En la nueva era para el alma humana que se vino a instalar con motivo del advenimiento, enseñanza y ejemplo del Maestro Galileo, destacaban precisamente las formas, la manera en que se podía seguir ese código moral sublime que permitiera al ser interno progresar y alcanzar el «Reino de Dios» que se encuentra dentro de nosotros, según las palabras del propio Jesús.
¿Cómo conseguirlo? Era tan difícil para un alma embrutecida por la violencia, las pasiones o los vicios como para aquellos que, aun reconociendo internamente sus errores y carencias, no estaban acostumbrados a corregirse a sí mismos.
A este camino difícil y escabroso por el que nuestra alma recorre varias vidas alternando entre el sufrimiento (consecuencia de nuestros errores del pasado) y los estados de relativo bienestar, se unía la dificultad de aquellos enemigos ocultos que impiden la regeneración espiritual y la visualización del camino correcto que nuestra alma desea fervientemente emprender, acercándose hacia el destino para el que ha sido creada.
Esos enemigos ocultos nublan la visión de la mente espiritual, del impulso más genuino del espíritu, que tiende siempre hacia la plenitud y el acercamiento a la fuente de la que procede.
El espíritu, creado al igual que el Universo por la Mente Divina, es ante todo principio inteligente; por ello, nuestro «ser», nuestra «alma», es fundamentalmente aquello con lo que pensamos y que luego realizamos mediante la voluntad, sea en la Tierra como encarnados o desencarnados (ya en el espacio).
Por ello si la mente se nubla: «si el pensamiento te engaña, te engañará la razón». Y en esos momentos sólo queda el recurso de recurrir al corazón, a la bondad y los actos nobles que nos acercan al amor y disipan la niebla de la mente, aclarando el camino que nuestra alma necesita recorrer.
Cuando cegados por las pasiones, los defectos morales o los vicios, dejamos de razonar y nos comportamos (aunque sea por instantes) retornando a nuestro pasado violento y egocéntrico, dando rienda suelta a nuestros instintos antes que a nuestros principios morales, el alma se oscurece, la razón se ofusca y el principio espiritual e inteligente sufre interiormente la vuelta al pasado más oscuro de nuestra ancestral evolución espiritual.
Este es un gran enemigo, la falta de conocimiento interior, el no saber qué somos, de dónde procedemos y hacia dónde nos encaminamos. Y si a ello unimos que ese desconocimiento nos vuelve inconscientes de nuestra realidad imperfecta, caemos en el gran error de traicionarnos a nosotros mismos. Nuestra propia naturaleza espiritual se ve violentada por nuestro ego; este último sobrepuja a nuestro verdadero ser, y de esta manera oscurece nuestro presente, comprometiendo nuestro futuro de forma infeliz al crear las causas dolorosas que vendrán hacia nosotros por un comportamiento desdichado que daña a nuestro prójimo y a nosotros mismos.
La ignorancia sobre nuestras debilidades es otro enemigo oculto que suele pasar desapercibido. El orgullo, la soberbia y el amor propio constituyen la base que perturba nuestra alma de forma absoluta, encerrándola en un círculo vicioso del que le costará liberarse varias vidas. Estos elementos, derivados de los hábitos perniciosos que hemos ido sedimentando en nuestra conciencia durante los actos equivocados del pasado y del presente, condicionan la trayectoria de nuestra alma de forma evidente, alejándonos de la felicidad, la paz interior y el equilibrio emocional.
Otros enemigos ya no proceden de nuestro interior y trayectoria espiritual, sino de las víctimas que nuestros errores han ido dejando en el pasado. Al igual que nosotros mismos, aquellos a quienes perjudicamos en el pasado pueden optar por perdonar y liberarse, o intentar cobrarse la deuda que tienen contra nosotros. Si esto último acontece, algunos espíritus que son vengativos intentarán resarcir su deuda con nosotros creando todo tipo de problemas en nuestra andadura espiritual, en la Tierra o en el espacio.
Cuando encarnan junto a nosotros constituyen una prueba que se nos presenta, pues deberemos soportar y perdonar sus afrentas. Y aunque no aceptemos lo que hacen, si nuestra alma interiormente está lúcida, sabrá responder con indulgencia, perdonando y entendiendo que el que nos agrede no es más que un enfermo espiritual, y que nosotros mismos también pudimos haberlo hecho igual en el pasado, por lo que pediremos para ellos misericordia y paz, perdonándolos de verdad, de corazón, a fin de liberarnos de las causas que (casi con seguridad) nosotros mismos sembramos en el pasado.
Cuando se quedan en el espacio y nosotros encarnamos, estos enemigos del pasado pueden convertirse en obsesores, cuyo daño apenas veremos venir. Sin embargo, intentarán perjudicarnos colocando obstáculos en nuestro camino de progreso espiritual, cuando no, hacernos daño directamente incentivándonos pasiones y vicios que nos lleven a la autodestrucción, intenciones innobles, pensamientos suicidas, ataques indirectos a través de seres queridos, etc. Todo con el fin de conseguir hacernos fracasar en el compromiso espiritual que traemos a la Tierra.
Estos enemigos ocultos, los que proceden de nuestro interior (vicios, defectos morales, pasiones descontroladas) o los que son consecuencia de nuestros actos delictuosos, (espíritus enemigos o adversarios del pasado), son sin duda grandes obstáculos que debemos superar para que nuestra alma crezca en luz, claridad, fortaleza y progreso moral e intelectual.
Estos obstáculos, que deberán ser resueltos por el progreso espiritual de nuestra alma, necesitan imperiosamente por nuestra parte del cambio de algunas actitudes para poder solventarlos. Probablemente no lo conseguiremos en una única vida, pero es preciso comenzar este trabajo pues, sin liberarnos de ellos, permaneceremos en el bucle pernicioso del sufrimiento, y será difícil acceder a otra etapa que nuestra alma necesita para seguir creciendo en conciencia y plenitud.
El perdón es el bálsamo precioso que nos libera de las ataduras y de la venganza que aquellos que nos agreden pretenden imponernos. La humildad es la otra actitud que deberemos adoptar para impedir que el orgullo y la soberbia aniden en nuestros corazones y nos impidan reconocer nuestras propias faltas y errores.
Con el perdón y la humildad derrotaremos fácilmente estos enemigos ocultos que nos acechan; preparando nuestra alma inmortal para un siguiente paso, en el que nuestra conciencia se haga más nítida y clara sobre los principios esenciales que necesitamos comprender para avanzar y liberarnos del dolor que nuestra propia imperfección sembró en nuestro recorrido evolutivo.
Enemigos ocultos por: Antonio Lledó Flor
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