy pocas veces se podrá tener la gran oportunidad de progresar tanto en tan poco tiempo.
Está en nuestra manos el avanzar de forma evidente en una sola vida lo que se necesitaría de varias existencias en otros momentos, para ello hemos de ser conscientes de la realidad que vivimos, de la necesidad del progreso y sacrificio personal de nuestros egoísmos para cumplir así el compromiso adquirido antes de encarnar.
Todo nuestro libre albedrío en próximas y futuras vidas vendrá condicionado por la posibilidad de haber aprovechado o no la oportunidad que se nos ha brindado en esta; porque, como hemos explicado, esta no es una vida más: es la existencia principal que delimitará al espíritu consciente, enfocado y dirigido al rumbo de su felicidad futura, del espíritu fracasado que no haya sido capaz de aprovechar esta oportunidad que Dios le ha brindado y en la que otros hubieran podido ocupar su lugar avanzando en la senda del bien.
Reflexionemos pues sobre esto, pues no hay más que mirar a nuestro alrededor para comprobar la evidencia de los cambios que se vienen produciendo desde hace años en el planeta y que últimamente están acelerándose de forma exponencial respecto a año anteriores. Esto refuerza la importancia del momento que vivimos y de esta singular oportunidad que se nos ha brindado.
Un momento de cambio profundo, cambio interno que se manifiesta de forma externa con actitudes de insatisfacción, rebeldía y crisis del egoísta sistema imperante.
Lo estamos viendo, los artífices del cambio son los jóvenes, y ellos, con su fuerza posibilitarán los inicios de la profunda transformación que se avecina; y en contra de lo que muchos pronostican, el cambio tendrá su conclusión en planteamientos de justicia social, planteamientos éticos alejados totalmente de otros de orden político-socioeconómico egoístas y discriminatorios que ahora imperan y que desaparecerán aunque pretenda perpetuarse para satisfacer el egoísmo de unos pocos.
Nadie puede y nada va a poder impedir la transformación que se avecina, porque no está orquestada y dirigida por ningún poder humano; antes al contrario, obedece al inexorable proceso evolutivo del planeta que, cumplido el tiempo de una etapa evolutiva ha de pasar a una nueva para permitir un nuevo orden social y personal más justo, más solidario y menos egoísta, donde por encima de todo prime la fraternidad y la consecución de objetivos de progreso ético-moral para todos los habitantes de este planeta.
Grupo Villena
19 de julio de 2011